La región más conflictiva
Hamid Karzai es el vencedor de unas elecciones en las que todos han perdido. Perdió él, que se dejó casi todo su crédito político y la legitimidad en el camino; pierden los afganos, que después de 30 años de guerras y ocho de supuesta democratización y reconstrucción siguen siendo las víctimas principales, y pierde Occidente, que ha invertido más de 65.000 millones de dólares.
En un mundo gobernado por la imagen, Hamid Karzai logró la mitad de su éxito internacional gracias a su atuendo exótico: la capa verde de seda llamada chapam y su gorro karakul. Ese porte elegante causó sensación en su primera aparición en EE UU. Era febrero de 2002.
EE UU felicitó ayer a Hamid Karzai por su reelección como presidente afgano y le trasladó oficialmente una invitación a trabajar juntos por el futuro del país. Cortesías aparte, la victoria de Karzai es un hecho que condicionará la decisión de Barack Obama sobre el futuro de la guerra.
La comunidad internacional empieza a perder la paciencia con Irán. Ayer, sus portavoces seguían emitiendo mensajes ambiguos respecto a la propuesta de la ONU para desbloquear la crisis desatada por su programa nuclear. Pero el director del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), Mohamed el Baradei, les instó a que respondan pronto.
Estados Unidos celebra hoy varias elecciones locales que servirán de barómetro político para la presidencia de Barack Obama un día antes de que se cumpla un año de su victoria. A la espera de resultados, esas elecciones ya han puesto de relieve, de momento, que el grupo más extremista de la derecha controla actualmente el Partido Republicano.
La pregunta clave es ésta: ¿Para usted, en qué consiste ser francés? Basándose en esta peliaguda cuestión, el Gobierno de Nicolas Sarkozy ha lanzado un gran debate en Francia a fin de descubrir, aprehender y estimular lo intrínsecamente galo en un país con más de ocho millones de inmigrantes (alrededor del 13% de la población).
PABLO ORDAZ | Tegucigalpa
Veinte años de la caída del Muro
Uno a uno, símbolos y legados de la Unión Soviética han ido desapareciendo del mapa de Lituania. Al igual que sus vecinos letones y estonios, los lituanos se han dedicado con esmero a la tarea en casi dos décadas de independencia. En el noreste del país, sin embargo, a unos cinco kilómetros de Bielorrusia, se yergue una espantosa catedral soviética de la que los lituanos no querrían desprenderse.