Envidiar a la inflación
La política monetaria, por sí sola, difícilmente puede resolver los problemas de la Eurozona
La envidia no es sana pero a veces es inevitable e ilustra la relatividad de las preocupaciones humanas. Resulta difícil entender cómo un problema que se está tomando muy en serio en Estados Unidos, lo consideraríamos casi una bendición en Europa. Los últimos datos de inflación de la economía norteamericana -en particular, el índice de precios de consumo definitivo de mayo- revelan un crecimiento por encima de lo previsto. En particular, en algunos componentes, como energía y alimentación. Esto ha hecho saltar algunas alarmas porque parte de la subida de precios estimada por la Reserva Federal para 2014 está llegando más rápido de lo que se esperaba. Y el "drama" que genera la controversia es que este aumento llega cuando aún no se ha alcanzado el pleno empleo, aunque se avanza rápidamente hacia él. Ojalá Europa estuviera ante esa tesitura. La cuestión, en definitiva, es que en Estados Unidos se está sosteniendo un debate que aún tardará (años) en producirse en Europa porque hoy es ciencia ficción. Y que, de producirse, llegará tarde y con una gama de opciones mucho más limitada: se trata de si la política monetaria no debería endurecerse de forma más acelerada a cómo lo está haciendo. Algunos recuerdan que, en el pasado, ya otros presidentes de la Fed como Greenspan o Volcker permitieron niveles medios de inflación superiores a los que ahora inquietan. Lo que ocurre es que el recorrido de vuelta de la tremenda expansión cuantitativa de los últimos años sigue siendo, en parte, un terreno desconocido por lo que cualquier comparación con el pasado debe ponerse en cuarentena.
Ayer conocíamos el dato adelantado de inflación de la Eurozona de junio, que la estima en el 0,5%, la misma que en mayo, mes en el que se acogió con nerviosismo la moderación de precios, lo que, entre otros factores, llevó al BCE a actuar. Sin embargo, la reducción de tipos de interés, tal y como se esperaba, ha tenido un impacto limitado y la autoridad monetaria tendrá que ir pensando qué más se puede hacer. Por eso, aunque no se espera ninguna decisión adicional significativa en la reunión de este jueves en Fráncfort, las palabras de Draghi se seguirán con mucha atención por si se apunta algo sobre qué otras armas no convencionales se están considerando ahora que a la ortodoxia se le agota la munición.
Luego está la parte que Draghi siempre recuerda pero que nadie parece querer escuchar: la política monetaria, por sí sola, difícilmente puede resolver los problemas de la Eurozona y lanzar su recuperación. Los procesos políticos que ahora se están tratando de cerrar en Bruselas constituyen la enésima excusa para evitar poner sobre la mesa medidas verdaderamente efectivas para una Europa enferma. Lo elevado de los niveles de deuda pública limita el recorrido de los estímulos fiscales pero las instituciones comunitarias no arbitran soluciones comunes y tan solo actúan como policías de la voluntad individual. Echamos de menos incrementos de precios algo más elevados y ojalá que dentro de un tiempo no tengamos que añorar la desinflación. Si así fuera, significaría que el fantasma de la deflación ha vuelto con fuerza. Ese es un riesgo que no podemos permitirnos. Ya van varios avisos porque, si finalmente llegase, la deflación se engancha como una lapa. Aún es un riesgo lejano pero, de momento, Europa no ofrece soluciones y lo fía todo al BCE.
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