Brasil y el PIB alegre
El gigante crecerá un 4% en 2013 gracias a una receta que combina capitalismo liberal con la intervención del Estado en aspectos esenciales
Brasil no tiene una economía, tiene un estado de ánimo. Y en él se refleja un país que ha sido capaz de incorporar la alegría a su producto interior bruto (PIB). No le faltan motivos. La riqueza del gigante sudamericano crecerá un 4% en 2013, los tipos de interés (7,25%) están en su mínimo histórico, casi 40 millones de personas se han unido a la clase media, la pobreza cayó un 55% entre 2001 y 2011, el paro es bajo (5,4%) y encima los analistas nos cuentan que tienen margen para poner en marcha políticas keynesianas, de las que tan necesitados estamos en Europa. Es verdad que en los últimos trimestres se ha desacelerado el crecimiento, pero cuando se crece al 7,6% —como hicieron en 2010— llega un momento en el que la lógica obliga a enfriar la turbina económica para evitar el sobrecalentamiento.
Estos son los muros maestros que gobiernan el presente de la sexta economía del mundo, un gigante de 197 millones de habitantes que ha hecho de la prosperidad su personal patio de recreo gracias a una combinación de crédito abundante —que tira del consumo interno—, tipos atractivos para el capital extranjero y un mercado internacional deseoso de materias primas, sobre todo agrícolas, de las que es el tercer mayor exportador del planeta, tras Estados Unidos y la Unión Europea.
Pero no se comprendería el éxito ni los problemas de un territorio que ha sido capaz de crecer el 3,8% de promedio en los últimos 10 años sin entender su política económica y monetaria, así como el alto volumen de capitales internacionales que está recibiendo (33.297 millones de euros en el primer semestre del año). “Muchos de estos flujos tienen, o han tenido, un destino especulativo, aprovechando unos tipos de interés altos (hasta el 12,5%) y una economía en crecimiento, lo que genera tensión en los precios y apreciación en la divisa”, reflexiona un economista de un gran banco que desea no ser citado. ¿Primera consecuencia? Las exportaciones pierden competitividad.
Esta situación se ha ido agravando, además, con la llegada de dinero procedente de las últimas inyecciones monetarias de la Reserva Federal estadounidense. Ante esto, el Gobierno ha actuado con rapidez y sin miramientos. Ha reducido los tipos a un mínimo histórico del 7,25% y, al mismo tiempo, “trata de mantener el cambio por encima de los dos reales por dólar para impulsar la competitividad en la industria, lo que, a su vez, presiona los precios al alza”, describen en el departamento de estudios de la Caixa. Debido a esto, en 2012 y 2013 la inflación podría superar el objetivo del 4,5%.
Pero la inflación es un riesgo controlable. Y con ella a buen recaudo, la Administración se ha embarcado en una serie de reformas que, si bien “no son radicales” —en palabras de Alex Gorra, especialista en renta variable brasileña del banco BNY Mellon—, “lo que buscan es poner más dinero en los bolsillos de las clases populares”. La factura de la luz, una de las más caras del mundo, bajará un 20% el próximo febrero y el Gobierno ha usado los bancos estatales (Banco do Brasil y Caixa Econômica) para ofrecer créditos más baratos con el propósito de forzar a la banca comercial (que no estaba muy por la labor) a seguirle. En Brasil, los préstamos al consumo superan con facilidad un 30% de interés anual, y el 100% si pensamos en una tarjeta de crédito.
Un mercado más normal
“Estas medidas van en la dirección correcta con el fin de convertir el país en un mercado más normal”, indica Luiz Ribeiro, gestor del fondo DWS Invest Brazilian Equities. “Pero a corto plazo, los inversores podrían interpretarlo como una intervención excesiva”. O, como señala Alexis Ossés, analista de XTB Chile, “las nuevas reglas para el sector eléctrico, con esa bajada media del 20%, amenazan las inversiones necesarias para mantener la capacidad energética de Brasil”.
Pero, paradójicamente, o quizá no tanto, lo que desagrada a los mercados tal vez sea el mayor logro económico de los nueve años de gobierno del Partido de los Trabajadores (ocho con Lula da Silva y uno con Dilma Rousseff), y es saber combinar la esencia más liberal del capitalismo con cierta intervención del Estado en temas prioritarios para los ciudadanos.
Y es justo en este momento cuando la palabra “intervención” nos lleva al viejo Keynes y a sus medidas para estimular la economía, ya que frente a la austeridad impuesta en la oxidada eurozona (el Fondo Monetario Internacional vaticina que creceremos un anémico 0,2% en 2013), el vigoroso Brasil ha optado por el gasto público e invertirá 53.500 millones de euros durante los próximos 25 años en carreteras y ferrocarriles, de los que la mitad se desembolsarán en el lustro que viene, coincidiendo con el Mundial de fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016). De manera significativa lo han llamado Plan de Aceleración Económica (PAC).
Esta iniciativa, a ojos de Alex Gorra, de BNY Mellon, tiene todo el sentido. “Para que Brasil crezca de forma sostenible, o sea, entre el 5% y el 6% anual, debe invertir un 22% de su PIB”. Sobre esta frase encaja el PAC, lanzado en 2007 por el ex presidente Lula da Silva y rematado ahora por Dilma. El plan prevé el trazado de 7.500 kilómetros de carreteras y 10.000 de red ferroviaria, incluida la compleja línea de alta velocidad entre Río de Janeiro y São Paulo, que nos alerta del riesgo en el encaje medioambiental que podrían tener las nuevas infraestructuras. Otro desafío son los altos precios de la vivienda como consecuencia del boom económico, que pone en peligro la consecución del programa Minha Casa, Minha Vida, el cual prevé construir dos millones de viviendas populares entre 2011 y 2014.
Aun así, la presidenta brasileña, que goza de una popularidad impensable —el 75%— en otras latitudes, cuenta con un apoyo que evidencia que buena parte del país respalda el camino escogido. “Los mayores logros de Dilma Rousseff”, valora Murillo de Aragão, presidente de la consultora Arko Advice, “han sido esbozar programas de inversiones en infraestructuras, bajar con éxito las tasas de interés que cobraban los bancos \[unas de las más altas del planeta\] y reducir algunos impuestos”.
La clave, crecer y distribuir
Aunque lejos de la economía, pero cerca de lo social, el periodismo, que siempre exige titulares, ha encontrado uno que nos lleva al ADN de lo que significa hoy Brasil. “El gran éxito del país es crecer y distribuir al mismo tiempo”, condensa Federico Steinberg, investigador principal de Economía Internacional del Real Instituto Elcano. Y es aquí, cuando los números nos remiten a las personas, donde se siente el acierto o el fracaso de las políticas económicas de un país.
“Desde 2001, la desigualdad en las rentas se ha ido reduciendo constantemente”, desgrana Marcelo Neri, presidente del Instituto de Investigaciones Económicas Aplicadas (IPEA, por sus siglas en inglés), un think tank relacionado con el Gobierno. ¿Se puede cuantificar la caída? Entre 2001 y 2011, la renta per capita del 10% de los brasileños más ricos aumentó un 16,6%, en términos acumulados, mientras que la de los más pobres creció el 91,2%. Además, el índice de reducción de la desigualdad, según el IPEA, ha mostrado fortaleza a contracorriente del actual ciclo económico, llegando al 1,9% entre mayo de 2011 e idéntico mes de 2012. Son números muy esperanzadores, pero que no esconden que Brasil continúa siendo uno de los países con más desigualdades del planeta, donde el lujo más disparatado convive con la pobreza extrema. Pese a todo, los pobres han mejorado su situación de una forma desconocida hasta ahora. Y el PIB per capita ya suma 9.492 euros anuales.
Un mundo en un país
Primero fueron las grandes. Era el periodo 1997-2000 y Brasil comenzaba a mostrar lo que es hoy. Hasta allí llegaron los bancos y las principales compañías españolas. Y en poco tiempo situaron a España como el segundo inversor del país (20.488 millones de dólares), solo superado por Estados Unidos (23.914 millones). Ahora, transcurrido el tiempo, la presencia sigue intacta y viva. Y el ranking se mantiene. Tanto que actualmente hay "una oleada de inversiones españolas protagonizada por las pequeñas y medianas empresas", apunta Ramón Casilda, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). Con esta llegada, en el primer semestre del año, Brasil se ha convertido en el segundo país del mundo que más inversión (456 millones de euros) recibe de nuestro país. Mientras, los expertos de KPMG nos recuerdan que ya en 2011 absorbió 4.669 millones. Una vez más, únicamente superado por Estados Unidos. Demostrando que en los flujos comerciales no interviene el azar, sino el compromiso.
Sobre este último valor, Repsol aumenta sus exploraciones en el país, Santander compró el Banco Reale —que le ha situado como la tercera entidad más importante de Brasil—, Iberdrola cuenta con el holding Neoenergía —que tras la compra de la distribuidora Elektro es una de las grandes eléctricas que trabajan allí—, y Telefónica —cuya adquisición de la operadora móvil Vivo le da el control sobre casi el 30% de las líneas del territorio— sigue muy activa en licitación de 4G y en la cobertura de zonas rurales.
Estas empresas son la punta de lanza, pues, como desgrana Ramón Casilda, hasta esas tierras han llegado 18 compañías (Indra, Mapfre, Abertis, Iberdrola…) del Ibex 35 y más de 400 empresas españolas (Calvo, Isolux Corsán, Roca…). A la búsqueda de oportunidades que abarcan tantos sectores que solo es posible —con la ayuda de Antonio Hernández, socio de Sectores Regulados de KPMG— resumirlos: máquina-herramienta y bienes de equipo, medio ambiente, maquinaria agrícola, automoción, sector editorial, energía, telecomunicaciones, turismo, construcción, concesiones de transporte, comercio minorista. Todo un mundo en un solo país.
De hecho, si miramos con detalle la derivada social, la clase que más ha progresado es la que la Fundación Gertulio Vargas denomina clase C, aquellos que tienen ingresos entre 1.610 y 6.940 reales (622 y 2.668 euros). Este segmento ha recibido desde 2003 unos 30 millones de personas procedentes de estratos más bajos. Un grupo muy valioso, ya que en gran parte es el responsable de impulsar el consumo interno, que representa el 60% de la riqueza del país. Este porcentaje, a su vez, revela que Brasil es todavía una economía algo encerrada en sí misma.
Daniel Galván, socio del Banco de inversión GBS Finanzas, acaba de llegar del país, donde trabajan al lado de su alter ego financiero BTG Pactual. Y en la mirada trae su lectura de esas tierras y ese ensimismamiento. “Las compañías brasileñas tienen gran interés por exportar, pero sobre todo las agroindustriales, no así las de retail”, ahonda. “En lo que están muy poco o casi nada interesadas es en comprar compañías fuera. Su criterio es que les basta con el mercado interno”, analiza Galván.
A pesar de ello, se han beneficiado del “positivo impacto que, desde el punto de vista comercial, ha supuesto la mayor presencia de China y su creciente papel en el comercio del planeta”, apunta Marcelo Kfoury, economista de Citi para Brasil. Y aclara: “Me refiero al aumento del precio de las materias primas”. Gracias a este comportamiento, los ingresos procedentes por esta vía, y por las ventas al coloso asiático, han mejorado los salarios del país, precisa este analista. “Pero también”, incide, “dañaron su competitividad industrial”, debido a la apreciación de la divisa y al aumento de los costes laborales. Es difícil, como se ve, encontrar el equilibrio. Ya lo advierte Javier Loizaga, presidente de la firma de capital riesgo Mercapital: “Brasil tiene que exportar algo más que materias primas”.
"El vuelo del pollo"
Esto también demuestra que ni siquiera crecer es fácil. La economía brasileña ha sufrido lo que se llama el “vuelo del pollo”. Tan pronto el ave deja el suelo, comienza a caer sobre la tierra, arrastrado por su propio peso. En 2010, con una economía creciendo al 7,6%, el ave se hallaba en su máxima altura. “Pero la crisis mundial, una divisa muy revalorizada y una relajación del consumo interno hicieron que la economía se desacelerara este año”, desgrana María José Román, analista de Ahorro Corporación. Se podría decir que hasta casi tocar tierra, ya que los expertos hablan de un PIB para 2012 cercano al 2%, bastante por debajo de sus posibilidades.
“Brasil es un país que puede aspirar a crecer más de un 4% en 2013”, prevén en el departamento de estudios de la Caixa. “Aunque para eso tiene que enfrentar algunas reformas pendientes en infraestructuras, flexibilizar el mercado laboral y reducir el peso de la burocracia [ocupa el puesto 130º sobre 185 países en el ranking del Banco Mundial en facilidad para hacer negocios]”, detallan en la caja de ahorros.
De ahí las medidas de estímulo que hemos visto, las propuestas para reducir el llamado coste Brasil (burocracia lenta y cara) y los esfuerzos dirigidos a que la economía brasileña sea algo más que agroindustria y turismo. Por ejemplo, en telecomunicaciones, Dilma Rousseff quiere Internet barato y generalizado. Para eso lanzaron hace dos años el Plan Nacional de Banda Ancha (PNBL, por sus siglas en portugués) con el fin de conectar todo el país y garantizar por menos de 20 euros conexión a la Red.
Una propuesta de calado dentro de un territorio enorme (8.514.876 kilómetros cuadrados) y que además tiene una banda ancha cara. Pese a todo, es el cuarto mercado móvil del mundo por número de líneas, con 255 millones, de los que unos 60 millones pertenecen a banda ancha móvil. Aunque no es suficiente. En 2016, todas las ciudades de más de 100.000 habitantes deberán tener 4G. El problema es que queda bastante camino por andar. Amadeu Castro, director de la asociación de operadores GSMA Brasil, relata que hace falta “desplegar más antenas de radio” si se quiere tener buena calidad. Y se queja de que los impuestos que afectan a los servicios y equipos móviles “están entre los más altos del mundo”, asegura.
Pese a todo, si bien el sector de las telecos representa a esta nueva economía, el boom de los últimos años sería inimaginable sin Petrobras (145.915 millones de dólares en ingresos en 2011), Banco do Brasil (81.887 millones), Banco Brandesco (65.137), Vale (58.990), JBS (36.921), Itaúsa-Investimentos Itaú (34.701), Ultrapar Holdings (29.073) o Brazilian Distribution (27.839). Son, según el ranking Fortune 500, las ocho compañías más poderosas de esta región.
Sin embargo, el poder, al igual que la gloria (ya lo enseñaba el escritor Graham Greene), es tan efímero como el vaho en un cristal. Lo sabe Dilma Rousseff de sus tiempos de guerrillera, y también Graça Foster, la nueva presidenta de Petrobras —la joya de la corona de las inversiones del país—, una ejecutiva fuerte y respetada que ha eliminado ese sentimiento casi nacionalista que envolvía a la petrolera y ha dado entrada, algo impensable hace pocos meses, al capital extranjero. Y esta es una de las imágenes que mejor resumen el nuevo Brasil. Riesgo, más apertura, juventud, ilusión, recursos naturales y un futuro que resuena a alegría.
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