Una inflación distinta
No parece que el desajuste entre la subida de precios y la de salarios vaya a corregirse pronto
Tras varios años de desinflación, parece llegar ese punto de inflexión en el que los precios crecen pero con una composición y unas implicaciones que hacen que esta inflación sea distinta. Mucho más que el coste de la cesta de la compra. Una primera consideración es que el IPC está en la actualidad impulsado por la energía pero no va seguido de una inflación de salarios. Conclusión sencilla: nos hacemos más pobres. No parece, además, que este desacoplamiento entre el índice general y la remuneración de los asalariados vaya a corregirse pronto. El cambio en la estructura productiva, en el que la digitalización sustituye empleo tradicional, afecta, al contrario de lo que muchas veces se quiere hacer ver, a una cantidad importante de empleo cualificado, lo que puede hacer que los salarios moderados sigan así durante mucho tiempo.
Esta situación es parte de esa realidad tan oscura para los sistemas de incentivos en la que es posible que los salarios de las rentas (hasta ahora) medias se acerquen a los de los niveles reducidos, difuminando aún más la clase media. Los empleos en nuevos sectores son, sin duda, atractivos y pueden optar a mejor remuneración, pero la transición y adaptación de la formación a la demanda de trabajo no va a ser rápida. Perdurarán los desajustes entre formación y empleo. Y sumados los efectos generacionales de la desocupación generada por la crisis, se confirma que estamos en un proceso de dura transición. Y no sólo en España. Incluso en países como Estados Unidos, cercanos al pleno empleo y con inflación, existe un malestar en cuanto a ocupación y los salarios que no es preciso motivar estos días.
Una segunda cuestión ampliamente debatida hoy en día es la que se refiere a la solidaridad intergeneracional y la sostenibilidad de las pensiones. Que el sistema de pensiones no se mantiene ha quedado ampliamente demostrado desde múltiples frentes. Financiarlo con deuda es una necesidad a corto plazo y un despropósito en un largo plazo. El cambio demográfico la convertiría en una carga inabordable. Mientras no haya propuestas de solución, tiene todo el sentido proteger las pensiones mínimas (por dignidad) en relación a los precios pero todo lo demás debe ser replanteado por la propia sostenibilidad del sistema. Bien planificado y con toda la solidaridad que se considere necesaria, un sistema que pivotara en torno a la capitalización de las aportaciones al sistema de pensiones no debería molestar a nadie y traería muchas soluciones.
En tercer lugar, la inflación actual encierra los efectos de otro cambio de paradigma, el de la energía. España sigue sin modelo energético e incluso ha perdido parte de su credibilidad para cambiarlo. Mientras la inflación suba, esta vulnerabilidad también lo hará.
Finalmente, un cuarto efecto es la política monetaria. En la eurozona también suben los precios y la retirada de estímulos, aunque lenta y progresiva, será, más pronto que tarde, una realidad. Esto traerá tipos de interés más elevados y deuda más cara. Tras tiempo esperándola, esta inflación no es bienvenida.
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