Verdú conquista a Coppola
Por qué Maribel Verdú es la persona que en más ocasiones me he encontrado en la calle en los últimos años? Hay diversas teorías: una, corroborada por ella misma, es la que sostiene que Maribel es una gran zascandila y le encanta Madrid, pasear, comprar, comer y cenar en restaurantes; otra, en la que sorprendentemente yo no había reparado y que ella apunta, es que tal vez el secreto de tanto encuentro se deba a que yo comparto esas mismas aficiones; la tercera, que nuestros encuentros se producen por pura chiripa. La pura chiripa existe, pero no lo explica todo. Ella es callejera, y como yo lo soy, logramos empequeñecer el tamaño de Madrid. De esta forma, llevamos pisándonos los talones 12 años, desde que nos presentara en el restaurante La Fuencisla el director Ricardo Franco. El motivo de aquella comida, en la que también estuvo Luis Alegre (el Pepín Bello del cine español) y el actor Antonio Resines, fue la voluntad de Franco de agradecer a Muñoz Molina un artículo elogioso que publicó en este periódico sobre La buena estrella. Maribel llegó cuando ya estábamos todos sentados. Fue directa a Antonio, le abrazó cálidamente y le dijo: "No sabes lo que me gustó tu artículo, lo único que dio pena fue que hablaras de todo el mundo menos de mí". El reproche fue tan sincero y poco agresivo que se diluyó pronto en el curso de la conversación. Sólo quedó en la mente del escritor el convencimiento de que, en efecto, debía haberla nombrado. El personaje de "la tuerta" fue uno de esos papeles que subrayaron sus cualidades de actriz dramática.
Yo puedo ser viejo, pero En mí sigue viviendo el joven al que hieren las críticas(COPPOLA)
Maribel Tenía el papel más difícil de todos, pero salió triunfante, es maravillosa (COPPOLA)
En el rodaje iba dando besos y abrazos, y los americanos me miraban desconcertados(MARIBEL VERDÚ)
¿Qué hago yo en los ángeles? Necesito estar rodeada de la gente que me quiere(MARIBEL VERDÚ)
Esta anécdota podría definir cuál ha sido la naturaleza de la relación que el espectador español ha tenido con Maribel: se trata de alguien tan familiar desde que irrumpiera en la pantalla a los 13 años, que en ocasiones, injustamente, no se ha reparado en su trabajo. Como alguien cuya presencia se diera por supuesta. No es sólo que la hayamos visto literalmente crecer, sino que su temperamento alegre, tendente a acortar distancias, desprende, más que el halo misterioso de las divas, esa especie de mantra que las personas de sonrisa inmediata llevan escrito en la cara: "Es fácil llevarse bien conmigo".
Maribel es fácil. Y eso favorece el ambiente, loco y risueño, que se ha generado en este estudio de fotografía de una callecita popular del barrio de Ciudad Lineal. El último sitio en el que cualquiera esperaría tener un encuentro con uno de los santones de la dirección cinematográfica, Francis Ford Coppola, que ha venido a promocionar su última película, Tetro. Francis, sin más. Aquí es Francis. Y Francis, animado por el fotógrafo Jordi Socías, se ha calzado un sombrero panamá que acentúa esos rasgos imponentes que sus abuelos le dejaron como herencia italiana, y camina cómicamente de un lado a otro del teatrillo que le han montado. Coppola obedece divertido. Francis-Francis, como lo llama Maribel, repitiendo invariablemente su nombre.
-Es un encanto -dice-, siempre educado. Educado con cualquiera. Ya quisieran muchos. Me tuvo un mes en su casa de Palermo (Buenos Aires) y sólo puedo decir cosas buenas de cómo me trataron él y su mujer, Eli. Cenaba con ellos, nos bañábamos en la piscina, teníamos una convivencia real. Sólo que a veces me estallaba la cabeza del enorme esfuerzo que tenía que hacer con el inglés y me retiraba a mi cuarto sin salir ni a cenar porque no podía más.
-Me sorprendió tu inglés. Sobre todo, suena muy natural, con un suave acento español; cuando nuestro acento no es fuerte, a ellos les resulta muy agradable.
-Yo no sabía nada de inglés, vaya, lo que aprende todo el mundo en el colegio, y siempre he sido muy vaga para los idiomas, así que, cuando me llamó mi representante a México para que me acercara a Guatemala porque Coppola quería conocerme, le dije, no, dile que no. Además, me parecía un lío, estaba en plenas vacaciones, me daba corte, no podía expresarme como yo soy... Pero él insistió, insistió tanto, que fui a verlo. Lo curioso es que en ningún momento me dijo lo que quería de mí, aunque me confesó luego que, a partir de ese momento, supo que yo sería la chica de la película. Total, que empecé a darle duro al inglés. Tanto, que, cuando finalmente viajé a Argentina para preparar la película, él me dijo [se ríe]: "Ahora el problema va a ser que sabes demasiado". Y, de hecho, en algunos momentos me corregía porque quería que sonara más española, que intercalara expresiones en español. Pero no puedo más que sentirme agradecida porque ha ejercido sobre mí una especie de paternidad.
Paternidad profesional la de Coppola, sí, pero, por lo que aprecian mis ojos, cargada de emoción erótica. De hecho, cuando Socías le indica a Maribel que se siente en las rodillas de Francis como se sentaría una hija encima de su padre, se puede percibir una reacción de ironía general en el ambiente. No es la mirada de Coppola la de un padre, es la de un hombre de setenta años que tiene en sus brazos a una mujer que le gusta mucho. Maribel se sienta en sus piernas sin barrera alguna. No hay pudor, sino una franqueza física que es, tal vez, lo que la convirtió desde la adolescencia en una actriz que despertaba pasiones eróticas. "Claro que no me ha importado nunca desnudarme, si no lo hubiera hecho hubiera perdido mis mejores papeles. Fui mucho más precoz en el mundo de la ficción que en la realidad. Eché un polvo en el cine a los 14 años, mucho antes de hacerlo de verdad. Me enseñó Ricardo Franco, que para mí ha sido mi gran amigo en este mundo. Imagínate a Ricardo, con lo pequeño que era, subido encima de un enorme Fabio Testi, indicándome cómo me tenía que mover. Ricardo fue mi amigo más especial; su muerte y la de mi abuela han sido los momentos más tristes de mi vida".
El estilista José Juan Rodríguez, que lleva trabajando para ella más de una década, y yo observamos la escena divertidos. Francis-Francis y Maribel entonan ahora un bolero que alguien ha hecho sonar por los altavoces. El papel de un estilista en la vida de una actriz que tiene un nivel de exposición pública como el de la Verdú es fundamental. Lejos de ser un capricho de una estrella, se trata de aligerar esa pesada rutina que consiste en vestirse adecuadamente para alfombras rojas y apariciones públicas. "Maribel", dice José Juan, "se ha convertido en la mujer estilizada y elegante que es. Me acuerdo (se ríe) de cuando salía en la película de Bigas Luna, con toda esa carnalidad incontenible. Era una joven de barrio, con aquella melena rizada siempre despeinada y una manera de vestir muy pintona, muy de la época. Con el tiempo, entre los dos, hemos ido puliendo esa imagen y ahora las firmas se matan por vestirla. Es una de las más elegantes. Tendemos a la naturalidad, se ve mucha laca por esas alfombras rojas. Ja, ja, ja...".
Coppola canta entonado y presumiendo de español Bésame mucho. Maribel hace lo propio besando la frente del director de El?Padrino. Al día siguiente, cuando estemos comiendo en un restaurante ella y yo a solas, me confesará que lo que más le costaba entender de los estadounidenses que trabajaban en el rodaje era la manera absolutamente distinta con que ellos entienden la cercanía física. "En esto excluyo a Francis, al que se le nota su ascendencia italiana, pero los otros... Yo iba dando besos y abrazos a los compañeros del equipo porque he trabajado tantas veces en Argentina que allí me conoce todo el mundo, y los americanos me miraban desconcertados". Resulta evidente que su temperamento, en absoluto reservado, conecta mejor con los caracteres latinos. México, por ejemplo, a raíz del rodaje de Y tu mamá también, se ha convertido en el país adonde regresa todos los años de vacaciones.
Al director mexicano Alfonso Cuarón llegó por la recomendación de Fernando Trueba, y a Coppola, a través de la de Cuarón, aunque también es probable que el director americano la viera en El laberinto del fauno, como la vi yo, en un cine lleno, en Nueva York. Sociable y poco dada a la reclusión en los rodajes, su manera de trabajar se ve afectada por el ambiente que perciba a su alrededor mientras actúa. Fernando Trueba, que la ha visto crecer en todos los sentidos, recuerda a aquella Maribel de 15 años que protagonizó El año de las luces: "Era ya increíble, muy seria en el trabajo, perfeccionista, perfecta. No fallaba nunca un diálogo, ni una posición. Mecánicamente, parecía una actriz que hubiera hecho más de cien películas. Pero, sentimentalmente, te ofrecía sutilezas, tenía una mirada tremenda, de esas que te piden un primer plano. En Belle époque, Azcona y yo escribimos un personaje pensando en ella; era un personaje casi de comedia italiana, y en ese registro también es grande. Como compañera es un encanto, siempre sonríe, da gusto. Sólo se le tuerce el gesto cuando percibe algún tipo de maldad en el entorno".
La sesión de fotos se da por concluida y hacemos ahora nuestro particular posado con el director, que consiente en verse abrazado y fotografiado por unos y por otros, que baila (al menos conmigo), que canta, que se deja querer. Está contento, aunque hoy no haya comido como al señor Coppola le gustaría. Esa alegría está relacionada con el cariño con que su anfitriona lo está manejando. Maribel se lo llevó el primer día a comer a La Ancha, donde dio cuenta de tortillas y croquetas. Por la noche le invitaron a tapear en un garito flamenco, Cardamomo, en el barrio de las Letras.
Mientras el director se salta su sagrada comida, su señora, Eleanor, Eli, se deja invitar por este periódico para charlar sobre su libro de memorias. Más tarde, cuando lea el velado reproche que la compañera del genio dejó caer en la entrevista ("Con Francis no hablo de mi trabajo. Con él siempre se habla del suyo"), no podré contener la risa: mi conversación con Coppola no llega a ser tal, se trata más bien del monólogo de alguien tan sumido en su mundo que, como respuesta a mi primera pregunta, "¿por qué ha tardado tanto en escribir un guión original?", se lanza a narrar sin pausa su procelosa vida profesional. Casi no caben más preguntas. Eso sí, lo hace con una mezcla tal de generosidad, necesidad de ser comprendido y egolatría, que sería malvado discernir en qué porcentaje conviven cada uno de estos elementos de su discurso.
-Sencillamente, la vida me llevó por otros derroteros. Yo quería escribir mis propios guiones, hacer películas independientes, pero en los estudios nadie estaba interesado. Había escrito ya algún guión, tenía fama de joven brillante, pero aún me pregunto por qué me eligieron a mí para dirigir El Padrino. Yo creo que como no se había hecho una película de gánsteres en mucho tiempo, era un género que se consideraba desfasado, y los grandes directores no se mostraron interesados. Por otra parte, yo les salía mucho más barato [el relato de sus desacuerdos con los estudios acerca de la luz, el reparto y la concepción artística de la película forma parte de la historia del cine]. Nadie se esperaba el éxito que tuvo. Puedo decir que ha sido mi único éxito inmediato. Después quise volver a mi vocación inicial, la de dirigir historias más personales, y ahí vino La conversación, pero los estudios volvieron a desviarme de mi camino pidiéndome la segunda parte de El Padrino. Nunca pensé que debiera haber una segunda parte, y menos, una tercera. Para mí era una historia zanjada con la primera. Por otra parte, si me hubiera conformado con el dinero que gané y lo hubiera invertido sensatamente, tal vez hubiera podido encauzar mi trayectoria, pero fui ambicioso y quise crear una gran productora y me embarqué en comprar unos estudios. El resultado es que me arruiné. Así que, como tenía una familia que mantener y una deuda enorme con los bancos, la vida me arrastró a dirigir grandes películas. Por fortuna, mi mujer siempre me ha apoyado en todos los líos en los que me he metido. Aunque a veces esos líos me han salido bien, como la producción de vinos. Desde que yo empecé con los viñedos hasta ahora, la concepción que los americanos tenían del vino ha cambiado. Ahora el vino se considera una bebida cool y saludable.
-¿Y la crítica [se lo pregunto sabiendo ya que la crítica de Tetro no ha sido buena] distingue entre esos dos Coppolas que hay en usted?
-Ah, la crítica. La crítica es en mi país como dos partidos políticos. Uno conservador, que sólo quiere que se produzca el tipo de películas que gustan a los estudios; el otro, más progresista, que acepta el cine de autor. Yo no los entiendo. Siempre hay una especie de controversia en torno a mí. Se pasan la vida recordándome que yo fui el gran director de El Padrino, de Apocalypse Now... ¡Y lo irritante es que Apocalypse Now tampoco les gustó cuando se estrenó! Por fortuna, a veces el público se revela contra la imposición de la crítica. A mí me ha salvado el hecho de que la gente ha seguido yendo a ver mis películas. Ahora mismo, cuando Tetro se estrenó en Cannes, los críticos dijeron que la gran acogida de la película se debió a que el público quiere a Francis, no a los méritos de la película en sí. ¡Pero eso no es cierto!
En ese momento, maribel, vestida ya de calle, cruza por delante del sofá donde mantenemos la conversación.
-¡Maribel! -la llama Coppola- Maribel, ¿le puedes contar, por favor, cómo recibió el público la película en Cannes? Cuéntaselo. ¿Cuánto tiempo estuvieron aplaudiendo, 10 minutos?
Hay una sorprendente vulnerabilidad en el tono, algo infantil en la manera en que pide ayuda a su actriz. Éste es uno de esos momentos en los que merece la pena estar presente; la prueba de que ni los años ni la gloria protegen contra las malas críticas. "Yo puedo ser viejo, dice, pero dentro de mí sigue viviendo el joven al que hieren las críticas crueles". Entonces, Maribel, al rescate, habla de esos 15 minutos en que los admiradores del viejo director ovacionaron una película bella en factura, pero que los críticos han considerado pretenciosa y argumentalmente absurda. Quién sabe si, como él afirma, dentro de 10 años, la crítica le concederá a Tetro lo que ahora le niega.
-¿Por qué me atacan? no lo sé. Todas mis películas han ido envueltas en polémica. Es mi sino. Está claro que no juzgan la película, me juzgan a mí. Ellos consideran que es más noticia escribir que un tío como Coppola ha fracasado en Cannes que escribir que ha triunfado. También es más socorrido comparar mi última película con la que dirigí hace 40 años. Me gustaría que la crítica me iluminara, que me dijeran en qué creen ellos que puedo mejorar. Pero no, ellos me comprenden mejor cuando les hablo con el lenguaje de las grandes producciones.
-Y el hecho de elegir Buenos Aires... Porque lo cierto es que Buenos Aires y Nueva York tienen un aire muy familiar.
-Necesitaba un sitio barato donde poder rodar. Europa, imposible, por el euro. Así que Buenos Aires, es verdad, comparte con Nueva York su herencia italiana, es una ciudad preciosa, se come bien, se rueda barato. En mi país es imposible hacer películas así. Ustedes tienen ministro de Cultura, apoyan la cultura, ofrecen subvenciones, tienen acuerdos con la televisión. En mi país no existe nada de eso [es irónico, no sabe la cantidad de críticas que generan en España las ayudas al cine]. Y para mí, hacer películas siempre ha sido algo más que un negocio.
-Esta película es una tragedia familiar. La insoportable sombra que un padre que fue un músico célebre ejerce sobre los hijos... Su padre, Carmine Coppola, también fue un músico relevante.
-Bueno, escribiendo ficción siempre se descubren cosas sobre uno mismo, pero, obviamente, ésta no es la historia de mi vida. Mi padre, por ejemplo, pensaba que entre mi hermano y yo, yo era el menos dotado para estudiar, pero mi padre era un hombre comprensivo, nada que ver con el padre de Tetro, era un hombre excepcional, muy culto, aunque no había tenido suerte en su profesión. Curiosamente, cuando yo empecé a escribir guiones y a dirigir le fui proporcionando trabajo; eso le ayudó a realizar sus sueños y a ganar el Oscar por la música que compuso junto a Nino Rota para la segunda parte de El Padrino.
-Y en cuanto a sus hijos... Hay algún tipo de rivalidad...
-Yo considero que es lógico que mis hijos trabajen en el mundo del cine porque es allí donde se criaron. Yo no quise separarme de ellos mientras rodaba, así que crecieron como en un circo, de un lugar a otro. Hasta estuvieron conmigo en la selva cuando rodamos Apocalypse Now. Eché mano de ellos para que hicieran pequeños papeles desde que eran bebés. Crecieron en ello, es su universo natural.
-Y de nuestra Maribel...
-Maribel es... Tenía el papel más difícil de todos, pero salió triunfante, es maravillosa.
Lo que coppola ve en ella queda dicho en la película, cuando el personaje de Tetro le dice a su hermano: "Eh, ¿qué te parece? ¿No te recuerda a Ava Gardner?".
El tiempo se ha terminado. La troupe de asistente, representante, actriz y el gran Coppola ha de partir para otra entrevista. "¿Por qué tenemos que irnos?", dice el director señalándome, "con ella me sentía a salvo". Tan ensimismado como encantador, tan capaz de hablar de sí mismo durante media hora como de hacerte un comentario amable sobre la ropa que llevas puesta. El ególatra afectuoso, el monologuista cercano.
Dos días después, Maribel y yo nos citamos en un restaurante de Malasaña donde se deja ver a menudo. Su marido, Pedro Larrañaga, empresario teatral, tiene la oficina cerca, y son habituales del menú. De hecho, hoy, Pedro nos saluda desde otra mesa. Los clientes la reconocen, la miran, pero la naturalidad que desprende la artista se contagia en el ambiente y, casi enseguida, se convierte en una más del local.
-Sí, la popularidad es algo que hay que relativizar. Yo no podría dejar de llevar la vida que me gusta. Sólo me pongo literalmente enferma cuando veo que alguien me graba con el móvil. Mis compañeros del teatro (Aitana Sánchez Gijón, Pere Ponce y Antonio Molero) lo saben, saben que me pongo de mala leche y que no lo tolero.
-Pero habitualmente se te ve relajada... Con capacidad de vivir tu vida.
-Es que ésa es mi prioridad, por eso no he podido irme a vivir a Los Ángeles, por ejemplo. ¿Qué hago yo allí? Necesito estar rodeada de la gente que me quiere.
-Porque películas allí te han ofrecido...
-Sí, claro, americanadas me ofrecen, pero eso no me aporta nada.
-Con lo cual, has tenido la suerte de que han sido los directores los que han llamado a tu puerta.
-Yo no sé ofrecerme. También he pasado mis tiempos de sequía, por ejemplo, antes de que Guillermo del Toro me ofreciera El laberinto del fauno. Fueron dos años. Me llegaban guiones, pero no me gustaban. Alguna vez sentía inquietud por no trabajar, pero mi marido me ayudó mucho a que supiera esperar. Así que esperé, y la película de Guillermo llegó en Reyes, como un regalo de Navidad. Puede que en otro momento de mi vida el trabajo fuera mi prioridad, tal vez por eso hacía una película detrás de otra, pero ahora no lo es. Y que conste que cuando me interesa un guión me entrego como una leona, pero vivir es lo fundamental, y España me encanta. Pasear por Madrid, ir escuchando música por la calle...
-¿Qué llevas? -le pregunto señalándole la BlackBerry.
-Ah, de todo, soy muy ecléctica, AC/DC, Mika, Chopin, Aretha Franklin...
-Comer fuera...
-Comer y cenar fuera. Entre otras cosas porque no sé hacer ni un huevo frito. Debería, pero no sé. Me encanta comer, me encanta comerlo todo con mayonesa, especialmente la mayonesa Calvé [se ríe]. Yo como lo que quiero, bebo, fumo, aunque no demasiado. Y me encuentro mejor ahora que cuando tenía veintitantos años y salía en todas las listas de mujeres más deseadas. Ahora gusto más a los hombres de mi generación, me encuentro más hecha, los rasgos más afilados. Lo hablo a veces con Aitana, que siente lo mismo. Y disfruto al arreglarme, me gusta sentirme guapa. Si me ves así [señala su blusa, de una seda dorada] no es que me haya vestido para una entrevista, no. Yo disfruto con el simple acto de arreglarme.
-¿Y cuántas veces te preguntan por tu nulo interés en tener hijos?
-Ufff... ésa es la pregunta que me persigue. Yo no veo que a las madres les pregunten por qué quisieron tenerlos, así que yo no veo por qué tengo que dar explicaciones. No quiero tener hijos y ya está.
-Y, bueno, finalmente, ¿qué te queda de la película que has hecho junto a Coppola?
-En fin, yo sé que las críticas no han sido buenas, pero, si quieres que te diga la verdad, lo que más me importa es el proceso. ¡Claro que quieres hacer una gran película! Pero digamos que lo más importante para mí es rodar. Me encantan los rodajes.
-Y el teatro...
-Bueno, mi experiencia con esta obra de Yasmina Reza (Un dios salvaje) está siendo especial. Estamos tan enganchados a la camaradería que se ha creado entre los cuatro, que hemos alargado la función una temporada más. Nos cuesta dar la experiencia por terminada.
Sí, delante de mí tengo a una mujer sin ansiedad, o con un nivel de ansiedad insignificante para ser una actriz con cerca de los 40. Cuando tenía 13 años empezó a visitar castings acompañada por su madre y a espaldas de su padre, y cuando se vio por primera vez en un rodaje pensó: "Éste es mi mundo". Su naturalidad (que constato cada vez que me la encuentro callejeando) y la frecuencia con la que su sonrisa nos ha acompañado durante todos estos años ha despertado una admiración entregada del público, pero un reconocimiento tardío por parte de sus compañeros de profesión. Aunque ella, sin agobios, sin perder la cabeza, simplemente, con el fruto de su trabajo y un talante de antiestrella, se ha ido colocando en películas notables y en interesantes producciones extranjeras. Para la profesión sigue siendo Maribel, a secas. "Nunca pensé en ser otra cosa", me dice, "eso sí, me hubiera gustado tener una licenciatura en alguna filología, algo que me confiriera un atractivo intelectual".
Pero, en el fondo, no es algo que le quite el sueño. Ha nacido para disfrutar de la vida. No tiene reservas. Bueno, sólo una. Cuando le pregunto cuál es ese perfume que lleva y que nos ha estado envolviendo durante toda la comida, me escribe el nombre en un papel, y añade: "Pero, por favor, no lo escribas ni lo digas, que hace años me hiciste la misma pregunta y lo escribiste en un artículo. Aquél no me importaba compartirlo, pero éste es tan especial que prefiero reservármelo".
Huele a tocador antiguo, a limpio, a dama de otra época, a polvos de talco, a niña que juega con los frascos de colonia y las pinturas de su madre. Sí, es un perfume tan evocador, que una vez que me lo compro y me lo pongo (esa misma tarde), varias personas me preguntan por él. Y yo, leal a su secreto, contesto: "Huelo a la Verdú".
Por Gregorio Belinchón
Gran Café Tortoni. Cualquier guía de Buenos Aires aclarará enseguida que está en la (mítica) avenida de Mayo, que tiene más de 150 años, que todo el que ha sido alguien en la cultura porteña ha pisado su suelo, que hoy parece más un hangar de turistas que un viaje al pasado, pero Francis Ford Coppola dice que es puro Buenos Aires, que allí va a rodar unas noches, y el Tortoni revive detrás de unos biombos que separan la magia del cine de la común clientela. Coppola pasea por la capital argentina y por el Tortoni como si fuera de toda la vida. En el Gran Café, una familia le pone un niño en los brazos al realizador de El Padrino, y él lo coge complacido. Ése tal vez no sea su Buenos Aires favorito, pero sí son la actitud y el cariño que le agradan.
Porque Tetro habla de familias, de dolorosas rencillas, pero también del barrio de La Boca, de la gente de la calle, del hospital neuropsiquiátrico José T. Borda más conocido como el manicomio desde donde emite LT22 Radio La Colifata, de la vida musical de la ciudad Busco sitios que supongan para mí una aventura, en los que pueda disfrutar y filmar barato, y Argentina cumple los requisitos. Además, se parece a Estados Unidos: un gran país que ha sabido acoger oleadas de inmigrantes, muchos italianos. Y de paso, así aprendo una nueva cultura me encanta la literatura suramericana y algo de español, aseguraba durante su rodaje allí en la primavera de 2008. En aquellas fechas, un paseo por La Boca (el viejo reducto portuario asentado a la vera del Riachuelo, que todo lo contamina con su pestazo), que hoy parece más un parque de atracciones para guiris que el vecindario de sabor italiano que reproduce Coppola en Tetro y cualquier turista en su imaginación, desvelaba parte de la trama de su último trabajo. Es un lugar único, con sus casas de lata y sus aceras altas. Se ajusta a las texturas que estaba buscando, comenta el estadounidense, que lleva la contraria a quien le hable de falso sabor. Es italianísimo. La casa donde vive Tetro existe en una de las arterias de La Boca, en el filme se ven localizaciones reales porteñas, el equipo ha trabajado en el cementerio La Chacarita, el más grande de la capital, y por supuesto, en el Borda, el hospital donde la psiquiatra Miranda (Maribel Verdú) conoce y se enamora, en una emisión de La Colifata, de Tetro (Vincent Gallo). De fondo aparecen los auténticos internos, que pasean en la vida real por el inmenso recinto, un tumulto de edificios rodeados de patios de arena con un tufo a decadencia. Hasta allí llegó movido por la curiosidad Coppola en un anterior viaje, bien aconsejado por un amigo que le describió el fenómeno La Colifata.
Por supuesto, Francis Ford Coppola, durante los nueve meses que vivió en Buenos Aires, paseaba por La Boca y rodeaba los muros del estadio Alberto J. Armando, más conocido como La Bombonera, la casa del Boca Juniors, pero no vivió allí. Su morada y sus oficinas estaban en un vecindario más chic, el de Palermo. Allí, unos ladrones le birlaron el ordenador portátil donde, falsos rumores, estaba el guión de la producción. No, sólo había fotos familiares, confirma el robado. En Palermo, el cineasta, amante de la buena mesa, salía a cenar por sus calles y sus plazas, las mejor cuidadas de la ciudad. También decidió formar parte de la vida cultural de Buenos Aires y asistió a cuantos estrenos de teatro, danza o conciertos le sonaban interesante. Los porteños se familiarizaron con su gran silueta; él, a cambio, absorbió lo que veía y lo regurgitó en la película, en secuencias como la del cabaret teatro o las de las discusiones amorosas entre el dueño de un café y su mujer.
En fin, que Coppola vivió Buenos Aires y, a cambio, en la pantalla le ha rendido un cálido homenaje. Otra cosa es el guión: parece como si fuera cierto que se lo robaron
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