La amenaza de epidemias se cierne sobre los haitianos
Estados Unidos prepara a otros 4.000 militares para reforzar la seguridad
Se llama Marie Jose, pero se podría llamar Haití. Tiene 13 años, el martes pasado estaba recitando la lección en su clase de tercer grado cuando su mundo tembló, algunas de sus amigas desaparecieron para siempre y a otras las consiguieron rescatar de entre los escombros. Como a ella, que ahora está aquí, en el jardín del hospital del barrio de Frère, con un esparadrapo en la frente que dice su nombre, una silla en vez de una cama y un muñón casi a la altura del hombro izquierdo: "Mi brazo se quedó en el colegio".
Al llegar aquí, unos médicos cubanos tuvieron que amputárselo sin anestesia, porque no había entonces ni sigue habiendo ahora, porque aunque el trajín ha vuelto a las calles y ya se pueden encontrar patatas y lechugas frescas y gallinas vivas y corderos recién sacrificados y muchos kilos de arroz en sacos con la bandera de EE UU, los últimos muertos aún no han sido recogidos y la basura que ya había por las calles antes del terremoto se mezcla con la de ahora.
Y por eso dicen los médicos que cuando ya todos los muertos estén enterrados y todas las heridas tratadas y los marines hayan conseguido poner orden en las calles, Haití aún tendrá que hacer frente a la amenaza que ya se cierne del dengue y del tifus. Porque esto es Haití, pero se podría llamar Marie Jose. Una niña sola, sentada en una silla del jardín de un hospital, con un brazo amputado y ninguna esperanza en la mirada.
No es una impresión cazada al vuelo de una noche y una mañana angustiosa. Al anochecer del martes, la lluvia tan temida se hizo presente en Puerto Príncipe, llenando de zozobra a los cientos de miles de personas que duermen desde hace una semana a la intemperie. Al amanecer del miércoles, una fuerte sacudida de la tierra, de magnitud 6,1 en la escala de Richter, trajo a la memoria la pesadilla del día 12. Las dos amenazas se quedaron afortunadamente en un susto, porque la lluvia apenas refrescó la tierra sin llegar a convertirla en un barrizal, y el temblor ya casi no encontró carnaza en una ciudad ya destruida.
Otras amenazas son más serias. Según el doctor cubano Francisco Pérez, lo peor es que ya se están produciendo casos de dengue y de tifus. Para el general Luis Antonio Luna, jefe de la Defensa Civil dominicana desplazado a Haití, el riesgo mayor es el de la frustración y la violencia: "Dentro de unas horas estarán enterrados los muertos y curados los heridos. Nos iremos los voluntarios y ellos se quedarán aquí con la sensación de abandono. Ese momento puede ser muy peligroso".
Tanta es esa sensación de peligro en ciernes y tanto el trabajo pendiente en este país en ruinas que, nada más llegar, los jefes del desembarco estadounidense ya se están planteando destinar otros 4.000 soldados más a la misión de Haití. Aunque, según el doctor Pérez y el general Luna, no son fusiles ni helicópteros lo que más necesitan los haitianos: "Necesitan complicidad, comprensión. Que los mires de frente, y no desde la altura de un carro de combate. Esto es Haití, no Afganistán. Aquí hubo un terremoto, no una conspiración contra la humanidad. Hay que ayudarlos, no combatirlos".
Los enemigos, según uno y otro, son el hacinamiento de los campamentos sin higiene, los desperdicios al aire libre, la ausencia de agua potable... "Ya estamos detectando casos", dice Pérez, "de dengue y de fiebres tifoideas. Tenemos que meternos en los campamentos y pedirles que no defequen al aire libre, que utilicen los baños, que tengan cuidado con el agua que le dan a los críos".
Para uno y para otro, la ayuda humanitaria ha dejado mucho que desear. También piensan lo mismo los doctores estadounidenses Jim Warsinguer y Teresa Allen que, hombro con hombro con los cubanos, batallan en el hospital de Frère y con su falta de medios. Dice Warsinguer: "Nos faltan muchas cosas, demasiadas para que haya pasado tanto tiempo desde el terremoto: betadine, esparadrapos, guantes. Y sobre todo morfina. Tenemos que hacer las amputaciones en vivo. Los ves sufrir, y es terrible. Los haitianos son muy valientes, pero sufren mucho...". Dice la doctora Allen que todos los médicos que llegan a Haití para ayudar traen, en vez de comida para ellos, una mochila cargada de medicamentos. Y que, cuando se acaban, viene el problema. Naciones Unidas aún no ha sido capaz de distribuir la ayuda internacional. Cuando al general Luna se le pregunta por Naciones Unidas, responde con otra pregunta: "¿Naciones Unidas? Ah, sí, he visto pasar por el cielo algunos helicópteros que tenían pintado ese letrero".
En el jardín del hospital, más que los goteros colgados de los árboles, que los enfermos tumbados en el césped por falta de camas, que las curas más íntimas a la vista de todos, que los llantos desesperados de los niños y que la manta azul que tapa al último muerto del terremoto, lo que desgarra el alma es la mirada asustada de Marie Jose y su explicación tan sencilla.
-¿Qué te pasó?
-Mi brazo. Se quedó en el colegio.
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