Los últimos días del exilio
Y si el sha se marcha hoy o mañana, como dicen, ¿cuándo volveréis a Irán?
-Insha'Allah, que significa 'Dios dirá'.
Y al contestar esto, Harad, un muchacho barbado y moreno que hace de traductor, deja escapar una sonrisita un poco maliciosa, un mucho esperanzada. En Neauphle le Château, este pequeño pueblecito a 70 kilómetros de París en donde el ayatolá Jomeini ha establecido su cuartel general -el vértice místico de la lucha de liberación, se viven horas particularmente afanosas y agitadas. Hoy, cuando hacemos el reportaje, se sabe ya que el sha ha perdido, que se marcha. Llegan las últimas noticias: en Irán se forma un Consejo de Regencia con presidencia de Batjiar. Por tanto, en Neauphle le Château se constituye un consejo revolucionario provisional, integrado por personajes de la oposición elegidos por Jomeini. Y es que en Neauphle se conspira, se suspira y se reza. Y hay una atmósfera de emocionada fiesta en el entorno.
"En el islam, la religión interviene en todas las actividades del hombre, ya sean políticas o sociales"
"Lucharemos hasta que haya un gobierno elegido por el pueblo, hasta establecer una república islámica"
El pueblo está sepultado por la nieve. Las últimas semanas han sido muy frías, y los hielos han convertido el terreno en una peligrosa pista deslizante. A ambos lados de la estrecha carretera están los dos chalets que la oposición iraní ha alquilado. A la derecha, una casita pequeña en donde vive el ayatolá. Enfrente, un chalet mayor y desvencijado en donde se agrupan los colaboradores y adonde llegan los muchos iraníes venidos de todo el mundo para ver al ayatolá y compartir el esfuerzo de la última lucha. En medio, en tierra de nadie, sobre la carretera, la policía francesa -dos autobuses llenos vigila día y noche: hay que asegurar la vida de Jomeini, y la Savak, la policía política del sha, ha sido siempre muy activa.
Cinco veces al día, el imán sale de su retiro, cruza la carretera, entra en el chalet de enfrente y dirige los rezos. Son los únicos momentos en los que sus seguidores pueden verle, y así le esperan cada día durante horas, de pie sobre el helado suelo, a la intemperie. Los recién llegados que aún no han gozado de la presencia del ayatolá se distinguen por su mayor nerviosismo, por su maravillada y sobrecogida expresión: patean las nieves con pies congelados y resoplan columnitas de vapor en silencio. Antes, al principio, cuando Jomeini llegó a Neauphle a primeros de octubre, la temperatura era aún tibia y los rezos se hacían en el pelado jardín del chalet comunal. Ahora han montado una gran tienda sobre la tierra para protegerse del frío, es una tienda de lonas azules rayadas en blanco que tiene algo de circense. (...)
-Tiene que ponerse un pañuelo, ahora se lo traigo...
Por ser mujer he de cubrir mi cabeza durante todo el tiempo que vaya a permanecer entre ellos. Solo me será permitido descubrirme al salir del jardín y llegar a la carretera intermedia, que es aún francesa: en los chalets se vive el mundo islámico. El amable muchacho que me ha advertido de ello vuelve corriendo con un pañuelo marrón en la mano. Intento ponérmelo a la manera occidental. "No, no", me dicen, "tiene que taparse el pelo, echárselo hacia delante". Hay que ocultar la frente, que no se vea ni un cabello, que los laterales del rostro queden cubiertos, hay que otear el exterior a través de este túnel de tela. Y en la esquina del pañuelo hay una etiqueta: "Miss Helen, made in France".
Es difícil entender, desde una perspectiva occidental, el fenómeno de Irán. Es difícil comprender una revolución que se mueve bajo banderas religiosas, y saber en qué consiste exactamente esa república islámica por sufragio universal que Jomeini quiere implantar. Como el propio ayatolá nos diría después, "la religión en Occidente es la religión de san Jesús. Tal como ha sido concebida, se limita a un terreno personal y no tiene ninguna relación ni intervención con la vida cotidiana. En el islam, sin embargo, la religión interviene en todas las actividades del hombre, ya sean políticas o sociales. El islam tiene opiniones precisas sobre cómo han de ser los gobiernos de un pueblo. No se puede comparar, en este sentido, la religión occidental con la oriental. El islamismo interviene en todos los asuntos del hombre y los reglamenta de forma progresista". (...)
"El sha ha traicionado la historia, la tradición y la cultura de Irán", dice Jalil; "ha vendido nuestro país a los americanos. Recuerdo que cuando era chico oí al ayatolá hablar contra el sha. Decía entonces: al quitar los velos a la mujer no la estás liberando, la estás mandando a la prostitución, y luego ha sido así. Yo creo en Jomeini, creo en él".
Está hablando Jalil del año 1963. El sha hizo por entonces un simulacro de reforma agraria, dio el voto a la mujer y occidentalizó por decreto las costumbres. Bajo el aliento espiritual de Jomeini hubo en Irán fuertes revueltas, muertos, cárcel y torturas. El ayatolá hubo de marchar al exilio, primero dos años en Turquía, después trece en Irak. (...)
Pero son las doce del mediodía y es hora de rezos. La tienda está llena de gente en cuclillas a la espera de su imán, y fuera, sobre las laderas como cristales del jardín, se mantienen en precario equilibrio muchas personas, los más nuevos, los recién llegados, que esperan con ansiedad la visión del líder. Hay un pequeño revuelo, luego, un silencio denso: viene Jomeini. Callado. Mirando al suelo, el ayatolá sale de su casa, cruza la carretera con pie pausado. Lleva manto oscuro, babuchas de cuero y calcetines de lana gris, y su turbante es negro. (...) Atraviesa Jomeini las filas de sus seguidores con expresión hermética. (...) El ayatolá es un anciano erguido, de barbas blancas y rostro severo. Sus cejas son abruptas, enredadas y negrísimas, y rodeado del fulgor de la nieve, la palidez septuagenaria de su cara tiene algo de falso y enfermizo, como si su rostro fuera de cera, una careta sin vida, tiznada a la altura de las cejas.
Una vez que se ha introducido en la tienda, los mirones del exterior entran en febril actividad. Se agolpan en la puerta quitándose los zapatos, se apresuran a entrar para acompañar los rezos. Sobre las alfombras del interior hay arrodilladas unas sesenta personas, en filas compactas y perfectamente rectas, cara a la Meca, con el ayatolá al frente. Los hombres, delante; las mujeres, detrás, con los niños. Casi todos visten ropas occidentales, menos ellas, que sobre pantalones o chaquetas muy europeas han vestido unas túnicas hasta los pies. Son grandes lienzos estampados con flores mínimas e ingenuas que las cubren por completo, dejando apenas una abertura para la cara. (...)
Mientras tanto, hablo con Nader. (...) Dice que sí, que la mujer es un ciudadano de segundo orden en el islam. (...) En la mujer descansa la responsabilidad cultural de la familia. Por eso, y desde siempre, muchas mujeres iraníes han sido profesoras. La hembra manda en la casa, en la educación de los hijos, la abuela puede regir a toda una extensa familia y sus consejos son órdenes. (...)
Y, sin embargo, cuando después planteo al ayatolá Jomeini una pregunta sobre el papel de la mujer, el imán contesta:
-La sumisión de la mujer de la que habla el Corán no quiere decir servidumbre. Pero hay terrenos en los que el hombre concibe mejor los problemas que la mujer. Y es mejor que la mujer no se oponga a esta supremacía, pues oponerse estaría en contra de su prestigio, de su dignidad y de su reputación como mujer. La mujer es libre y tiene el derecho de participar en todos los asuntos, pero el islam ha prohibido las cosas que atacan su dignidad y su castidad.
(...) Esperamos que Jomeini nos conceda una brevísima entrevista. Es difícil ver al imán. Está viejo y ocupado. Y en estos días finales, sobre todo, su tiempo se reparte entre los rezos y las decisiones políticas. Cada madrugada, a las dos y media, se levanta para orar, y su jornada termina a las once de la noche. Como es un mito, sus secretarios personales son el único vínculo de Jomeini con el exterior. Para hacer una entrevista has de escribir un cuestionario: "No más de cinco preguntas", dijeron. Hice nueve. El cuestionario es traducido por escrito al farsi y luego es estudiado por los secretarios. A las pocas horas de haberlo entregado viene Harad, el traductor, y me pide que lo acorte y que quite las preguntas personales, "a las que nunca contesta". Quedan seis preguntas, pero, aun así, es imposible verle el primer día. Hay que volver al siguiente, rogar e implorar a los atareados iraníes. Al fin nos avisan al caer la tarde: el ayatolá espera. (...)
Antes de entrar, tras descalzarme, me piden que oculte más mi cara con el pañuelo, "que no se vea nada del pelo". Entramos en el pequeño cuarto, también alfombrado, también vacío de muebles. En un rincón, junto a una piel de borrego sin curtir, está sentado el imán con las piernas cruzadas, las manos en el regazo, una sortija de plata con una piedra oscura en el meñique derecho. Jomeini mira fijamente a un punto indeterminado del suelo, frente a él. La escasa luz del interior llena su arrugada cara de sombras, y sus cejas siguen pareciendo un añadido extraño al cuerpo. No levanta los ojos del suelo, no nos mira, ni mira a sus colaboradores. Habla con voz pausada y joven, como de hombre de 40 años. Y entonces comienza la pantomima: en cuclillas, con la cabeza inclinada para que no sobresalga de la del ayatolá, he de decir mis preguntas en francés. Uno de sus secretarios, arrodillado junto a mí, lee la traducción hecha al farsi. El ayatolá contesta con su voz sin tonos que parece agua, y Harad, el traductor, toma nota de sus palabras acodado en el suelo. Vuelvo a decir otra pregunta en francés, vuelve a leerla el secretario en farsi, y así sucesivamente. Todo resulta bastante absurdo: ni sé lo que Jomeini está diciendo, ni importa lo más mínimo lo que yo diga, si hago la pregunta o cuento un chiste, puesto que el secretario no sabe francés y, en cualquier caso, se limita a leer las preguntas traducidas. Pero hay que cubrir las apariencias. Y el ayatolá, mientras tanto, habla y habla, sin mover un músculo, sin parpadear, serio y lejano, inhumano en su apariencia. Al terminar -¿10 minutos, quizá, con todo?- desaparece sin decir palabra, tras levantarse con inusitada agilidad: su mutis, por lo rápido, resulta casi mágico, como si rescatara en su huida el secreto de sí mismo.
Atardece. Hoy hay más policía que ayer, quizá por la crítica situación que se atraviesa. En Nauphle le Chateau se espera que la radio, de un momento a otro, anuncie que el sha ha abandonado Irán. Pero aunque Reza Pahlevi se vaya, se seguirá luchando si Bajtiar sigue empeñado en presidir un consejo de regencia. Así lo ha dicho Jomeini: "Continuará nuestra lucha hasta que el sistema monárquico desaparezca, hasta que haya un Gobierno elegido por el pueblo, hasta que se establezca una república islámica".
Hace frío, y muchos de los que han venido para acompañar al gran imán dormirán sobre las alfombras de la casita comunal, aguardando el triunfo. Y mientras, rezarán con Jomeini sus plegarias, acortadas según la ley coránica por la idea de no permanecer más de una semana en este sitio. Irán les espera, al mismo tiempo próximo y lejano. Como dice Harad, Insha'Allah.
Desencuentro con el ayatolá
El miedo. Cuenta la periodista y escritora Rosa Montero que aquel encuentro con Jomeini, hombre que infundía un "miedo" casi irracional en su entorno, transcurrió de forma absurda y alambicada: "Me tuve que cubrir el pelo, hasta las cejas. Y en ningún caso mi cabeza podía estar más alta que la suya. Como era un viejito encorvado, acabé la entrevista casi tumbada".
Recuerdo siniestro. "Ya entonces me pareció un tipo siniestro", dice Montero. Un clérigo envuelto en su "tono de fanatismo". Pero era 1979 y muchos veían en él un futuro próspero para Irán. "Moderé mi crítica. Aun así, los progres de la época me censuraron: ¿cómo podía cuestionar la revolución de Jomeini?".
Orgía de sangre. "Y, al final, se convirtió en una orgía de sangre", resume la periodista. Con la vuelta a casa del ayatolá llegaron también las ejecuciones en los estadios, la mortífera guerra con Irak o la fatua contra el escritor Salman Rushdie, poniendo precio a su cabeza, poco antes de morir Jomeini en 1989.
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