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¿Inteligencia?

El Gobierno de Obama está recibiendo serias críticas por no haber evitado que el joven nigeriano que intentó cometer un atentado el día de Navidad volase a Estados Unidos. Parece que algunos creen que el Reino de los Países Bajos se ha incorporado recientemente a nuestro país como el Estado número 51 y que el aeropuerto de Ámsterdam está, como el de Boston y el de Chicago, bajo el control directo del Gobierno de Washington. Su etnocentrismo es significativo. La indignación por el fallo refleja una idea persistente entre los estadounidenses: si no somos invulnerables a las desgracias que padecen otras naciones, deberíamos serlo.

La actuación de la Administración de Bush antes del 11 de septiembre de 2001 fue lamentable. Un juez rechazó la petición del FBI de intervenir el teléfono de uno de los que después serían autores de los atentados, con el argumento de que estaba constantemente solicitando autorizaciones para escuchas sin una base sólida. El propio presidente Bush dijo a su consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, que estaba harto de oír hablar de las amenazas de Al Qaeda y no quería saber más.

La combinación de arrogancia e ineptitud ante el peligro tiene muchos precedentes en Estados Unidos
Cansa la obsesiva demanda de más fuerza por parte de los unilateralistas

Esa combinación de complacencia arrogante e ineptitud administrativa tiene precedentes históricos en Estados Unidos. Antes de la Guerra de Secesión, los sureños que se encontraban en el Gobierno nacional concentraron deliberadamente recursos militares en los Estados que posteriormente se rebelaron. El norte no hizo nada para impedirlo. En 1941, Estados Unidos esperaba un ataque japonés, pero no en nuestro bastión en el Pacífico, Pearl Harbor. El FBI interceptó llamadas telefónicas de Japón a su consulado en Honolulú en las que se preguntaba por los fondeaderos de los buques de guerra norteamericanos, pero no dijo nada a la Marina. El responsable de inteligencia de la flota del Pacífico informó a su almirante dos días antes del ataque de que había perdido la pista de las naves japonesas. El almirante respondió: "¿Quiere decir que podrían rodear Diamond Head en cualquier momento?" (Diamond Head está justo al lado de Pearl Harbor). Unas horas antes del ataque, un buque estadounidense hundió un submarino japonés que intentaba entrar en el puerto, pero no envió el informe correspondiente al mando. Una hora antes de que llegaran los aviones japoneses, un radar norteamericano detectó unos aparatos que venían del noroeste, pero se interpretó que eran aviones estadounidenses procedentes de California, es decir, del nordeste. Los almirantes no enviaron ninguna patrulla hacia el noroeste. Explicaron que consideraban inconcebible un ataque contra su cuartel general. Por lo visto, todo el mundo lo consideraba así.

La ineptitud organizativa y la falta de criterio mostradas en Pearl Harbor no son un rasgo exclusivo de los estadounidenses. En la crisis de 1914, los ministerios de Exteriores y de la Guerra británicos, franceses y rusos ignoraron las intenciones alemanas. Nadie estaba preparado (a pesar de la Guerra de Secesión norteamericana y la guerra franco-prusiana) para el infierno tecnológico que se desencadenó. Durante la crisis checa de 1938, franceses y británicos no supieron que los generales alemanes estaban planeando un golpe en caso de que Hitler iniciase una guerra que ellos consideraban prematura. Las potencias occidentales se vieron sorprendidas por el pacto germano-soviético de 1939, a pesar de los indicios, desde hacía meses, que anunciaban tal posibilidad. En la guerra, los generales franceses no podían imaginarse que Alemania iba a atacar el nordeste de Francia. En 1940, los alemanes no previeron la eficacia de la defensa aérea británica, y abandonaron los bombardeos de los aeródromos británicos cuando estaban a punto de acabar con ella. En 1941, Stalin desoyó el aviso urgente de Churchill y de sus propios generales de que era inminente un ataque alemán. El ejército alemán no estaba preparado para la guerra en el invierno ruso, a pesar de la experiencia de Napoleón. Los generales estadounidenses le dijeron a Roosevelt que la URSS estaba a punto de desintegrarse. Y tres años más tarde, en plena guerra en Europa, no previeron la ofensiva alemana de invierno en las Ardenas.

El mundo de la posguerra, a partir de 1945, estuvo lleno de errores similares en todas partes. Algunos fueron errores de juicio político fundamental, otros se debieron a una ignorancia consumada, otros a los conflictos internos y a una contraproducente división del trabajo en el aparato militar y político. Muchas de las cosas que intentó Estados Unidos fracasaron. Hubo operaciones militares y campañas encubiertas que se encontraron con una resistencia enconada. Israel, que en teoría vive gracias a un ingenio superdesarrollado, ha pasado de la victoria militar a la derrota política por sus propios medios y a toda velocidad. Las incursiones soviéticas en Checoslovaquia en 1968 y Afganistán en 1979 fueron catástrofes políticas.

La obsesiva demanda de más fuerza por parte de los unilateralistas estadounidenses provoca el cansancio en una población como la norteamericana, poco dada a la reflexión crítica. Sin embargo, nada interrumpe la espiral durante mucho tiempo.

La certidumbre de fin de milenio de los estadounidenses y el recelo de Europa, el orgullo nacional y la falta de seguridad histórica, el consenso democrático y la ficción tiránica, el entusiasmo militar y el pacifismo huraño, se enfrentan sin cesar. Con frecuencia, la rivalidad deja paso a una unión nefasta de opuestos ideológicos. Oriente y Occidente, Norte y Sur, la geopolítica, en apariencia gestionada con un realismo desilusionado, está inextricablemente unida a la distorsión cognitiva y la deformación psicológica.

Los burócratas, oficiales y políticos teóricamente al mando se ven una y otra vez abrumados por unas circunstancias que no pueden dominar y que han provocado ellos mismos de manera involuntaria. No está claro por qué se dice que lo que hacen es una reacción a la "inteligencia" obtenida. La inteligencia, en el sentido literal del término, que nuestras clases dirigentes puedan poseer, sigue siendo un bien muy escaso. Alguien debería ser lo bastante inteligente como para pensar en ello.

Norman Birnbaum es catedrático emérito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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