La eternidad, patria de Semprún
El intelectual español, que se exilió en Francia a los 15 años, fue enterrado ayer con la bandera republicana en el pequeño cementerio de Garentreville
Es un cementerio pequeño, con un puñado de tumbas, muchas con los apellidos repetidos de las pocas familias del pueblo. El escritor Jorge Semprún, fallecido el martes en su casa de París, recorrió ayer por última vez los 80 kilómetros que separan su domicilio parisiense de la localidad de Garentreville, donde su familia dispone de una casa de campo desde hace años, y fue enterrado en ese cementerio casi de juguete, en la misma tumba donde reposa su esposa Collette, tras una ceremonia íntima.
Solo acudió un centenar de personas, los familiares más cercanos, el círculo de amigos más estrecho de Semprún, llegados de un lado y del otro de los Pirineos. Entre ellos, el expresidente Felipe González o el cineasta Constantin Costa-Gavras. A las once, un oficiante pidió a los presentes que rodeasen el féretro del escritor. Entonces, alguien colocó encima una corona de flores y una bandera de la Segunda República. Se cerraba la historia, pues: el adolescente hijo de republicanos que se exilió en Francia a los 15 años iba a ser enterrado en ese mismo país con la bandera de este régimen derrotado al que nunca dejó de pertenecer.
Florence Malraux invitó a leer sus obras para rendirle el mejor homenaje
"Fue un auténtico maestro de vida", elogió el periodista Javier Pradera
No hubo oraciones, ni oficio religioso. Tan solo la evocación de los que quisieron recordarle. Una de ellas fue la del intelectual y periodista Javier Pradera, amigo de Semprún desde los lejanos tiempos de la dictadura, la clandestinidad y la militancia. "Tenía imaginación para concebir misiones, y un valor frío para acometerlas", dijo. Luego bromeó: "Nos inculcó, entre otras, la virtud de la puntualidad". Después volvió a ponerse serio: "Nos enseñó muchas más cosas. Fue un auténtico maestro de vida".
El columnista de EL PAÍS encuadró a Semprún en el escogido grupo de seres capaces de albergar varias ideas contradictorias a la vez, sin que eso les impidiera avanzar. "Por ejemplo, tenía varias patrias, o tal vez era apátrida, sobre eso podríamos ponernos a discutir", añadió. Algunos de los asistentes al homenaje público del sábado, en París, también se desplazaron ayer a Garentreville como la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, o los exministros Carlos Solchaga y Claudio Aranzadi, compañeros de Gobierno en los tiempos en que Semprún ocupó la cartera de Cultura.
Bernard Pivot, uno de los periodistas culturales más famosos de Francia, por el contrario, solo acudió al cementerio. Y confesó (él, que ha entrevistado a todos los grandes autores del mundo) que Semprún era su único íntimo amigo escritor.
Después, todos, ministros, exministros, nietos, cineastas, sobrinos, amigos de toda una vida, se acercaron a la tumba abierta y depositaron una flor cada uno.
Antes, Florence Malraux, la hija de André Malraux, otro inacabable escritor comprometido, luchador y ministro, había asegurado, para despedir el acto, que el mejor homenaje que se podía hacer a Semprún era releerle. Michel Piccoli, el actor francés que acababa de recitar varios pasajes de su obra, se palpó entonces el ejemplar gastadísimo de Le grand voyage que llevaba en el bolsillo de la chaqueta como el que aprieta la mano de un viejo amigo al que está diciendo adiós.
Babelia
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