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Columna
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Malos humos

Como ocurre siempre en estas fechas, ya se ha iniciado el carrusel de predicciones sobre lo que nos puede acarrear el nuevo año. Junto a la consolidación del libro electrónico o el blindaje del Concierto, la anunciada prohibición de fumar en lugares públicos cerrados puede convertirse en el tema-estrella de 2010.

La medida, adelantada recientemente por la ministra de Sanidad, ha provocado ya las primeras protestas tanto de los hosteleros como de los adictos a la nicotina. Ya se habla de pérdidas millonarias en el sector -¡qué aficionados somos en estas latitudes al uso continuo de la hipérbole- y se alude al nuevo recorte a las libertades (del fumador claro) que la iniciativa puede suponer.

Uno, en su escasa experiencia mundana, ha tenido, eso sí, ocasión de alternar en tascas, cafés y pubs de Francia, Portugal e Irlanda y no ha podido dejar de sorprenderse gratamente por la naturalidad con la que los consumidores de cigarrillos de estos países salen a la puerta del establecimiento a echar un pitillo. ¿Qué fue de la imagen de la taberna irlandesa llena de humo? Símplemente que tiene el aire más limpio. La música sigue sonando igual, la gente canta con las cuerdas vocales menos irritadas y la Guinness circula con idéntica alegría.

Las quejas de los fumadores ante las nuevas restricciones previstas no proceden de su egoísmo, como algún malpensado supondrá. No conozco a nadie tan generoso como los enganchados al tabaco. Salvo honradas excepciones, están dispuestos a compartir su humo con cualquiera y en cualquier lugar. Me encanta esa pregunta-trampa de "¿le molesta que fume?" Si respondes que no y te tragas su humo eres un enrollado. Si dices que sí eres un intolerante. ¿Alguien en su sano juicio plantearía: "le importa que me tire un cuesco"?

¡Ah, qué tiempos aquéllos en que era posible viajar en autobús de Barcelona a Bilbao envuelto en una nube de alquitrán que hacía temer que el tubo de escape estuviese vertiendo sus gases directamente en la cabina!

El flagrante fracaso de la ley antitabaco que entró en vigor en enero de 2006 queda reflejado en el hecho de que la tasa de fumadores haya aumentado en un 7%. Y es que, ¿a quién se le ocurre prohibir encender cigarrillos, por ejemplo, en un frontón? ¿En qué cabeza cabe que en un recinto deportivo cerrado se nos prohíba disfrutar de un buen habano?

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Hace unos días durante la disputa de un partido en el Astelena, menos los contendientes, fumaba (algunos no sólo tabaco) todo el mundo, cámaras de televisión incluidos. Al final del encuentro la atmósfera estaba tan cargada que no me extraña que a uno de los deportistas se le fuera la olla en más de una ocasión. Sus frecuentes visitas al vestuario, ¿serían para utilizar la mascarilla de oxígeno o para dar también una calada, contagiado por el ambiente? ¿Se atreverá Trinidad Jiménez a dar el paso? Seguro que camareros y pelotaris se lo agradecerán. Urteberri on!

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