Erdogan mete mano a la dirección de los bancos turcos para mantener la burbuja de crédito
Varios bancos europeos han reducido su exposición al mercado turco y los inversores han retirado operaciones millonarias de un país cuya moneda ha perdido el 20 % de su valor frente al euro en siete meses
A inicios del mes pasado, dos hombres -uno en peto azul, el otro rojo- comenzaron a luchar ante la dirección regional de Vakifbank en Esmirna. Al terminar la pelea, entraron en la sede y dejaron sus currículos. Era un modo de protestar contra el reciente nombramiento de Hamza Yerlikaya como directivo de este banco, el quinto mayor de Turquía y con una participación mayoritaria del Estado. Yerlikaya tiene un currículum envidiable.... en lucha grecorromana: dos medallas de oro en Juegos Olímpicos, tres campeonatos del mundo y ocho europeos. Su experiencia política se reduce a haber sido diputado del AKP, el partido del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y viceministro de Deportes. La económica se desconoce.
Este nombramiento es sólo el más pintoresco de los últimos meses, que han sido criticados por la oposición como un intento del gobierno de controlar las decisiones del sector financiero. Ebubekir Sahin, licenciado en Comunicación, ha sido nombrado consejero del banco público Halbank a la vez que mantiene la presidencia del Consejo de Radiotelevisión. También el exalcalde interino de Estambul y exconcejal del AKP, Mevlüt Uysal, ha entrado en el consejo de esta entidad financiera. Y el exviceprimer ministro Veysi Kaynak ha sido colocado en Ziraat Bank, igualmente propiedad del Estado y el mayor banco turco en activos.
En julio se eliminó el requerimiento de “10 años de experiencia” para ocupar el cargo de vicepresidente del Banco Central y, dos meses antes, un decreto de Erdogan permitía a los nuevos consejeros de la institución monetaria mantener sus puestos en universidades públicas, una modificación hecha a medida para aprobar el nombramiento de la profesora Elif Haykir Hobikoglu, estrechamente ligada a Devlet Bahçeli, el líder de la ultraderecha turca y socio de gobierno de Erdogan.
Pero los nombramientos polémicos no se circunscriben a las instituciones financieras bajo control del Estado. Según la agencia Bloomberg, en los últimos dos años, al menos 11 altos cargos de bancos privados han sido despedidos por presiones del Gobierno (el Ministerio de Finanzas lo dirige Berat Albayrak, yerno de Erdogan). Tras estos cambios, los bancos afectados aprobaron rápidamente las reestructuraciones de deuda exigidas por empresas cercanas al poder, pese a ser algunas de ellas “ridículas”, según uno de los banqueros citados por Bloomberg.
La Agencia de Supervisión y Regulación Bancaria (BDDK) considera “infundadas” estas acusaciones y ha amenazado con querellarse contra la agencia de noticias estadounidense, dos de cuyos periodistas en Turquía ya se enfrentan a penas de cárcel por artículos críticos con la política económica del Gobierno. Sin embargo, una fuente bancaria que pidió el anonimato explicó a El País que entre los directivos de banca el ambiente es de “pánico”, agravado por el hecho de que se prevé una importante reestructuración de plantillas debido a la crisis por la Covid-19. El tema es espinoso: ninguno de los consultados para este reportaje ha querido dar su nombre y otros han rechazado hacer declaraciones alegando que el asunto es “muy político”. La fuente consultada cree que el modo de hacer del Gobierno se debe al intento de Erdogan de demostrar a sus aliados de que aún es capaz de “distribuir prebendas” y, sobre todo, para que sus fieles le puedan informar sobre lo que se debate en las altas esferas del sector.
“Normalmente, el cambio de 20 ó 30 directivos de un sector bancario tan grande no debería ser una noticia. El problema es que este Gobierno ha convertido en tradición intentar cambiar a todas las personas cuyos análisis no le gustan. Es algo que debilita la institucionalidad de la banca”, critica un exgobernador del Banco Central de Turquía que tampoco quiere ver su nombre publicado: “Las consecuencias de esta nociva práctica son las que vemos, una inflación cada vez más alta y una moneda muy debilitada”.
Una fuente diplomática reconoce que sigue el tema con atención, ya que la principal inversión española en Turquía es el banco Garanti, cuyo accionista mayoritario es el BBVA. En los últimos meses, bancos europeos como el italiano UniCredit o el francés BNP Paribas han reducido su participación en bancos turcos, mientras otros como el británico HSBC y el holandés ING barajan su salida del mercado turco. BBVA ha subrayado en varias ocasiones que confía en la solidez de su inversión en Turquía.
Con todo, el Ejecutivo aún no se ha atrevido a inmiscuirse en las entidades con participación extranjera. En una reciente visita a Turquía, la ministra de Exteriores española, Arancha González Laya, aseguró que ambos países se han comprometido a incrementar el volumen de comercio bilateral, y que el Ejecutivo turco ha dado la garantía de que toda inversión se hará “en condiciones de transparencia y en condiciones comerciales”. En caso de que hubiera problemas se pondrían en marcha los “mecanismos de revisión” existentes.
La crisis inducida por la Covid-19 ha llegado cuando la economía turca se recuperaba de su crisis cambiaria de 2018. Y, como en anteriores ocasiones, el Gobierno ha tratado de contrarrestarla espoleando los créditos a bajo coste. En el último lustro, la banca pública turca ha triplicado el volumen de créditos concedidos mientras que, en los últimos dos años, las entidades privadas lo han reducido un 20 %, algo que molesta al Ejecutivo. El pasado otoño, una fuente del regulador bancario llegó a decir a la agencia Reuters que Erdogan estaba “perdiendo la paciencia” con los bancos privados, y probablemente de ahí el intento de introducir a su gente en los consejos de administración.
El exgobernador del Banco Central considera que esta explosión del crédito es un “engaño” para “intentar mostrar que la economía se mueve”. “Cuando termine su efecto seguiremos teniendo los mismos problemas que antes, y habremos hipotecado el futuro de las nuevas generaciones”, critica.
Sabido es que el presidente turco ha presionado para rebajar lo máximo posible los tipos de interés y, en julio del año pasado, destituyó al gobernador del Banco Central por no plegarse a sus demandas: en los doce meses siguientes el tipo de referencia pasó del 24 al 8,25% (pese a haber una inflación interanual del 12%). Pero esto ha debilitado mucho la lira turca, que ha caído un 20% respecto al euro en lo que va de 2020. Sin la posibilidad de elevar los intereses para revalorizarla, el Banco Central de Turquía y las entidades públicas se han lanzado a la venta masiva de divisas. Las reservas en divisa extranjera de la autoridad monetaria turca se han reducido un 40 % en apenas 7 meses y, si bien sus reservas internacionales -incluidas las de oro- se mantienen por encima de los 90.000 millones de dólares, más de la mitad son en canjes (swap) a corto plazo. La agencia de rating alemana Scope cree que estas cifras “son más que adecuadas para cubrir los servicios de deuda de 2020, pero la merma de las reservas hace a la economía turca menos resistente a periodos de crisis”.
Desde inicio de año, inversores extranjeros han retirado más de 12.000 millones de dólares de la bolsa de Estambul y del mercado de bonos, y otros 3.000 millones en inversión directa. Ello pese a que las cuentas públicas y el perfil de inversión de Turquía siguen siendo de los mejores entre los mercados emergentes. La razón, según dijo el analista de inversión Timothy Ash en una reciente entrevista con el economista turco Atilla Yesilada, es “el control hasta el último detalle que ejerce el Gobierno y que dificulta cada vez más hacer negocios e invertir”.
La situación también pasa factura en la opinión pública interna: la mayoría de los turcos son pesimistas sobre la dirección de la economía. A la pregunta “¿Qué haría si tuviera 100.000 liras (12.000 euros)?” hecha por la empresa demoscópica Istanbul Ekonomi Arastirma, el 28,5% de los encuestados respondió que las utilizaría para pagar sus deudas actuales, el 22,5% para el avance de una vivienda o un coche y casi el 30% que lo convertiría en oro (otro 9% en divisa). Sólo un 8,6% se atrevería a ahorrar en liras.
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