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Reportaje:2011 | CONTRA LOS PREJUICIOS

Guille en positivo

Llegaron al mundo con un mes de diferencia: en junio de 1981, el Centro de Control de Enfermedades de EE UU (CDC) advertía de que había detectado un inexplicable aumento de casos de neumonía entre la población gay de San Francisco. En julio, en la provincia de Madrid, nació Guille. Lo más probable es que sus padres no hubieran reparado en aquella información, que salió pequeña en los periódicos de la época. Y de hecho, vivieron 25 años ajenos, seguramente sintiendo que esa enfermedad no les afectaba de cerca.

La infección. Todo empezó hace cuatro años. El VIH iba por un camino, y Guille, que se autodefine como "un gay informado", hacía todo lo posible por no tener un encontronazo con él. "Siempre tomaba precauciones, pero por una vez que no lo hice...". (...) El virus no dio la cara en los primeros análisis. "Estaba en el periodo ventana", explica, "el tiempo que tarda la infección en verse en los análisis". Y a falta de una causa a la que achacar el malestar, le mandaron al psicólogo. "Como no comía, creían que tenía anorexia", cuenta. Meses después, el virus apareció. "El médico me dio un sobre con el informe donde lo ponía: 'VIH: +'. No me lo dijo a la cara. Los médicos de primaria no están preparados para dar esta noticia. Nadie te informa. Piensas que es lo más funesto que te puede suceder". (...)

"Y está el miedo... A que te rechacen, a que no te quieran dar un beso, a que la enfermedad se note en la cara"

El trabajo. Aquella infección truncó la carrera profesional de Guille. Licenciado en literatura, tuvo que dejar de trabajar. "Desde entonces he hecho de todo lo que me ha salido. Ahora estoy en el paro". Le gustaría trabajar de educador social, pero teme que en "la Comunidad de Madrid no hay oferta". Además, se dedique a lo que se dedique, siempre va a tener que contar con cierta complicidad de sus jefes. "Cada tres meses tengo que ir a revisión, y una vez al mes, a por medicación a la farmacia del hospital. Eso implica faltar unas horas. Luego está el momento de tomarse las pastillas. Si lo haces en público, te preguntan, tienes que dar explicaciones". Por eso él entiende que, irónicamente, haya quien rechace los mismos medicamentos que le salvarán la vida. "La gente no quiere que el VIH tenga una presencia en su vida, y las pastillas son el recordatorio permanente de que estás infectado, de que algo te pasa". (...). Luego está la situación de quienes tienen un puesto de trabajo. "Han de disimular. Si la empresa te hace reconocimientos, se buscan excusas para no pasarlo. Si se viaja, hay que asegurarse de que se llevan las pastillas", relata. "El 30% de los casos que han llegado al Observatorio de Derechos Humanos de RedVIH -una federación nacional de ONG- son todavía en 2011 por problemas de discriminación en el trabajo", cuenta. (...)

La familia. Este es, quizá, el único aspecto en el que Guille duda. Se cierra. Se nota que preferiría no tratar mucho el tema de sus padres. "Es normal, se asustan, piensan que te vas a morir antes que ellos. Y está la culpa. Se preguntan qué han hecho mal".

La pareja. "He tenido parejas, y claro que han sabido que tengo VIH. ¿Qué tipo de parejas serían si no? Pero se lo digo cuando hay complicidad. No creo que tenga la obligación de soltarlo de primeras. Mi obligación es tener sexo responsable, cuidar al compañero y cuidarme a mí. Pero también es una responsabilidad suya. El condón está ahí porque hay un riesgo real". (...)

El miedo. A pesar del mensaje positivo, Guille reconoce que el VIH le ha hecho la vida más difícil. Física y afectivamente. "Como enfermedad, se controla, pero está el sida social. Y ahí entra el miedo. El miedo a que te rechacen, a que no te quieran dar un beso; la duda entre decir o no decir, y a quién hacerlo; el miedo a que incluso se enfaden contigo después de haber tenido una relación, aunque haya sido protegida". Asegura que en estos últimos cuatro años todo eso le ha pasado. Y luego está "el miedo al futuro, a transmitir el virus, a envejecer; a no poder comprarme una casa, a que la enfermedad se note en la cara, a que te discriminen en el trabajo". (...)

El futuro. Guille es demasiado joven para tener memoria histórica, pero no le extraña cuando se le comenta que este reportaje se podía haber escrito de manera muy parecida hace 10 años. (...) "Puede que no haya habido muchos cambios recientemente. La ciencia va más deprisa que los prejuicios. Por eso hace falta que haya personas que den la cara, que ayuden a transmitir el mensaje de que el sida se puede evitar y, si no, que se puede vivir con él". (...)

Reacciones distintas

En negativo, también. Él lo sabía. Pero se arriesgó. Desde que se publicó el reportaje, hace seis meses, la vida de este treintañero al que conocimos únicamente por su diminutivo no ha discurrido solo por la vertiente soleada. "Algunas personas que no sabían nada se enfadaron o me dejaron de hablar porque no les había contado lo del VIH. Amigos, amantes y examantes con quienes tuve sexo seguro. Encontré rechazo".

Coherencia. Pero también encontró esa otra cara, más en línea con su actitud coherente y translúcida; se acercaron a él desconocidos que se habían sentido reflejados en la normalidad de su historia: "Se han puesto en contacto conmigo unas 14 personas. Con algunas quedé para charlar y sé que les he ayudado". Hay otras vidas en positivo: en España, cerca de 130.000 personas tienen el VIH; en torno a 33 millones en el mundo.

La dosis cotidiana. Por lo demás, Guille sigue mirando hacia adelante, tomando sus tres pastillas diarias y en el paro. Los tratamientos de primera línea contra el VIH cuestan unos 8.000 euros anuales en España.

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