Vendedores de lingotes de barro
¿Recuerdan cuando serenos y barrenderos tocaban el timbre pidiendo el aguinaldo?
Esta mañana llamó al mío el agente inmobiliario, felicitándome prematuramente la Navidad. Sin suelto, le di un pedacito del muro de Berlín y una idea: que venda por medios ladrillos a los turistas los pisos que no consigue colocar a precio inflado, con el rótulo: "Fragmento del estallido de la burbuja de Madrid". Al vendedor, sospechosamente parecido a Carlos Hipólito, le supo bien esta idea de I + D. Disculpen que les cuente mi pesadilla, fruto del estreno de Glengarry Glen Ross, pero en el contexto actual esta obra de 1983 da mucho que soñar.
Daniel Veronese nos la sirve en su salsa, con guarnición de actores al gratén. Carlos Hipólito está sembrado. Se merece un Max por cuadrar el círculo de su primera parrafada, endiabladamente entrecortada y coloquial. El diálogo conspirador entre Alberto Jiménez y Andrés Herrera, pisándose la frase con naturalidad de actores argentinos, también es de traca. No funciona, es culpa del texto, el monólogo con el que Gonzalo de Castro abduce a Jorge Bosch, su cliente callado: luego, están, demoledor aquél y admirablemente arrollador éste. Ginés García Millán imprime al director de la inmobiliaria la humanidad de una calculadora de cristal líquido. A Alberto Iglesias, el poli, lo ficharían en cualquier comisaría.
GLENGARRY GLEN ROSS
Autor: David Mamet. Versión y dirección: Daniel Veronese. Madrid. Teatro Español. Hasta el 17 de enero.
Veronese lleva la función a compás en una escenografía rotunda y exacta de Andrea D'Odorico, el texto es tan cierto como que Mamet lo escribió mientras trabajaba en una inmobiliaria pirata y la versión española no suena a inglés traducido, pero, cuando el vendedor Levene sale, achicado por la derrota, todos nos quedamos esperando que suceda algo más y yo me quedé pensando que al texto le falta ese pellizco feliz que Veronese le metió a Casa de muñecas y a Hedda Gabler. Sin una vuelta de tuerca que lo apriete o lo recontextualice, Glengarry Glen Ross sabe a menú del día sin bebida ni postre.
Babelia
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