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ANALISIS / XAVIER VIDAL-FOLCH
Columna
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Europa en la guerra comercial

Todo el iliberalismo que obstaculice el comercio internacional perjudica a la UE más que al resto

Xavier Vidal-Folch
El presidente Donald Trump, durante un discurso en la Casa Blanca el pasado jueves.
El presidente Donald Trump, durante un discurso en la Casa Blanca el pasado jueves. Manuel Balce Ceneta (AP)
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La Unión Europea esquivará hoy un insidioso envite: el alza de los aranceles de EE UU a la exportación de sus automóviles.

Solo falta que se haga oficial, pues la Administración Trump ya filtró el aplazamiento de este castigo por seis meses. Aunque nunca se puede estar seguro de nada ante el estilo volátil, imprevisible e histérico de la actual Casa Blanca.

Un ejemplo es su actitud ante China: acaba de ejecutar la segunda ronda de aranceles justo cuando propagaba que estaba al borde del acuerdo.

La amenaza proteccionista contra los coches europeos era muy insidiosa por su cuantía: mientras que la tarifa-base a los productos chinos solo ha aumentado dos veces y media (del 10% al 25%), la pensada para la automoción europea la multiplica diez veces (del 2,5% al 25%).

Y también por quién es su principal perjudicado: Alemania. Su mercado americano es muy relevante: para Daimler, el 25% de su exportación; para BMW, el 17%. Y ya hemos comprobado cómo un resfriado de este sector productivo alemán provoca la neumonía de la eurozona.

En efecto, el último trimestre de 2018 la nueva normativa energética europea sobre la automoción recidivó en una cuasi recesión, y esta, empeoró más la ralentización de la economía europea. De lo que se ha recuperado en el primer trimestre de 2019, con un alza del 0,4% del PIB, albricias.

Pero no deja de servir como ilustración útil sobre cómo las grandes crisis suelen empezar por causas modestas (sólo un sector), limitadas (pocos países) o aparentemente imperceptibles. También la debacle de las cajas españolas prendió al explosionar la periférica —nada sistémica—, Caja Castilla-La Mancha.

Al cabo, Europa es la más afectada por la guerra comercial porque es la primera potencia comercial mundial y la economía más abierta de todas. Todo el iliberalismo que obstaculice el comercio internacional la perjudica proporcionalmente más que al resto.

Por eso es sana la continuidad en la estrategia de tratados comerciales que le ha llevado a firmar en los últimos tiempos tres de gran alcance. Con Corea del Sur —que ha generado ya grandes resultados para ambas partes—, Canadá —que ha incorporado nuevos sistemas más públicos de resolución de conflictos— y Japón.

Todos ellos garantizan la autonomía legislativa de los europeos en materias sensibles en las que destacan, como los requerimientos medioambientales y laborales. En parte debidos a las presiones ecologistas, sindicales y de la izquierda de la izquierda: lo que hace más incomprensible que esta no module su prejuicio anticomercial, heredero del estéril recelo contra la Europa de los mercaderes que retrasó la incorporación al europeísmo de los partidos comunistas.

Pero esa estrategia es ya insuficiente para doblegar los rígidos enfoques de sus rivales mundiales. Occidente tiene razón en que el modelo del capitalismo asiático (formalmente comunista) malea la competencia a través de las ayudas de Estado y el enorme poder de sus empresas públicas. Pero carece de ella el modo pistolero de Trump para afrontarlo, con bilateralismo alicorto y guerras comerciales que a todos acaban perjudicando.

China tiene razón en su voluntad de mantener su exportación gracias al sistema comercial multilateral. Pero no a base de pervertir su alma mediante subvenciones desmedidas y medidas iliberales.

Hay que articular con otros socios nuevos enfoques susceptibles de desbordar ambos egoísmos.

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