Crisis económica y educación
con la gente que emplea. Y ello, para más inri, en nombre de la libertad individual. En definitiva, para ser competitivos no habría otro remedio que quebrar uno de los logros históricos del movimiento sindical, la negociación colectiva, que impone normas comunes a empresas que actúan en condiciones muy distintas.
En suma, tal como se plantea la salida de la crisis va a exigir grandes sacrificios de los trabajadores. No extrañará, por tanto, que se trate de encubrirlo con la retórica de un nuevo modelo productivo que haga plausible soportar un paro creciente, con todas sus secuelas, ya que después viene un porvenir venturoso. Se trata de recuperar la confianza de la gente, insistiendo en que, si todos arrimamos el hombro, al final también todos saldremos beneficiados. Esto no quita que yo también, como otros muchos, piense que la especificidad de la crisis en nuestro país se debe a las enormes deficiencias del sistema educativo, que incluyen la debilidad de una ciencia española, incapaz de ofrecer tecnología de punta, crítica que también muchos hemos reiterado desde hace bastantes años. El factor principal para ir acercándonos a un nuevo modelo más competitivo puede muy bien ser una transformación profunda de la educación, pero sin olvidar que, en el mejor de los casos, se necesitará más de una década para que se note alguna mejoría, y sobre todo que marchemos por la senda adecuada. Y aquí está el intríngulis de la cuestión: acertar en el tipo de educación que se requiere para salir del atolladero.
Llevamos más de dos siglos dándole vueltas a la falta de una ciencia española
Renovar la educación, sí, pero antes dilucidar qué educación y con qué objetivos. Por su amplitud y trascendencia es una cuestión filosófica enormemente compleja, máxime en una sociedad "politeísta", en la que compiten muy distintos valores y cosmovisiones. Además, al tener que conectarla con la socialización familiar y social -la escuela no actúa en el vacío-, demanda conocimientos provinientes de distintas ciencias sociales. Aunque la educación sea el factor determinante para llegar un día a un nuevo modelo productivo, habrá que plantearla desde sus propios referentes, sin encajonarla de antemano en supuestos netamente economicistas.
Pedir un nuevo sistema educativo sin previamente plantear los muchos y graves problemas asociados con la educación implica, bien asumir que la ciencia económica no está capacitada para abordar los problemas a los que se enfrenta y los transfiere a un campo ajeno, o bien tolerar, incluso aplaudir, que se apropie de tema tan tremebundo como el de la educación, comprimiéndola en sus postulados y conveniencias.
Porque exigir, simplemente, "un sistema educativo adecuado a las nuevas necesidades de nuestro desarrollo económico" y tratar de "poner en marcha una investigación capaz de crear y absorber tecnología", sería la forma más directa de arribar a la catástrofe. Una educación, mejor diríamos instrucción, como muy bien distinguían los institucionistas, reducida a transmitir aquellos conocimientos que el empresario cree que deben adquirir sus empleados, forjaría una serie de superespecializados incompetentes, que ni siquiera servirían para las tareas para las que se les ha destinado.
Acoplar la educación a la instrucción que el sistema económico piensa que requiere, garantiza no sólo que no se logrará un cambio de modelo, sino que seguirá descomponiéndose el que tenemos. A su vez, una ciencia que no esté movida exclusivamente por el afán de saber y no se haga las preguntas teóricas pertinentes, sino que se oriente tan sólo a adquirir un saber práctico, de pronta aplicación, quedará al margen del desarrollo científico, con lo que a la postre también de los grandes avances tecnológicos.
Llevamos más de dos siglos dándole vueltas al tema de la ciencia española, o mejor a la falta de una ciencia española, con periodos en los que la cuestión se discutía en serio, por ejemplo a finales del siglo XIX, con la Institución Libre de Enseñanza, la mayor oportunidad perdida, o mejor destrozada con la guerra civil que tuvo España, y otros en los que, como el actual, se ha perdido de vista las raíces históricas de nuestra peculiar relación con la ciencia y un cuerpo de científicos funcionarios presume de nuestros avances que serían aún más imponentes si recibieran más dinero. El complejísimo problema de la educación y de la ciencia sería uno de inversión insuficiente, así de fácil.
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología en excedencia.
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