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La crisis del euro | Cumbre francoalemana
Columna
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Los mitos se derrumban

Xavier Vidal-Folch

Los falsos paradigmas se mantienen gracias a ciertas convenciones. Tres grandes mitos sobre el euro, que favorecían su parálisis, se han derrumbado en pocos días. O, al menos, se tambalean.

A saber: 1) La deuda soberana no es un problema del área euro, sino de los países sureños-y-piratas; 2) las instituciones son incapaces de lanzar alternativas; y 3) el drama griego es de insolvencia, no de liquidez, y acabará inevitablemente en quiebra. Por pasos.

1. La fiebre de Italia demuestra la falacia de la tesis oficialista según la cual el drama de la deuda soberana se circunscribía a una crisis individual, aislable, de países pequeños y laxos que se sobreendeudaron. Eran estos quienes estaban en crisis, alegaba esa tesis, y no el euro, que sigue siendo una moneda fuerte y estable.

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Atención a la trampa dialéctica: el euro como tal no está en crisis, cierto, cotiza a su propio ritmo. Pero hace tiempo que quien entró en crisis es el área del euro, la unión monetaria. Italia lo ratifica. Si los tres pequeños rescatados (Grecia, Irlanda y Portugal) solo suponían apenas un 6% del PIB de la eurozona, con España e Italia el conjunto de los vulnerables se acerca al tercio del total. ¿Puede argüirse ahora que la eurozona en su conjunto no está amenazada?

Será chusco, pero a España le viene bien en esta nueva oleada de turbulencias volver a la indeseada primera fila de vulnerabilidad haciéndolo de la mano de Italia, porque la bota transalpina está en el corazón de Europa. O al menos muy cerca: es la cuarta economía del continente, es la séptima del mundo, es potencia industrial y exportadora, es país fundador de las Comunidades, es su antiguo Sur, pero también Norte de raíz austrohúngara. Quien manosea a Italia, fuerza a la UE.

Y si es cierto que el actual temblor del euro se asemeja a los de la segunda serpiente monetaria europea en 1992, que expulsaron a la libra del SME, vale recordar que tras cebarse en la lira italiana, los ataques acogotaron a... Francia. Entonces se acabó la broma. Se reformó el SME, abriéndose las bandas de oscilación. Y se recuperó la estabilidad.

2. Hay caos, pero no parálisis propositiva en el cerebro institucional; otra cosa son los Gobiernos, tuertos. El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, abrazó el 2 de junio la idea federalista de una Hacienda común europea, con ministro al frente. Y en igual línea, el FMI, siguiendo la huella del presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, del pasado diciembre, urge ahora a Europa a que lance eurobonos, una deuda europea común, y cree una agencia o Tesoro común para gestionarla.

Que traduzcan al alemán la página 54 de su ultimísimo informe 11/186: "Los bonos del euroárea reducirían el coste de la deuda de la mayoría de los Estados miembros -y quizá de todos ellos- [cursiva del columnista] gracias a un mercado mucho más amplio, profundo, líquido y diversificado, lo que la colocaría a la par con los bonos del Tesoro de los EE UU".

Y la exasperante dilación de la gobernanza europea para tomar decisiones no es un virus solitario: véanse los problemas de Obama para forjar consensos sobre idéntico asunto, el déficit público.

3. Grecia es insolvente y debe quebrar. El dilema de Grecia no es si quebrará, sino cuándo. Cientos de economistas se copian esa frase, ya manida por calco. Casi ninguno la ha argumentado (los porqués, en Proceso a los economistas, Roberto Petrini, Alianza, 2010). Una minoría, sí. En A comprehensive approach to the euro-area debt-crisis, Bruegel, febrero 2011, Darvas, Pisany y Sapir calculan que Grecia debería crecer durante 20 años al 8,4% para obtener el superávit presupuestario primario (sin gastos financieros) que le permitiese reducir su deuda del actual 150% sobre el PIB al 60%. Algo imposible, porque carece de precedentes en la OCDE durante los últimos 50 años. Pero ¿dónde está escrito que deba bajarla al 60%, si Alemania acarrea un 83% y el Reino Unido un 80%?

Una exigua pero valiente minoría de profesionales empieza al fin a discrepar. Jeffrey Sachs, de la Columbia, sostiene (FT del 1 de julio) que "si Grecia pudiera pagar el servicio de su deuda en parámetros crediticios alemanes", con tipos del 2%, y lograra crecer al 3%, podría reducir la deuda al 70% en 20 años. Todo depende del plazo (si es bastante largo), de los tipos de interés (si son moderados) y de la cuantía (si son suficientes) de las ayudas europeas. Este es el cogollo de lo que se discute otra vez hoy, más allá de los métodos y de los instrumentos.

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