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Columna
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Una idea-fuerza muy potente

Joaquín Estefanía

La vicepresidenta económica del Gobierno, Elena Salgado, presentó el pasado viernes los ejes del anteproyecto de Ley de Economía Sostenible (LES), y se anuncia que pasado mañana el presidente Rodríguez Zapatero lo desarrollará en el Congreso de los Diputados. Agradecemos mucho que nuestros gobernantes se preocupen del medio y largo plazo (la ley tiene su horizonte en el año 2020, por lo que tendrán que aplicarla Gobiernos de distinto signo ideológico, a no ser que la anulen cuando lleguen a La Moncloa), pero ahora estamos agobiados por el corto: un paro cercano al 20% de la población activa, un desempleo juvenil que dobla ese porcentaje, el decrecimiento del PIB durante muchos trimestres, un déficit público de dos dígitos, características que nos definen, según el seminario The Economist, como "el nuevo enfermo de Europa".

La ley suena bien, si se la considera como el raíl para el cambio de modelo productivo

Nos habría gustado que nuestros administradores hubieran hecho antes una auditoría pública de la eficacia de las noventa y tantas medidas del Plan E, y que hubieran incardinado mejor los problemas citados en los Presupuestos Generales del Estado para el año que viene. Muchas veces tenemos la sospecha, a la luz de las declaraciones conductistas que hacen (intentando, bienintencionadamente, introducir optimismo en el purgatorio), de que esos mismos administradores creen que las secuelas que va a dejar en la sociedad española la crisis económica son más transitorias que permanentes. Y sin embargo, paradójicamente, al mismo tiempo pretenden cambiar el modelo de crecimiento. No es un tópico recurrir una vez más a las palabras de Keynes en su tratado sobre la reforma monetaria, del año 1923, cuando recordó que el largo plazo es una guía confusa para la coyuntura. "En el largo plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil y demasiado inútil si en cada tormenta lo único que dicen es que cuando pase el temporal el océano está otra vez tranquilo". A lo que, bastantes años después, contestó la discípula del genial economista de Cambridge, Joan Robinson (una mujer que mereció recoger el Premio Nobel de Economía antes que la única mujer que lo ha recibido, este año, la norteamericana, Elenor Ostrom), diciendo que "en el largo plazo estamos todos muertos, pero no todos al mismo tiempo".

Y, sin embargo, lo conocido del anteproyecto de LES suena bien: es una idea-fuerza muy potente susceptible de ser apoyada y desarrollada, siempre que se entienda como el marco, el primer paso, los carriles para variar el modelo de crecimiento de nuestro país. Un lustro después de la primera victoria socialista, después de las dos legislaturas de la derecha, el Gobierno presenta una de las promesas electorales que figuraban en su programa del año 2004. La sostenibilidad de la economía española (en la que un cuarto de su producción tiene que ver con las actividades inmobiliaria y turística) es un problema estructural. Y contemplar esa sostenibilidad más allá del medio ambiente (es muy oportuna su presentación pocos días antes de la decisiva cumbre de Copenhague, en la que se va a impulsar la transición en el mundo de una economía basada en el petróleo y los combustibles fósiles a una economía baja en carbono, como imprescindible para el futuro del planeta) e incorporar la mejora del entorno económico y los asuntos relacionados con la competitividad tiene sentido común. La sostenibilidad como una triple dimensión.

Pendientes de conocer la letra pequeña del anteproyecto de ley, su memoria económica, su imbricación con las reformas que necesita la economía española (laboral, empresarial, energética, educativa, de la justicia, las pensiones o fiscal) para cuando la coyuntura cambie y redescubramos los problemas específicos de nuestro país -no los que nos homogeneizan con nuestro entorno- la primera valoración es buena, pero insuficiente.

Hay dos características de nuestra vida pública que impiden ser optimistas sobre el futuro de una Ley de Economía Sostenible que debe durar al menos una década: la primera, la renuencia del Gobierno a cualquier conflicto que altere la anomia de la sociedad, y los cambios implican inquietudes, dilemas, reestructuraciones que eliminen privilegios: capacidad de liderazgo. La segunda característica, no menos significativa, es la incomparecencia de la oposición ante los grandes retos pendientes. Cuando todavía no se conocía el contenido de lo presentado por Elena Salgado a la salida del Consejo de Ministros, los representantes del PP ya lo habían definido como "franquista". Esto sí que es verdaderamente decepcionante.

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