Luces, móvil... ¡acción!
Crecen los festivales consagrados a filmes rodados con cámaras de aficionado - Los nuevos formatos sirven de plataforma a debutantes
Puede ser una lavadora o un dentista esperando en vano a un paciente. Lo imprescindible es que el filme esté basado en una idea, ya que en tres minutos no caben diálogos inolvidables o bandas sonoras conmovedoras. Tampoco los medios lo permiten: por mucho que evolucionen, los móviles y cámaras fotográficas aún no dan para los efectos especiales de Origen, los últimos ganadores del Oscar. Poco importa, Leonardo DiCaprio tampoco atendería la llamada de un director desconocido.
Del Screenfest australiano al Mobifest de Toronto o el Iberminuto español, se multiplican los concursos y festivales de cine casero dirigidos al público de masas. Los requisitos incluyen una cámara cualquiera (incluso la de un móvil) y unas horas de trabajo. La recompensa: dinero y visibilidad. Cineastas con escasos recursos o directores improvisados, todos están convocados a competir por un día (o más) de fama. El Mobile Film Festival que Bruno Smadja creó en Francia en 2005 fue de los pioneros: "La compañía en la que trabajaba sacó a la venta un móvil con una buena cámara. Con algunos amigos directores hablé de conjugar ese mundo y el cine". Tres son las reglas de su festival: género libre, duración de un minuto y para rodar, el móvil. La edición de 2011 recibió 350 cortos. "Llegan también trabajos horribles, pero la calidad va aumentando. Este año había 80 muy buenos", asegura Smadja. Una larga tristeza -un plano corto y un diálogo de 40 segundos sobre un vestido debía de ser especialmente bueno, ya que su creador, Morgan Simon, se llevó el premio (y 15.000 euros).
YouTube pidió a sus usuarios que grabaran su día. Recibió 80.000 cortos
El joven francés, que sigue un curso para guionistas, asigna al nuevo formato "el mismo estatus que a los proyectos tradicionales". El director español Daniel Sánchez Arévalo (Primos) respalda esta postura: "Ha desaparecido esa obsesión de que solo era cine lo que estaba rodado en 35 milímetros". Aunque la comparación de estas obras con las convencionales es un campo minado. Péter Vadócz, húngaro licenciado en Comunicación que ha participado con 350 cortos en festivales de 45 países, enumera las diferencias: "El tamaño de la pantalla en la que se proyecta, la duración limitada y los movimientos de la cámara más amateurs de los filmes hechos con móvil y la trama, que normalmente está basada en una sola idea".
El citado corto del dentista refleja el último concepto subrayado por Vadócz, autor de ese vídeo. Así lo resume Sánchez Arévalo: "No me importan los medios; una película me atrapa con una buena historia y buenas interpretaciones. Para eso no hace falta dinero, sino mucho trabajo y un poco de talento. O al revés". Lavar, enjuagar y centrifugar tenía una buena historia. Este cortometraje de Frederico Texeira de Sampayo ganó el concurso My World (Mi Mundo) de la BBC en 2010 resumiendo España con una lavadora en marcha. Representaba "la frustración de un parado", según Texeira.
La grabación le costó al español "el detergente y tres días de trabajo" y le permitió ganar una cámara de última generación y, sobre todo, la retransmisión del corto en la emisora británica. Lo que viene a ser visibilidad, palabra mágica de este fenómeno y objetivo central de los concursantes, ya que difícilmente sus creaciones generan beneficios económicos significativos. "Es un primer paso hacia las grandes pantallas", sostiene Roberto Punienam, de Iberminuto, festival español de cine con móvil que debutó en 2007.
Los largometrajes son la luz al final del túnel que empieza con un corto aficionado presentado en un concurso online. Aunque existe el riesgo de que, tras el primer paso, todos se crean directores. "Me da miedo el todo vale, el perder el respeto al oficio: a hacer películas se aprende poco a poco. Hay demasiada ansiedad por llegar rápido, por querer que tu corto tenga muchas descargas", sostiene Sánchez Arévalo. El presidente de la Academia del Cine, Enrique González Macho, señala que hoy en día "cualquiera puede hacer películas con una cámara de 300 euros". Aunque aclara: "En España hay 20 millones de escritores, pero publican 10. El talento destaca. Las primeras películas de Amenábar y Almodóvar fueron cojonudas. Para otros, el primer trabajo es el último".
Aun así, ambos consideran positiva la "democratización del cine" debida a las nuevas tecnologías, causa principal de la difusión de tantos proyectos. Cuando en julio de 2010 el portal de Internet YouTube pidió a sus usuarios que grabasen un día de su vida y se lo enviaran, recibió 80.000 cortos. De ellos, 26 fueron seleccionados para dar vida al largometraje Life in a day, dirigido por Kevin McDonald (El último rey de Escocia) y estrenado en enero en el festival de Sundance, en Estados Unidos. Allí estuvieron los españoles Patricia Martínez del Hoyo y Toni Xou, ganadores con Slim Up, la historia de una niña que trepa un castell. "Con Internet prima el ingenio", subraya Martínez. Esta guionista realiza documentales para la televisión y espera que el efecto Life in a day ayude otros proyectos que tiene pensados. "No ganamos dinero, pero sí contactos y poder aparecer entre Isabel Coixet y Mishima en un libro sobre creadores catalanes", cuenta Martínez.
Las marcas que financian la mayoría de estos eventos también buscan visibilidad. El festival estadounidense Mofilm, por ejemplo, pide a los concursantes que realicen anuncios para sus financiadores (entre ellas, Coca-cola, Pepsi, Lego y Kodak). "Life in a day surgió en el departamento de marketing de YouTube. Ahora me tratan como si fuera su mejor embajadora en España", afirma Martínez. Los artistas se hacen conocer, las empresas lucen sus logos. Y los festivales reciben dinero de los espónsores. Es un mecanismo del que todos los engranajes parecen salir contentos. Y que Smadja ha llevado al mundo árabe: "Dedicamos el Yallah Film Festival a los que narraron cómo es alcanzar la libertad". Contaban con una ventaja, respecto al dentista o la lavadora: la idea detrás de sus cortos es la más poderosa del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.