La revancha póstuma de Jacko
'This is it' convence al mostrar las interioridades del último espectáculo del artista
This is it impresiona aunque el espectador llegue cargado de recelos. O citado a una convocatoria atípica. Sony Pictures había decretado que el documental se estrenara simultáneamente en 16 cines de todo el mundo. Mandaba el horario californiano y, en España, el filme sobre la preparación de la gira imposible de Michael Jackson se pasó a las dos de la madrugada (sólo en China se saltaron tan imperial imposición y la película se vio a una hora razonable). Eso explica que, en Madrid, no hubiera lleno, aunque sí entusiasmo por parte de un público mayoritariamente juvenil y femenino. La película se exhibirá en pantallas grandes durante dos semanas, antes de editarse en DVD.
This is it se enfrenta a la ira de un núcleo de fans, que protestan por la explotación de su pasión: el doble disco correspondiente contiene 14 éxitos de siempre; como novedades, dos versiones de la canción que le da título (la que provocó el enfado de su coautor, Paul Anka) más tres maquetas y un recitado.
Sin embargo, el documental tiene sentido. Realizado por Kenny Ortega, el experimentado director de la gira, ofrece una fascinante mirada sobre los intríngulis de una gira de gama alta. Puede que se movilizaran más recursos para entretener a la corte del Rey Sol pero son los estadounidenses quienes han convertido los shows espectaculares en una peculiar forma del arte para las masas.
Ya es un prodigio que la película llegue cuatro meses después de la muerte del artista. Según un rótulo, se parte de grabaciones hechas para la videoteca particular del cantante, aunque el ojo suspicaz imagina insertos filmados posteriormente al fallecimiento. Tampoco ocurre nada si alguien decidió cubrirse las espaldas, grabando los ensayos para un making of que se ha convertido finalmente en producto póstumo.
La gran pregunta: ¿estaba Michael en condiciones de afrontar una tanda de 50 conciertos? Muy dudoso, visto su aspecto esquelético y su deterioro general: de perfil, parece un anuncio contra los excesos de la cirugía estética, con la nariz (una prótesis, según su biógrafo, J. Randy Taraborrelli) reducida a un bultito. Sin embargo, manda sobre las tablas. Se suma a las coreografías, dirige a los músicos con lenguaje elemental. Le cuesta comunicar sus percepciones: en un momento hilarante, se lía explicando que su oído musical no coincide con su oído físico; Ortega entiende finalmente que le hace daño el volumen y le baja el sonido de monitores.
También está en pleno dominio de sus facultades interpretativas: le falta cuerpo en la voz pero sabe colocarla y se atreve con esos gorgoritos tan amados de los concursantes de Operación Triunfo y similares. Trabaja con un repertorio infalible, en versiones ortodoxas y contundentes; el segmento de éxitos en Motown hubiera provocado orgasmos.
El espectáculo estaba pensado para complacer y asombrar: hay acróbatas femeninas, bailarines que saltan "como impulsados por una tostadora", una araña gigante, un brazo mecánico para moverse por encima de los espectadores, pirotecnia. Se filmaron nuevos videoclips, que se integraban en el concierto: desde una peliculita de cine negro, donde Michael es perseguido por un Humphrey Bogart homicida, a zombies del siglo XIX.
Casi todo transcurre dentro del recinto donde ensayan. No hay interferencias del exterior, sólo un sermón ecológico ("nos quedan cuatro años para arreglar el planeta"), ejemplarizado por el drama de la Amazonia: una niña preciosa que juega con una mariposa hasta que irrumpen los desforestadores, un malévolo bulldozer que se materializa sobre el escenario mientras suena Earth song. En el mundo de Michael, los malos siempre eran "los otros": en este caso, los países pobres con urgencia de desarrollo.
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