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Una montaña de deuda amenaza a los emergentes: 50 billones de euros que exigen “corregir el rumbo”

El Banco Mundial alerta de la vulnerabilidad ante unos pasivos que ya superan el 170% del PIB y que registran, desde 2010, su mayor escalada en cinco décadas

Rueda de prensa del Banco Mundial en Washington. En vídeo, declaraciones del director de la institución en China, Martin Raiser.Vídeo: Jose Luis Magana
Ignacio Fariza

Uno, dos, tres. Y cuatro. El primer gran ciclo de endeudamiento de los países emergentes terminó abruptamente en los ochenta: fueron los años de la gran crisis latinoamericana, que derivaron en una década perdida. El segundo concluyó con el estallido de los noventa al otro lado del Pacífico, que dejó en los huesos a los tigres asiáticos. El tercero desembocó en la crisis financiera global de 2007 y 2008, y muchos países occidentales —y, muy especialmente, del sur de Europa— aún pugnan por recuperar el tono económico previo. El cuarto, iniciado en 2010, aún está en ciernes: su desenlace todavía es una incógnita, pero los precedentes no invitan, ni mucho menos, al optimismo.

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Los países en vías de desarrollo cerraron 2018 con un pasivo total, entre público y privado, de 55 billones de dólares (casi 50 billones de euros), según los cálculos del Banco Mundial publicados este jueves. Una cifra que requiere una dosis de perspectiva para comprender su dimensión real: la bola de nieve equivale ya a 42 veces el PIB español, a casi seis veces la suma de todas las economías latinoamericanas y a más de 25 veces el valor de mercado de la empresa más grande del mundo, Saudi Aramco.

La progresión es aún más preocupante, como reconoce el organismo con sede en Washington: en menos de una década, los países emergentes han visto cómo sus obligaciones pasaban de superar por poco el triple dígito a principios de la década que toca a su fin al 170% del PIB actual, un nuevo máximo histórico. Nueve ejercicios consecutivos a razón del 7% anual han resultado en el aumento de deuda emergente "más largo, más rápido y de base más amplia". Incluso dejando de lado el caso específico de China, un país en el que el aumento de la deuda ha sido "particularmente pronunciada", según el estudio Olas globales de deuda, los datos son inquietantes: el pasivo del resto del bloque ha pasado del 88% del PIB en 2010 al 107% a cierre de 2018, último dato disponible.

La deuda no es necesariamente buena ni mala: depende de cuánto se pide y, sobre todo, de a qué se destine el dinero prestado. "Puede ayudar a atender necesidades urgentes de desarrollo, como la infraestructura básica", subraya el presidente del Banco Mundial, David Malpass, en el informe hecho público a última hora del jueves. "Pero mucha de la actual ola de deuda, imponente, está tomando formas más arriesgadas". Para más inri, en comparación con los años previos a la crisis de 2007 a 2009 —cuando el crecimiento se extendió por el bloque a lomos del superciclo de las materias primas, ya concluido—, las economías de los países en vías de desarrollo han crecido a un ritmo mucho más lento, "incluso a pesar de que la deuda crecía a un ritmo más rápido".

Sin crecimiento económico

"La historia", reza una frase que se le atribuye al escritor Mark Twain, "no se repite pero rima". Y las vulnerabilidades son ahora más evidentes que nunca: a diferencia de una década atrás, cuando la Gran Recesión aún estaba en la incubadora, las tres cuartas partes de las naciones emergentes gastan más de lo que ingresan cada año, la deuda de sus empresas denominada en dólares es "significativamente más alta" y sus déficits por cuenta corriente son, atención, cuatro veces mayores. "En estas circunstancias, una subida repentina en las primas de riesgo podría precipitar una crisis financiera, como tantas veces ha sucedido en el pasado", remata Malpass. "Claramente, es hora de corregir el rumbo".

Mientras dure la era de los tipos de interés ultrabajos, una anomalía en la serie histórica, los emergentes no tendrán grandes problemas para aguantar: los inversores, ávidos por lograr un interés superior a cero, seguirán buscando un buen destino para sus ahorros. Pero cuando las tornas cambien, el desequilibrio acumulado pasará factura. "Hay un riesgo real de que este periodo siga el patrón histórico de sus predecesores y acabe en una crisis financiera", remarcan los técnicos del Banco Mundial. "Los emergentes han pasado por periodos de volatilidad en el transcurso de la actual fase de acumulación de deuda sin haber experimentado crisis financieras. Sin embargo, el tamaño, excepcional, y la velocidad de esta cuarta ola debería llevar a la pausa a quienes dictan las políticas a seguir". Un aviso de lo que puede estar por llegar, antes de que sea demasiado tarde.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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