'Dios y yo', el otro filme desconocido
El guion, de Gabo y Alcoriza, trataba sobre un caudillo latinoamericano
La fascinante historia de ese trío calavera del cine que formaron Luis Buñuel, Gabriel García Márquez y Luis Alcoriza no termina en el frustrado intento de sacar adelante Es tan fácil que hasta los hombres pueden. Hay más. Más películas rodadas y sin rodar, como la desconocida Dios y yo. También, más juergas y más conexiones literarias que llevan hasta Cien años de soledad.
Ese amplio, laberíntico y maravilloso circuito que les conecta lo ha vuelto a activar para la historia del cine, la literatura y el arte Javier Herrera con sus estudios. La fuente principal han sido los archivos del propio Buñuel y de Luis Alcoriza, que se guardan en la Filmoteca Española.
Entre los papeles de Alcoriza, Herrera ha buscado a fondo pistas de la adaptación de La casa grande y de Presagio, un guion que sí se rodó y que empezaron juntos él y García Márquez. "Guarda conexiones evidentes con La mala hora", comenta Herrera.
El escritor quiso que Buñuel leyera las pruebas de 'Cien años de soledad'
Pero Alcoriza también guardaba una sinopsis absolutamente desconocida suya y del Nobel. Se trata de Dios y yo, un guion sobre un caudillo latinoamericano que tampoco cuajó: "Después de una semana de lucha sangrienta, el ejército había logrado imponerse en la capital y se disponía a aplastar los últimos reductos de la rebelión en todo el país. Pero hasta los más optimistas de ambos bandos sabían que la paz estaba todavía muy lejos..".
A partir de ahí, Alcoriza y García Márquez trazan una historia de tensión violenta en la que un dictador mantiene secuestrados a los hijos de unos revolucionarios bajo la amenaza de matarlos si no deponen las armas. "De este argumento no se tenía noticia", comenta Herrera. Sí, en cambio de Presagio (1974), película que comenzaron a escribir ambos y que Alcoriza presentó en el Festival de San Sebastián con mención especial del jurado. La historia de ese pueblo sobre el que una mujer anuncia males tremendos unió al cineasta y al escritor hasta que este último dio la espantada. Algo ineludible se le cruzó en el camino: la inspiración para una obra maestra. Alcoriza no solo lo contó en vida, sino que lo comprendió.
"La idea de Gabriel era verdaderamente mínima: en un pueblo, una mujer dice que algo indefinido va a suceder. Por determinadas razones comienzan a pasar cosas raras y la gente empieza a desaparecer", cuenta el coautor del guion. Trabajaron durante cuatro meses y poco después García Márquez desapareció y se sentó a escribir. El resultado llevaba un título: Cien años de soledad.
El parto fue doloroso y legendario. Pero la primera vez que la criatura fue presentada en sociedad tuvo un padrino de excepción. Eso lo recordó el propio escritor en un artículo dedicado a su amigo Alcoriza. Resulta que llegó con las primeras pruebas de imprenta de su obra maestra a un sarao. "Cuando la editorial Suramericana me mandó las primeras pruebas de imprenta de Cien años de soledad, en 1967, las llevé ya corregidas a una fiesta en casa de Luis Alcoriza sobre todo para curiosidad insaciable del invitado de honor, don Luis Buñuel".
Y el maestro aportó. Vaya si lo hizo: "Tejió toda clase de consideraciones sobre el arte de corregir, no para mejorar, sino para esconder", comentaba García Márquez. "Es lógico que García Márquez quisiera mostrar las pruebas a Buñuel, la obra tiene un imaginario plagado de referencias inspiradas por él", sostiene Herrera. La conversación debió de ser tan fascinante que Alcoriza no salía del asombro. Así que Gabo premió a su amigo con un regalo que entonces parecía insignificantemente simbólico. Le dio las pruebas de imprenta con la dedicatoria: "Para Luis y Janet, del amigo que más les quiere en este mundo".
Fue un tesoro al que jamás quisieron renunciar. Ni cuando al final de su vida -murió en 1992- él y su mujer acabaron casi en la indigencia vendieron aquel documento con 1.026 correcciones a mano. El mismo García Márquez volvió a casa de Alcoriza 28 años después, consciente de que el documento que les había regalado podía valer una fortuna. Un amigo le aconsejó a Alcoriza, delante del autor, que las vendieran. "¡Pues yo prefiero morirme de pobre antes que vender esta joya dedicada por un amigo!", respondió.
Efectivamente, murió en la ruina. Su archivo pasó a la Filmoteca... salvo las primeras pruebas de Cien años de soledad. Eso llevaba un precio aparte en la subasta de los herederos de Alcoriza: 90 millones de pesetas (541.000 euros). El ministerio de Cultura renunció a la oferta.
Babelia
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