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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Argentina volátil

El país sigue exhibiendo limitaciones propias de una economía subdesarrollada

Qué difícil es que la economía argentina mantenga una senda de crecimiento mínimamente sostenible! Cuando no son desequilibrios macroeconómicos, son decisiones de política económica las que acaban erosionando la confianza de los propios argentinos y de los inversores internacionales en el país de forma recurrente. Las instituciones, factor esencial en la consecución de ritmos de avance en la prosperidad de las naciones, siguen adoleciendo de la suficiente calidad, de confianza por parte de los agentes económicos, aun cuando solo sea para dotar de credibilidad a las estadísticas económicas, como ocurre desde hace tiempo con la relativa a la variación de la inflación.

El principal exponente de esa inestabilidad en el crecimiento lo tenemos reciente. El pasado año, la tasa de expansión de la producción de bienes y servicios no alcanzó el 2%, mientras que en 2011 fue del 9%. El conjunto de América Latina, que también sufrió la desaceleración de la economía mundial, no registró una inflexión tan pronunciada: creció un punto y medio porcentual menos que en 2011, alcanzando el 2,6% de media regional. Es destacable la caída en la actividad manufacturera de febrero de este año. A pesar de ese magro crecimiento, la tasa de inflación según todas las estimaciones estuvo en torno al 11%, por encima del promedio de la región (6,5%). La posición de la competitividad exterior no ha dejado de deteriorarse, reflejándose en la reducción del superávit por cuenta corriente, de las reservas internacionales y en la continua depreciación del tipo de cambio.

Argentina utiliza los precios de la energía como reclamo político

La principal responsable de esta discontinuidad en el crecimiento económico argentino fue la inversión empresarial, que se contrajo casi un 5% el año pasado. Y es que las condiciones de estabilidad macroeconómica y regulatoria siguen siendo impropias de una economía que necesita asentar la confianza. Ni las limitaciones al libre comercio de mercancías, con obstáculos y barreras a la importación, ni limitaciones cambiarias favorecen esa mínima normalidad en la que asentar decisiones a largo plazo, como son las que llevan consigo la inversión empresarial, ya sea doméstica o externa. Además, Argentina sigue exhibiendo limitaciones propias de una economía subdesarrollada. A pesar de la retórica oficial, la recaudación fiscal media sigue siendo de las más bajas de América Latina. Eso no solo condiciona decisiones de distribución entre la población, sino que además imposibilita la disposición de un stock mínimo de capital público en el que asentar las decisiones de inversión privada y el crecimiento futuro.

El otro ámbito de las decisiones públicas donde las autoridades argentinas tienen que homologar sus prácticas es en el respeto a los derechos de los inversores extranjeros. El caso de la expropiación de YPF, propiedad de Repsol, es un buen ejemplo de la arbitraria regulación argentina. El expolio no tiene su origen en los incumplimientos, reales o ficticios, del grupo español en sus compromisos de inversión, sino en la necesidad del Gobierno argentino de contar con un grupo empresarial en el que cargar los costes de una política energética insensata, que utiliza los precios de la energía como un reclamo político. La YPF argentina pagará la factura de mantener artificialmente bajos los precios de los combustibles, y probablemente acabará arruinada en ese intento.

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