Mantener las constantes vitales
El orden de prioridades es nítido: primero las personas, después las empresas y finalmente el sistema financiero, ninguna de ellas podrá salvarse si no se salvan todas
La epidemia sanitaria y el parón económico se cruzan en un punto como unas tijeras de podar. Para vencer sanitariamente la pandemia global del coronavirus hay que suspender la mayor parte de la actividad económica. Cuando casi todo esté detenido en la producción se darán las mejores condiciones para disminuir radicalmente los contagios personales, modificar la tendencia defensiva e iniciar la recuperación. Hay que aletargarse para volver a la normalidad.
Mientras tanto, la principal misión de los poderes públicos será mantener las constantes vitales de la sociedad, que es el objetivo de las medidas tomadas este martes (supervivencia) y el pasado viernes (estado de alarma y normas de convivencia) por el Consejo de Ministros. El orden de prioridades es, en esta ocasión, nítido: primero las personas (dependientes, asalariados y autónomos), después las empresas y finalmente el sistema financiero, aunque esta separación en partes tenga mucho de escolástica: ninguna de ellas podrá salvarse si no se salvan todas. Las prioridades equivocadas fue una de las lecciones aprendidas durante la Gran Recesión que conviene no olvidar pronto.
El gran economista Olivier Blanchard decía el lunes muy expresivamente que esto es una guerra, y que en una guerra no se escatiman gastos. El presidente del Eurogrupo, el portugués Mario Centeno, declaraba el mismo día: “Haremos lo que sea necesario y más para reestablecer y apoyar una recuperación rápida” (si bien sus palabras y los hechos de la organización inorgánica que lidera entran hasta ahora en flagrante contradicción). Y la cumbre del G7, reunida a principios de la semana en Washington, se comprometía a hacer todo lo necesario, usando todas las herramientas y de forma coordinada, al ser ésta una crisis de naturaleza nueva más allá de una tradicional recesión que parece inevitable.
Los límites procedimentales a las políticas de estímulo, y a la inversión y el gasto público se están difuminando. La eurozona parece haber puesto también en cuarentena el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en lo referido al déficit y la deuda pública e incluso a las ayudas estatales. Y en aquella antipática reforma del artículo 135 de la Constitución, aprobada con agostidad en el verano de 2011, en la que se proclamó que el pago de la deuda pública tenía prioridad absoluta sobre cualquier otra partida del gasto, también se dejó espacio a una excepcionalidad como la pandemia en cuestión: “Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública solo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situación de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente a la situación financiera o a la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciados por mayoría absoluta del Congreso de los Diputados”. Verde y con asas.
Así pues, solo resta la voluntad política. Que es la que expresó con contundencia este martes el presidente de Gobierno en una muy confortadora intervención, y que es la que lamentablemente ha faltado hasta ahora en una Europa que sigue renqueante en todos los grandes problemas, y que no ha sido capaz ni siquiera de fijar hasta hoy una respuesta fiscal común. Observamos nostálgicos ahora a Europa “desde la perplejidad”, como diría el maestro Javier Muguerza.
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