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La guerra afgana

Obama arriesga en Afganistán su presidencia

Los militares consideran factible el objetivo de ganar la guerra en 18 meses - El Congreso es escéptico, pero dará luz verde a los planes de la Casa Blanca

Antonio Caño

El objetivo ha sido claramente fijado: ganar la guerra de Afganistán en 18 meses y volver a casa. Para el Pentágono resulta una misión difícil, pero factible. Los congresistas, en la derecha y en la izquierda, expresan serias dudas al respecto, pero le darán al presidente los recursos que solicita. Los aliados parecen alentados por la señalización al fin de un horizonte en un conflicto agotador. Las reglas están establecidas y Barack Obama se juega ahora su prestigio y su presidencia.

De todas las críticas que se pueden hacer al discurso que el presidente estadounidense pronunció en la noche del martes en la Escuela Militar de West Point, la única injusta sería la de que la estrategia presentada para Afganistán no es suficientemente audaz y arriesgada. Obama apuesta por una considerable escalada militar con el refuerzo de 30.000 soldados y exige a todos (a los militares, a Afganistán, a la OTAN y a sí mismo) resultados para julio de 2011, la fecha marcada para comenzar la cesión de responsabilidades a las Fuerzas Armadas afganas y para la salida de los soldados estadounidenses.

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Las primeras reacciones entre los comentaristas y analistas refleja lo polémico de la propuesta: la izquierda zarandea al presidente por ensuciar su reciente Premio Nobel de la Paz con esta decisión de profundizar la guerra; la derecha lo acusa de favorecer al enemigo al señalar un límite preciso para el final del conflicto.

Ambas críticas tienen fundamento. Como confesó en su discurso, Obama contaba con ellas por anticipado y decidió obviarlas a favor de un plan que lleva su sello personal y que refleja toda su concepción sobre la defensa de los intereses nacionales. "Como presidente, tengo que contrapesar todos los retos a los que hacemos frente, no puedo permitirme el lujo de atender sólo uno", manifestó ante los cadetes del Ejército.

En otras palabras, Obama va a hacer el esfuerzo econario para ganar la guerra de Afganistán pero no va a poner en riesgo, como ocurrió en Irak, toda la capacidad de esta gran potencia en ese empeño. "La nación que más empeño tengo en construir es la nuestra", recordó.

Eso quiere decir que, aun siendo significativo el nuevo despliegue anunciado, el ángulo más reseñable de la nueva estrategia es el del anuncio del fin de la guerra. "Tiene que quedar claro que los afganos tienen que asumir la responsabilidad de su propia seguridad y que Estados Unidos no tiene interés en luchar una guerra interminable en Afganistán", insistió.

Los militares (y el presidente afgano, Hamid Karzai) tienen, no obstante, una última oportunidad de ganar la guerra. Es difícil, casi una proeza, conseguir en 18 meses lo que no se ha conseguido en ocho años. Pero, al mismo tiempo, tal como lo observa Obama, si 100.000 soldados estadounidenses -la cantidad que habrá en el teatro de operaciones a partir del próximo verano- no pueden derrotar a unas decenas de comandos de Al Qaeda apoyados por una desordenada milicia talibán, quizá no valga la pena continuar con ese esfuerzo indefinidamente.

Nadie quiere de momento, por supuesto, imaginar el escenario de una derrota, pero como ayer se podía deducir del intercambio dialéctico en el Congreso entre el secretario de Defensa, Robert Gates, y el senador John McCain, el riesgo de llegar a julio de 2011 sin perspectivas de victoria es una posibilidad cierta.

"Se trata de una fecha arbitraria que pone en peligro a nuestros amigos en la región; ése no es el camino hacia la victoria", advirtió el ex candidato presidencial republicano. A lo que Gates replicó que esa fecha ha sido cuidadosamente estudiada y que "se ha llegado a la conclusión por parte de todos de que es posible empezar la transición en ese plazo, especialmente en algunas regiones del país".

Entre los que parecen compartir ese plazo están los principales mandos militares. El jefe de las operaciones en Afganistán, general Stanley McChrystal, manifestó ayer a sus tropas que se siente alentado por el "compromiso demostrado por el discurso del presidente" y que "hay ahora una concentración en Afganistán que nunca ha habido antes". Su superior, el general David Petraeus, admitió que el límite impuesto por la Casa Blanca representa "un gran desafío", pero recordó que "nunca ha habido nada fácil en Afganistán".

La secretaria de Estado, Hillary Clinton, también en una comparecencia ante el Congreso, aseguró que "existe plena unidad" dentro de la Administración y con los aliados de la OTAN para desarrollar la estrategia señalada por Obama.

En el Capitolio, por ahora, no se comparte ese entusiasmo. "Tengo la impresión de que lo que estamos haciendo es poner a más marines norteamericanos en las esquinas de las calles de Afganistán donde deberían estar soldados afganos", declaró ayer el presidente del Comité de Asuntos de Defensa del Senado, el demócrata Carl Levin. Muchos demócratas apoyan ese punto de vista, igual que muchos republicanos, que respaldan el refuerzo pero critican el establecimiento de un plazo.

Pese a eso, como suele ser habitual en este tipo de debates, el Congreso estará formalmente al lado del presidente en la guerra y, con casi toda seguridad, aprobará los 30.000 millones de dólares (casi 20.000 millones de euros) que ha solicitado para financiar la escalada militar.

Obama tendrá el dinero, pero poco más que eso. Afganistán es ya definitivamente su guerra; no la del Congreso ni la de los demócratas. Es también, eso sí, la guerra de Gates y la guerra de Karzai, a quien Obama recordó en su discurso que "se acabaron los cheques en blanco".

Barack Obama saluda a los cadetes en la academia militar de West Point (Nueva York), donde la noche del martes pronunció su discurso sobre la estrategia en Afganistán.
Barack Obama saluda a los cadetes en la academia militar de West Point (Nueva York), donde la noche del martes pronunció su discurso sobre la estrategia en Afganistán.REUTERS

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