Una vez más, Oriente Próximo en las noticias
El 19 de mayo el presidente estadounidense Barack Obama pronunció un muy esperado discurso sobre la región de Oriente Próximo. Un día después, el presidente se reunió en la Casa Blanca con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Luego el líder norteamericano apareció ante un numeroso público proisraelí para aportar mayores explicaciones sobre su posición, y al día siguiente fue nuevamente el turno del líder israelí.
Se ha centrado la atención en las diferencias que teóricamente existen entre Estados Unidos e Israel, dos tradicionales aliados. En realidad, incluso los mejores amigos ocasionalmente tienen puntos de vista divergentes. ¿Podría acaso ser de otra manera? Cada país tiene sus propios intereses nacionales. No existen dos conjuntos de intereses nacionales absolutamente idénticos, especialmente cuando hablamos de una región tan compleja y multifacética como Oriente Próximo.
La atención se ha centrado en las diferencias entre EE UU e Israel, pero es más lo que les une
La declaración unilateral de independencia de Palestina sería un camino al conflicto
Lo que es más importante es la postura convergente del presidente Obama y el primer ministro Netanyahu en una serie de temas clave de actualidad. Sin embargo, en general, las buenas noticias son mucho menos atractivas para los medios que las negativas.
Primero, las recientes reuniones y discursos revelan una vez más el acuerdo entre Estados Unidos e Israel sobre la acuciante amenaza de Irán. Ambos países están advirtiendo al mundo de que un Irán con capacidad de armas nucleares significará una amenaza cierta para la estabilidad regional y global, y que todas las opciones que se presenten sobre la mesa deben aparecer creíbles para evitar tal desenlace.
Más aún, tanto Washington como Jerusalén consideran al represor régimen iraní como una fuerza desestabilizadora más allá de sus fronteras. El apoyo de Teherán a grupos terroristas como Hamás y Hezbolá, su alianza con Siria y su esfuerzo por sacar tajada de la agitación del mundo árabe, socavan los esfuerzos de quienes están comprometidos con el progreso de la región.
En segundo lugar, ambos países coinciden en que el reciente acuerdo de "reconciliación" entre Fatah y Hamás plantea un nuevo e importante problema. Hamás no tiene interés en la paz. Por el contrario, es un grupo terrorista, reconocido como tal por Estados Unidos y la Unión Europea. Está comprometido con la destrucción de Israel y la exterminación del pueblo judío, que es exactamente lo que expresa su carta fundacional. Por ende, tanto Washington como Jerusalén consideran que el presidente Abbas de la Autoridad Palestina deberá escoger entre una alianza con Hamás y las conversaciones de paz con Israel. Ambas opciones son incompatibles.
Tercero, el presidente Obama y el primer ministro Netanyahu opinan que la paz entre Is
-rael y los palestinos solo se conseguirá a través de conversaciones directas, cara a cara, entre las partes. No como resultado de una campaña palestina para evitar las negociaciones y la declaración unilateral de independencia con el apoyo de la Asamblea General de la ONU. Ese sería el camino al conflicto, no a la convivencia. Y ambos líderes acuerdan que la Unión Europea, España incluida por supuesto, se deberá oponer a tal actitud palestina.
Cuarto, Estados Unidos e Israel están totalmente de acuerdo en que el desenlace de cualquier proceso de paz deberá ser dos Estados para dos pueblos, viviendo lado a lado en paz y seguridad -Israel como patria del pueblo judío, y Palestina como patria del pueblo palestino. Los palestinos deben comprender, por ende, que la solución a su problema de refugiados se encuentra en el nuevo Estado de Palestina, y no en Israel.
La declaración de guerra árabe contra Israel en 1948 creó dos poblaciones de refugiados -los árabes inmersos en la guerra misma y los judíos obligados a abandonar sus hogares ancestrales en los países árabes-. Ambas poblaciones se asemejaban en número. Pero existió una diferencia fundamental. En tanto que los refugiados judíos fueron absorbidos en Israel, los palestinos fueron retenidos deliberadamente durante generaciones en campos para refugiados en los países árabes vecinos. Incidentalmente, ninguna otra población de refugiados del mundo ha sido objeto de manipulación tan cínica.
Palestina, insisten ambos países, debe ser "no militarizada", usando el lenguaje del presidente Obama. En otras palabras, no puede seguir el ejemplo de Siria, Libia, y otros países de la región que han concentrado grandes cantidades de armas que luego usan para amenazar tanto a sus ciudadanos como a los vecinos.
Quinto, ambas partes acuerdan que la frontera definitiva entre Israel y Palestina se debe negociar, y no declarar unilateralmente. Más aún, como dijo el presidente Obama en su discurso del 22 de mayo, la frontera trazada de mutuo acuerdo deberá tomar en cuenta las realidades del terreno, incluidos los cambios demográficos y las imperiosas necesidades de seguridad de Israel en un Estado de menor tamaño. La denominada línea de 1967 no era más que la línea del armisticio del final de la guerra de 1948, instigada por los árabes, cuyo objetivo era destruir a Israel, entonces un Estado embrionario.
Y sexto, en los últimos días en Washington, se ha reafirmado la fuerza perdurable de la asociación entre Estados Unidos e Israel. Quienes solo ven los inevitables desacuerdos pasan por alto lo sustancial.
Se trata de una relación construida sobre valores democráticos compartidos, la evaluación conjunta de las amenazas y peligros que significan los actores radicales estatales y no estatales y el deseo de lograr un nuevo Oriente Próximo construido sobre cimientos sólidos de paz, convivencia y prosperidad.
Más que cualquier otra cosa, los profundos vínculos que unen a Estados Unidos e Israel, visibles una vez más en estos últimos días, son los que merecen aparecer en las noticias -y trascender en el tiempo.
David Harris es director ejecutivo del American Jewish Committee (AJC) y visitante académico en St. Antony's College, Oxford University.
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