"El intérprete se tiene que esconder detrás del personaje"
Ha ido cambiando la máscara externa por el trabajo introspectivo. Se ha alejado del mimo y el juego para meterse en el interior de los personajes muy lentamente hasta casi desaparecer. Es lo que busca Luis Tosar. Que no le encuentren, que no le vean, que el espectador sólo se fije en el personaje, que se vuelva invisible. Ése es el compromiso interpretativo de este actor, que en apenas diez años se ha vuelto un imprescindible en el panorama cinematográfico español. Su presencia es sinónimo de calidad, de verdad. Ya lo dijo Icíar Bollaín hace años. "Luis Tosar puede llegar a dar mucho miedo y también, por qué no, pena. Luis es siempre verdad".
¿Se reconoce en esas palabras? "Si uno me ve actuar en mis primeros cortos y mis primeras obras de teatro se ve que estoy muy lejos de eso de lo que habla Icíar. Estaba en otra cosa, en el juego, en la imitación. Uno intenta trabajar desde la verdad desde muy al principio, pero creo que es una cosa de investigación, que uno lo va consiguiendo. Hay actores que son de verdad desde muy al principio, yo quizá hice un trabajo al revés, empecé desde algo más externo que tenía que ver más con el clown, con el teatro de máscaras, para ir poco a poco al interior".
"Las películas tienen una misión, la de que hay una historia que contar"
"Malamadre es el papel más completito que he hecho hasta ahora"
Tosar tiene un claro compromiso con la interpretación, que es el de anteponer los personajes al actor. "Lo importante es siempre el personaje, por encima del lucimiento personal. En ocasiones coincide en que puedes poner todas tus artes a relucir con determinado personaje, pero no es así siempre. A veces tienes que echar el freno y no hacer más de lo que es necesario, pero en aras de que el personaje sea creíble. El actor tiene que esconderse detrás del personaje, yo al menos lo intento. No me gustan mucho los actores a los que se ve continuamente actuar. Yo siempre me quedo con el personaje. Ése es el compromiso con la historia, ser conscientes de que las películas tienen una misión, de que hay una historia que contar y que no necesariamente tu personaje tiene que ser el más importante siempre. No luchar por un plano más o poner un codo para que se te vea mejor. Es la historia lo que tiene que prevalecer". Es toda una declaración de principios de este intérprete nacido en Lugo, de 39 años, que ahora se ha ocultado detrás de Malamadre, un preso peligroso, listo, con una astucia natural, un tipo con carisma que nunca se relaja, que tiene su propio código de valores y que siempre está a la defensiva, muy tenso, en alerta continua. Malamadre es el protagonista de Celda 211, un potente filme dirigido por Daniel Monzón y basado en el libro de Francisco Pérez Gandul, que se estrena el próximo viernes, tras su paso por el Festival de Venecia, en el que cosechó excelentes críticas.
Celda 211 narra el encuentro entre un joven y nuevo funcionario de prisiones que queda atrapado en una cárcel durante un motín de los presos más temidos y peligrosos y su líder Malamadre. El funcionario se tendrá que pasar por un preso más a base de astucias, mentiras y riesgo. Es una historia que plantea muchas preguntas: ¿quién es peor, los que están dentro o los que están fuera, los que pegan cuchilladas o los que cuentan los muertos sobre un papel?
Tosar no parece albergar dudas cuando dice que está ante el papel más importante de su vida. "Es el papel más completito que he hecho hasta ahora", reconoce. Está en el café Gijón de Madrid, preparando ya su viaje a la selva boliviana, donde rueda en estos momentos También la lluvia, su tercera película a las órdenes de Icíar Bollaín, y aparece más delgado, con menos cuerpo que Malamadre. "Había hecho malos, pero malos más estereotipados. Nunca me había visto yo muy cañí, muy castizo, para hacer de Malamadre". Tenía un único miedo que se convirtió en obsesión: hacer creíble a este tipo sin educación, pero con una personalidad muy marcada y una gran inteligencia natural. Lo primero que hizo el intérprete ganador de dos Goyas (Los lunes al sol y Te doy mis ojos) fue ubicarlo geográficamente, algo que no había hecho antes con ninguno de sus personajes. Y decidió que Malamadre sería de Zamora o de León, "esos lugares donde nunca pasa nada, pero terminan pasando muchas cosas". La investigación continuó con amigos malotes que viven en barrios conflictivos de Santiago de Compostela -"son tipos que se toman muy a pecho el día a día, que tienen códigos inamovibles y con los que no puedes jugar demasiado porque el vínculo se rompe enseguida por pequeños detalles"- y, sobre todo, con la visita que realizaron a un preso peligroso interno desde hace más de 20 años y que durante este tiempo no ha conseguido nada más que un permiso de dos días. "Nos impactó mucho. Fueron tres intensas horas en las que no se relajó ni un momento. En cuanto entramos, él se colocó en un sitio estratégico de la habitación para tenernos controlados. Nos contó múltiples anécdotas y cosas prácticas del interior de las prisiones. Es una especie de enciclopedia carcelaria. Nos dijo una frase muy ilustrativa: 'Aquí dentro, la psicosis es el estado natural de las cosas".
Le gusta viajar con directores que le lleven a sitios donde uno a veces no puede llegar solo. Él se deja acompañar fácilmente, aunque a veces peca de dejarse influir demasiado y aparcar sus propuestas. "Cuando luego ves el resultado, piensas que quizá tu propuesta era mejor. Un buen director de cine no necesariamente es un buen director de actores, así que cuando ambas cosas coinciden es sorprendente, es entonces cuando te pueden pedir ese plus que hace falta para llegar a donde ellos quieren". Eso sí, sin conflictos. "Aborrezco el conflicto, me provoca un rechazo enorme. Ya la propia mecánica del cine genera una tensión inevitable, como para añadirle más. Soy de la opinión de que con buen rollo y simpatía se trabaja mucho mejor".
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