"Cada noche salían de aquí 30 o 50 jóvenes para cruzar la frontera"
Han pasado 20 años, pero Imre Kozma cuenta lo que pasó con tanto detalle que parece que hubiera sucedido ayer. "En el verano de 1989, vinieron 200.000 alemanes del Este a Hungría esperando no volver jamás a casa; la mitad volvieron y, en agosto, más de 60.000 se preparaban para cruzar la frontera", recuerda. Este sacerdote levantó el día 14 de ese mes el primer campamento que dio cobijo, comida y apoyo moral a miles de alemanes de la antigua República Democrática Alemana (RDA) que, en los últimos meses del comunismo, pocas semanas antes de la caída del muro de Berlín, llegaron a Hungría con la esperanza de cruzar al otro lado del telón de acero, hasta Austria.
"Eran muy jóvenes, entre 20 y 30 años", explica Kozma, que ahora tiene 70 años. "Venían en grupos con sus caravanas y sus Trabant [el coche más común de la Alemania oriental]. Lo que más me conmovió fue ver cómo se sentían: tenían miedo los unos de los otros. No hablaban entre ellos, ni con nosotros. Temían que hubiera infiltrados de la policía secreta o que les devolviésemos a su país", explica, mientras señala dónde colocaron las primeras tiendas en el jardín de la iglesia de uno de los barrios acomodados de Budapest.
Cuando el comunismo se desmoronaba, Hungría llevaba un tiempo dando pequeños pasos hacia el exterior. En junio de 1989, se empezaron a cortar las vallas de alambre de púas y desconectar las alarmas eléctricas de la frontera con Austria. La posibilidad de cruzar atrajo a miles de alemanes del Este. El día más simbólico fue el 19 de agosto, cuando con motivo del histórico Picnic Paneuropeo organizado por el movimiento prodemocrático húngaro, el paso se abrió durante tres horas. El 10 de septiembre la frontera se reabrió para siempre.
"El día del picnic, sólo de esta iglesia salieron 350 alemanes. Todos lograron pasar", cuenta Kozma. En pocas semanas, el sacerdote abrió tres nuevos campos. Entre el 14 de agosto y el 14 de noviembre, 48.600 personas pasaron por ellos, según sus cálculos. "Cada noche partían desde aquí entre 30 y 50 alemanes del Este para cruzar la frontera y casi todos los conseguían. Lo organizábamos todo para que les esperaran al otro lado. Ellos contaban que los soldados húngaros miraban para otro lado si se los encontraban", afirma.
En el jardín de la iglesia, que ahora es la sede de la Orden de Malta de Hungría (una de las grandes organizaciones de caridad del país), Kozma enseña dos trozos del muro de Berlín que le trajeron hace años y un viejo Trabant -"todavía funciona", dice-, mientras muestra fotos en blanco y negro de los jóvenes que acogió. "Les ayudamos sin pensarlo dos veces; menos mal, porque si nos lo llegamos a pensar mucho... no sé si lo hubiéramos hecho".
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