Gadafi frena el avance de los rebeldes
La batalla por Sirte, la ciudad natal del coronel, es decisiva - Los insurrectos son incapaces de ganar terreno sin el crucial apoyo de los bombardeos aliados
Era de esperar que las tropas de Muamar el Gadafi echarían el resto en las inmediaciones de Sirte, ciudad natal del dictador libio. La fulgurante desbandada de los soldados, que la víspera retrocedieron cientos de kilómetros ante el vertiginoso avance rebelde durante el fin de semana, se ha detenido a un centenar de kilómetros de esa localidad a la que el régimen barajó convertir en capital del país, y que es sede de una importante base militar. Resisten los uniformados del dictador la embestida siempre caótica de los rebeldes, incapaces de avanzar de no ser por la crucial ayuda de los bombardeos de la coalición internacional que ayer atacaron objetivos en Sirte.
El Ejército de Gadafi aguanta todavía los embates de los aliados. Los portavoces de su Gobierno dan muestras de nerviosismo y hablan de una futura negociación que solo ellos atisban. Pierden terreno jornada tras jornada desde que las aviaciones francesa, británica y estadounidense entraron en acción, y sufren desde hace pocos días numerosas bajas en sus fuerzas terrestres. Pero no claudican a pesar de que sobre sus instalaciones militares, centros de comunicaciones y aeródromos han impactado ya decenas de misiles Tomahawk. La anarquía y el desconcierto en las filas enemigas les ayuda sobremanera.
El Gobierno libio volvió a decretar un alto el fuego que violó en minutos
Los alzados afrontan las emboscadas casi a pecho descubierto
Los leales a Gadafi dan muestras de nerviosismo pero no claudican
El Consejo Nacional calcula que han muerto entre 6.000 y 8.000 hombres
A las tres de la madrugada saltó la falsa noticia en Bengasi. Los rebeldes libios habían conquistado Sirte sin encontrar oposición. Una larga hilera de camionetas comenzó a dirigirse hacia el frente de batalla, otros conductores celebraban al modo habitual en los países árabes: haciendo fuego con lo que tenían a mano. Apenas se pudo dormir en Bengasi. Parecía por momentos que la guerra había vuelto a las calles de la capital de la revuelta. Pero el frente aún quedaba lejos de Sirte, feudo de dos tribus que detestan al sátrapa, y de la suya propia, los gadadfa, dividida por rivalidades acompañadas de asesinatos.
La conquista de Sirte despejaría el camino hacia Misrata, una ciudad de 300.000 habitantes que padece un cruel asedio de las fuerzas de Gadafi y a los francotiradores desde hace 40 días. Y de ahí a Trípoli. Ayer se repitió una maniobra ya muy manida: el Gobierno libio declaró un alto el fuego que duró unos cuantos minutos. La artillería volvía a hacer de las suyas en el centro de Misrata, víctima de una coyuntura humanitaria desesperada.
El panorama bélico está muy claro desde hace 10 días. Y no lo pudo resumir mejor el general estadounidense Carter Ham, al mando de las operaciones: "El régimen supera abrumadoramente a las fuerzas militares de oposición. Tiene la capacidad de hacer retroceder a los rebeldes muy rápidamente. El poder aéreo de la coalición es la principal razón por lo que eso no ha ocurrido", declaró al diario The New York Times.
No es necesario ser un genio militar para constatar que el general Carter está en lo cierto. En la carretera entre Bengasi y Ben Yauad, siempre en las inmediaciones de las ciudades, tanques y blindados del coronel Gadafi han sido destruidos como solo puede hacerlo un potente misil lanzado desde el aire. Los rebeldes carecen de esa potencia de fuego y afrontan las emboscadas y los campos minados casi a pecho descubierto.
A 50 kilómetros de Bin Yauad luchaban los sublevados aficionados contra los profesionales al servicio del dictador. "Los combates son muy duros. Hay muchos muertos y la mayoría son de los nuestros. Vengo de traer a una familia que escapaba de Sirte, y ahora mismo regreso a pelear", aseguraba Abdulmutaled Hamad, un conductor de camión, de 37 años, incapaz de descifrar por qué se generó la confusión en torno a la captura de Sirte. Imposible saber porque miles de personas creyeron el bulo. Pero los rumores brotan a velocidad de vértigo. Preguntados dos milicianos en Bin Yauad por la presencia de jefes de alta graduación en el frente, uno contestaba que el general Jalifa Hafter se hallaba entre los primeros en enfrentarse al enemigo. "Aquí no viene nadie", respondía el segundo. También se dice que Saif al Islam, hijo del autócrata, ya ha abandonado Libia a través de la frontera argelina. Verificarlo no es posible. Aunque son ya seis días sin hacer acto de presencia. Sencillo es saber que la cifra de muertos crece a diario.
El Consejo Nacional calcula que entre las víctimas de la represión, desatada el 15 de febrero, y los caídos en combate suman entre 6.000 y 8.000 hombres. Los desplazados son decenas de miles. Y son un buen puñado las personas que buscan a familiares secuestrados por los leales a Gadafi en Ajdabiya, la última gran ciudad tomada por los insurrectos el sábado. Del drama humano y de los crímenes perpetrados antes y durante el conflicto se sabrá en el futuro.
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