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Columna
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La sindicatura y la izquierda transparente

Francesc Valls

La Sindicatura de Cuentas es un organismo que actúa con el poder como la espada de Aquiles: cura y mata. Su función, fiscalizar las cuentas de la Generalitat y organismos dependientes, la hace en unas ocasiones odiosa y en otras amada para el Gobierno de turno, según sea el veredicto. Por eso desde su puesta en marcha han abundado los episodios de intromisión del poder. Vayan algunas perlas a modo de ejemplo. En el año 2000 se entregó al Parlament con 515 días de retraso la auditoría sobre la ejecución de los presupuestos de 1997. En mayo de 2002 se puso fin a 15 meses de bloqueo para elegir al síndico mayor, cargo que recayó en Marià Nicolàs, a propuesta de CiU. Por esas fechas los parlamentarios llevaban tres años esperando el informe de la sindicatura sobre el caso Pallerols, de supuesta financiación irregular de Unió a través de fondos europeos para formación de parados. Un mes después, en junio de 2002, el dictamen tan largamente esperado fue rechazado por incompleto, con los votos de la izquierda y el PP. Y en el apartado de triquiñuelas dilatorias, en 2002 se tardó dos meses en que el síndico mayor firmara un talón que permitiera comprar sellos para poder enviar cartas a 950 ayuntamientos en las que se recababa información sobre los contratos con la empresa Europraxis, a la que estaba vinculado Josep Pujol Ferrusola, hijo del presidente de la Generalitat. La lista resultaría interminable y los ejemplos escasamente edificantes en horario infantil. Pero así fueron los años calientes de la sindicatura, cuando CiU utilizaba a sus síndicos para protegerse de las embestidas políticas de la oposición y la izquierda, sin la mácula del poder, rugía ante las trabas, los incumplimientos y la picaresca urdidos por el centro derecha nacionalista.

Desde la victoria del tripartito, la gestión de Joan Colom al frente de la sindicatura ha sido un ejemplo de independencia, no exenta de tensiones con el poder

Y llegó, al fin, la izquierda al poder con la transparencia como estandarte. Pasqual Maragall alcanzaba la presidencia de la Generalitat a finales de 2004 y la sindicatura cobraba nuevos bríos. Joan Colom se ponía a la cabeza del organismo a propuesta del PSC. La gestión del nuevo síndico mayor, no exenta de tensiones políticas con sus propios correligionarios, ha sido a lo largo de estos años un ejemplo de independencia y de trabajo bien hecho. Los informes ya no se traspapelan ni se retrasan semanas, meses o años. Las auditorías no se pierden entre la sede de la sindicatura y la del Parlament, aunque, a juzgar por ciertas manifestaciones, algunos desearían que así fuera.

Esta misma semana, EL PAÍS avanzó el contenido de la fiscalización de la Sindicatura de Cuentas sobre el Consorcio Sanitario Integral (CSI) correspondientes a 2007, realizada por el síndico Agustí Colom. La casualidad quiso que se diera publicidad a esas cuentas el mismo día que abría puertas el hospital comarcal del Baix Llobregat. El centro precisamente está gestionado por las sugestivas siglas CSI, tras las que se agrupan la Generalitat, ayuntamientos de la comarca y, en posición muy minoritaria, la Cruz Roja. Pues bien, la auditoría de la sindicatura ha detectado que la Administración pagó dos veces por el proyecto del hospital (665.000 euros primero y 1,2 millones luego), que acabó costando 15 millones más de lo previsto, que se pagaron 3,1 en intereses de demora y que se vendió el banco de sangre de Cruz Roja sin que fuera propiedad del CSI. El Departamento de Salud en una dura e inédita respuesta se ha acogido a que, aunque se trate de entidades públicas, la institución auditada se rige por el derecho privado. Por tanto, no está sujeta en su totalidad a la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas. Los grises siempre son opinables. La sindicatura ha cumplido con su obligación. Su independencia ha quedado a salvo, máxime cuando, en un acto de supervivencia y solidaridad políticas, el tripartito arropó el pasado viernes las explicaciones dadas por Salud.

No deja de ser sorprendente que la izquierda, paladín de la transparencia, ponga en tela de juicio el trabajo de la sindicatura. En momentos de desafección o crisis, el potencial de decepción de la política, asegura el filósofo Daniel Innerarity, es mayor en la izquierda que en la derecha. Por eso, agrega, el vicio de la izquierda es la melancolía y el de la derecha el cinismo. A veces parece que las tornas cambien.

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