Entre Puccini y Berlanga
Si el cine y la ópera son autopistas de emoción y pasiones, nada mejor que el Teatro Real para la entrega de los Goya. Anoche las hubo a raudales en una de las mejores galas que se recuerdan. De las buenas y de las retorcidas. Con contrastes, tensiones y suspense, a la altura de los espectáculos que fascinan a todos los públicos. Una pena que la falta de medida la alargara hasta descompensar el ritmo. De haber podido quedarse en una ágil ópera bufa desembocó a veces en un drama wagneriano, pero no faltó nunca la chicha.
El llanto de los premiados -incontrolable, interminable a veces, enternecedor siempre- contrastaba con la seriedad y las miradas de circunstancias. Incluso con el rencor que se adivinaba entre los buenos y los malos del último altercado protagonizado por ese colectivo de excesos, quejas crónicas, sadomasoquismos varios y talentos en pie de guerra permanente que llamamos cine español.
Alex de la Iglesia fue payaso triste sin ganas de reír, como le haría cantar Leoncavallo en Pagliaci. Un clown vestido de frac que evitó dejar dudas sobre su espantada infantil, un tanto surrealista, con demasiado exceso de notoriedad y de dudosa urgencia. Hubo tensión en la escena de su discurso sentido e histriónico, acompañado de una realización televisiva soberbia. Los planos del casi expresidente circunspecto se alternaban con los de sus enemigos sibilinos y declarados.
Las caras de la ministra González-Sinde, el productor Gerardo Herrero y su vicepresidenta Iciar Bollain despedían cierto ánimo afilado de cuchillo. La actitud de la víctima era de pistolero en duelo. Aquello fue una mezcla de géneros que recordaba a una ensalada aderezada con las triquiñuelas psicológicas de Verdi, la chulería de John Ford, las calenturas de Puccini y la magia coral de Berlanga a partes iguales.
Si alguien es amante del exceso y la escena es De la Iglesia. Su película es un disparate indescriptible, más patética que esperpéntica, pero el realce y la talla que ha dado su gestión y su empuje a una gala como la de ayer le redoblan el mérito. Apuesta fuerte. Gana y pierde. Es un kamikaze necesario que responde al riesgo y al reto que clamaba su discurso.
En medio escuchó las súplicas del siempre efectivo Buenafuente, disfrutó de los pinitos musicales de Tosar, Paco León and Company, soportó a un revienta espectáculos con barretina, seguro que aprendió mesura del maestro Mario Camus y comprobó que la justicia es más humana y racional que divina con una lista de premios ecuánime y merecida a la mejor película de la terna, Pa negre. Con todo, el cine español creció un poco ayer. Si saca moraleja de estos girones, le irá mejor.
Babelia
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