El yerno favorito de Erdogan
Berat Albayrak ha vivido un ascenso meteórico en dos décadas como mano derecha del presidente turco
El 11 de julio de 2004, Estambul acogió una boda de dimensiones imperiales. Más de 7.000 invitados, 5.000 agentes de policía en guardia y, como testigos del enlace, el rey Abdalá II de Jordania, el general y entonces presidente de Pakistán Pervez Musharraf y los primeros ministros de Grecia y Rumania. Los novios: Esra Erdogan, de 23 años, y Berat Albayrak, de 26. Cuestionado por sus orígenes humildes desde el inicio de su carrera política, el mandatario turco Recep Tayyip Erdogan siempre ha manejado las cuestiones familiares como asuntos de Estado (y viceversa), con la intención de dejar un clan que le sobreviva y pueda mirar a la cara a las grandes familias turcas que han impreso su nombre con letras doradas a lo largo de casi un siglo de historia republicana. Y los matrimonios de sus hijas no han sido una excepción.
Berat es hijo de Sadik Albayrak, un veterano escritor islamista que llegó a ser diputado y que, para Erdogan, era un “ídolo”. “Los hijos de Don Tayyip venían a nuestra casa, nosotros íbamos con los nuestros a la suya. Crecieron juntos. No es que concertáramos su matrimonio, pero sí que [Esra y Berat] se prometieron siguiendo los usos y costumbres turcos. No es propio de nuestra tradición el flirtear en las calles”, relataba el consuegro del presidente turco antes de la fastuosa boda, en unas declaraciones recogidas por el diario Vatan.
Erdogan había comenzado a pensar en el joven Berat como un buen partido para su hija un par de años antes. Durante una gira por Estados Unidos previa a asumir el poder, su futuro yerno —que estudiaba un máster en Administración de Empresas en la Universidad Pace de Nueva York— le invitó a dar una conferencia. Aquella noche cenaron juntos y charlaron. Albayrak se demostró un chico espabilado y ambicioso, no iba a defraudar a Erdogan.
En 2004, Albayrak fue nombrado representante para EE UU del grupo Çalik —uno de los mayores conglomerados empresariales de Turquía— y tres años más tarde, cuando regresó a su patria, ya era el director ejecutivo de la empresa. Desde ese puesto empezó a demostrar su valía para Erdogan, primero, al adquirir en 2008 el grupo Sabah-ATV, que confió a su hermano mayor, y se convirtió en el primer gran altavoz mediático de Erdogan en un momento en que buena parte de la prensa estaba en su contra. Más tarde, en 2013, fue quien diseñó el plan de venta que permitió a Çalik deshacerse del grupo —que financieramente hacía aguas, pero seguía siendo una importante herramienta de propaganda para el Gobierno— sin que este cayese en manos de propietarios extranjeros (Time Warner y News Corp llegaron a pujar por él). Ambas operaciones, según denunció la oposición, estuvieron plagadas de irregularidades.
Albayrak fue recompensado. En 2015, Erdogan obligó al entonces primer ministro, Ahmet Davutoglu, a incluirlo en su Gobierno como Ministro de Energía. Los restantes miembros del Gabinete se quejaban de que, constantemente, el “yerno” se inmiscuía en asuntos de otras carteras, pero ese era precisamente el plan: Erdogan, que entonces aún no había logrado imponer su reforma para transformar Turquía en un régimen presidencialista, necesitaba topos en el Gobierno, aún sede del poder Ejecutivo.
No en vano, la operación que defenestró, en 2016, a Davutoglu —bastante querido en los pasillos europeos por su talante negociador— partió del entorno de Albayrak. De repente, apareció un blog anónimo que acusaba al primer ministro de “deslealtad” y “traición” al presidente por no seguir sus planes. Pero no era tan anónimo: había sido lanzado desde la conocida como Mansión del Pelícano, a orillas del Bósforo, alquilada por el yerno como sede de una de sus organizaciones. El blog abrió la veda a la prensa erdoganista para que disparase a matar contra Davutoglu, que se vio obligado a dimitir.
Erdogan es de natural desconfiado. Más aún desde 2013 cuando sus antiguos aliados, la cofradía de Fethullah Gülen, se lanzaron contra él mediante acusaciones de corrupción cuyas pruebas se basaban en pinchazos telefónicos incluso de las líneas privadas del mandatario. De ahí que Erdogan confíe las cosas más importantes a un núcleo cada vez más reducido. Si son familiares, mejor aún.
Por eso, cuando entró en vigor el nuevo sistema presidencialista, el pasado junio, y las carteras económicas fueron unificadas bajo un nuevo superministerio, decidió colocar al frente a Albayrak, quien en su breve etapa como columnista financiero —en el diario Sabah— se había dedicado a exponer las teorías económicas de su suegro: esto es, que la economía de Turquía va bien, pero las malignas fuerzas extranjeras se empeñan en destruirla.
Erdogan debió pensar que, si Trump colocaba a su yerno y a su hija en la Casa Blanca, por qué no iba a hacer él lo mismo con Albayrak. Sin embargo, el nombramiento sentó como un tiro en el mundo de los negocios, especialmente en aquellos de capital extranjero. “Un gesto de poder gratuito”, lo definió una fuente. Millones de dólares en inversiones financieras se volatilizaron en espacio de unas semanas, dando lugar a una seria crisis de su divisa.
Queda saber si Albayrak continuará escalando puestos y se convertirá en el delfín de Erdogan. Desde luego competencia habrá. El mes pasado protagonizó un extraño incidente, al chocar —literalmente— con uno de los pesos pesados del Ejecutivo, el ministro de Interior Süleyman Söylu, otro de los que hacen números para ser favorito del presidente. La mirada de reojo que lanzó Albayrak parecía decir: cuidado, en el coto familiar no se admiten extraños.
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