_
_
_
_
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cosas de conciencias

El día en que se reunieron en congreso todas las conciencias desechadas por sus propietarios, se produjo tal overbooking que las organizadoras tuvieron que alquilar, además del País de Nunca Jamás, el País de las Maravillas. Y aun así, las conciencias se apiñaron en los pasillos, sentadas en el suelo.

Fue un amargo éxito. Pues nunca hasta ese día -ayer, hoy, mañana- tantas conciencias en el mundo habían sufrido tanto rechazo por parte de gente que va a lo suyo sin que le importen las consecuencias de sus actos.

El congreso empezó suavecito, para que las conciencias entraran en calor, antes de atacar lo que más las angustiaba. Ante las almas allí congregadas se desarrollaron varias ponencias sobre el lenguaje incorrecto con que los humanos las maltrataban a menudo. "Dormir con la conciencia tranquila" fue tumbada, como frase, por unanimidad ("La conciencia es insomne, pero los hombres roncan", fue la propuesta sustitutoria), y "Tener mala conciencia" recibió otra filípica por parte del respetable, que decidió que en su lugar se instalara: "No quiso ver que su conciencia estaba a malas con él o ella".

"El hombre que no puede mirarse en el espejo, ése, algún día, nos reclamará"

Durante los dos primeros días continuaron mareando la perdiz, perdidas en temas periféricos, tales como determinar cuál es el sexo de la conciencia, si carecen de él, como los ángeles, o son la representación de todos los sexos, como la Esfinge. Ahí se liaron bastante, y a la mañana del tercer día las conciencias reaparecieron ojerosas, porque habían dormido peor que de costumbre, no sólo por culpa de las culpas de sus propietarios, sino porque se daban cuenta de que había llegado el momento de afrontar la respuesta a esa pregunta que toda conciencia debe plantearse en un momento u otro de su vida:

"¿Qué podemos hacer?".

La más audaz era también la más joven, conciencia de un poeta novel que acababa de aceptar un puesto en una editorial, con el encargo de despedir a todo el personal a cambio de un alto salario, y de convertir la editorial en una fábrica de frases cortas para leerlas en los teléfonos entre dos llamadas. La más osada, pues, respondió a la pregunta que ninguna se atrevía a formular en voz alta.

-Seamos claras, hermanas -dijo-. Aquí lo único que podemos hacer, lo único para lo que hemos sido creadas, es para permanecer a pesar del repudio permanente que sufrimos. Vendrán otras conciencias, desamparadas, a reunirse con nosotras, como yo lo hice hace apenas unos meses. Me uní a ti, conciencia del amo de la patronal, y a ti, conciencia del sindicalista vendido, y a ti, conciencia del periodista traidor, y a ti, conciencia de la mujer hipócrita, y a ti, conciencia del banquero que jugó a las burbujas financieras, y a ti, conciencia del empresario saturnal, y a ti, conciencia de la mujer que se prostituye jefe tras jefe, y a ti, conciencia del depredador inmobiliario, y a ti, conciencia del presidente autonómico venal, y a ti, conciencia de los jueces más supremamente malignos, y a ti, conciencia del idealista político que cena con la mujer que despelleja hermosos animales, y que también ha rechazado a su conciencia. Creo que te veo por ahí, querida, ¿cómo estás?

La aludida se enjugó una lágrima y saludó modestamente a la concurrencia, que le dirigió un cálido aplauso.

Nuestra misión consiste en permanecer -siguió la joven conciencia-. Ya sé que es muy duro quedarse mano sobre mano mientras nuestros dueños destrozan el mundo con su ambición, su grosería, su maldad, su violencia, su cinismo, su ceguera… Pero, precisamente porque sabemos que nosotras, las conciencias, no atormentamos sino a aquellos que merecen paz y salvación, nuestro único futuro consiste en sentarnos y esperar a que ellos mismos llamen a nuestra puerta. El hombre que no puede mirarse en el espejo porque empieza a avergonzarse, ése, algún día, nos reclamará. Pero por cada sinvergüenza arrepentido, en verdad os digo que el mundo está lleno de canallas que mueren ciegos de vanidad, de egoísmo y de avaricia. ¡Mala puñalá les den!

Todas las conciencias se levantaron a una y su grito fue un único clamor: "¡Qué concienzuda es!".

Finalizada la sesión, las conciencias, más animadas después de saber que otras conciencias más jóvenes las reemplazarían dignamente, eligieron la Conciencia del Año. Y después se fueron de copas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_