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Columna
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¿A quién venden las campanas?

La desaparición del Códice Calixtino ha desaparecido de las páginas de los periódicos. Es lógico: que trabajen los investigadores sin interferencias. La última noticia fue un rumor que corrió por Santiago: el libro iba a aparecer milagrosamente coincidiendo con el día del Apóstol y bajo secreto de confesión (con Montgomery Clift, se supone). Si fuera cierto, eso echó para atrás al descuidero que se lo llevó: todos los confesionarios estarían vigilados y una cosa es salvar tu alma y otra muy distinta acabar en el talego. Amén de la dificultad que para una sola persona (no hay confesiones en grupo) representa entrar en una iglesia con el Códice bajo una gabardina: en pleno verano, si llueve, lo suyo es el chubasquero transparente y resultaría sospechoso un gabán tan abultado. (Continuará.)

Nadie parece preocupado por la destrucción del patrimonio, como si fuese solo cosa de curas

El Códice ha levantado la liebre a propósito del patrimonio religioso, que es el más vulnerable dada la dispersión de las parroquias y el ateísmo de la intelectualidad, y la Consellería de Cultura propone inventariar y vigilar, en la (poca) medida de lo posible, todo lo que se haya salvado del expolio. Más vale tarde que nunca, pero poner en marcha la previsiblemente lenta maquinaria acelera las misteriosas desapariciones de tallas, cálices, muebles, libros y documentos. Y campanas. Las fotos de campanarios vacíos son desoladoras. No hay que olvidar que se trataba del medio de comunicación principal de la comunidad. Fiestas, inundaciones, bodas, muertes, bautizos o incendios se ponían en conocimiento del pueblo gracias a códigos compartidos por todos y hábilmente manejados por campaneros de oficio y vocación. La sustitución de estos últimos por satánicos sistemas de megafonía, con grabaciones que rozan el pecado mortal, dejó a las campanas indefensas y coincide con la preocupante desaparición de la prensa escrita gallega (A Nosa Terra, Galicia Hoxe y, hoy mismo, Xornal de Galicia). La comunidad se incomunica. Las campanas, ya inútiles, se volatilizan. ¿Se roban para fundirlas y así vender el bronce al peso? No: es un proceso complicado que no compensa dado el mayor valor histórico del objeto. ¿Quién las vende y a quién se venden las campanas?

Lo más preocupante es la casi total indiferencia de los responsables políticos. Salvo las obligadas declaraciones en el primer momento de la desaparición del Códice (de la que todos somos sospechosos porque no se sabe cuándo ocurrió y así no hay coartada posible), ni la izquierda ni la derecha ni el nacionalismo parecen especialmente preocupados por la desfeita. Son cosas de curas, parecen conceder encogiéndose de hombros, a pesar de que no son sólo el Códice y las campanas lo que desaparece. La economía y las elecciones son más importantes, nos dicen, ignorando que estamos ante la destrucción de uno de los más importantes atractivos turísticos de Galicia y un problema político de identidad nacional. (Un nuevo Estatuto, por ejemplo, que no asuma el patrimonio como tal identidad está condenado moralmente de antemano.) Es así que el dinero del turismo, la legitimidad ante las urnas y la política cultural no parecen importarles. Feijóo mismo no sabe muy bien si Picasso era un pintor del Bierzo del siglo XIX: ¿qué conciencia pueden tener, pues, de la responsabilidad de cuidar un patrimonio heredado que no es exclusivo de la Iglesia? Tanto si son (o somos) creyentes como si no, nada les (o nos) exime de la obligación de cuidar la herencia milenaria.

Raro es el partido político que no echa las campanas al vuelo en la misma noche de las elecciones. Para ello no necesitan campanarios sino unas cuantas cámaras y algunos medios de comunicación que difundan la venta de humo, la irresponsabilidad cultural y la política de baja estofa. Como pesan muchísimo, fue difícil subir las campanas a los campanarios pero, en su momento, eso se hizo ante los ojos de toda la población. Es casi más difícil bajarlas por la noche sin hacer ruido: cualquier golpe puede despertar a los vecinos. Nadie se ha despertado y espanta el silencio que envuelve su descendimiento y el desconocimiento de su destino. ¿A quién venden las campanas que ya no doblarán por nadie?

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