"Compré el 'Quijote' a plazos"
Juan Marsé no oculta que le hace ilusión recibir el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras españolas. Tanto que ha aparcado por completo la novela en la que trabaja, Aquel muchacho, esta sombra, para dedicarse a redactar el discurso que pronunciará el jueves en Alcalá de Henares.
"Lo que más me gusta del premio es el discurso, la oportunidad de hablar desde una especie de púlpito". "Hablaré de mi trabajo, cosa que pocas veces hago porque no me gusta. También del binomio imaginación y memoria. De mi condición anómala de escritor en castellano en Cataluña. De mi primera lectura del Quijote. Y de Woody Allen y de Groucho Marx".
Al escritor le molesta que le llamen intelectual porque, asegura, nunca lo ha sido. A veces lamenta haber leído desordenadamente. Pero ha leído, y mucho, sea cual sea el orden en el que lo haya hecho. Leyó el Quijote entero, tras dos intentos fallidos, cuando tenía 16 años. "Un vendedor gallego de libros a domicilio me veía leer en el bar de la esquina de mi casa. Me gustaba mucho leer. Recuerdo que, entre otros libros, ofrecía las obras completas de Blasco Ibáñez. Un día me convenció de que le comprara el Quijote a plazos. Me enganchó y me divirtió mucho".
"Hablaré de imaginación y memoria, de Woody y Groucho"
"Tengo que confesar que me gusta mucho corregir mis libros"
Lo que menos le gusta del premio es la parafernalia. Se ha sometido disciplinadamente a las pruebas del chaqué, él lo llama "pingüino", de alquiler a cargo del Ministerio de Cultura. La verdad es que tanto él como su esposa, Joaquina, sienten bastante curiosidad por esos días intensos que les aguardan. "Pero espero que todo pase para volver a encerrarme con la novela".
El escritor recibe estos días otro homenaje que agradecerán sus lectores. La aparición de la Biblioteca Juan Marsé (Lumen), con seis de sus novelas favoritas en edición definitiva: Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, Un día volveré, El embrujo de Shanghai y Rabos de lagartija.
Los admiradores de Marsé tienen la sensación de que se pasa el día reescribiendo sus novelas, pero él dice que no es verdad... del todo. "Tengo que confesar que me gusta mucho corregir. A veces abro uno de mis libros, leo un fragmento y siempre veo que podría estar mejor. Tomo nota y en la siguiente edición lo corrijo, pero, que quede claro, no retoco todas las ediciones. Hace años Lumen ya sacó una serie de mis novelas y las revisé. En general lo que modifico son aspectos de forma más que de fondo".
En la actual edición ha cambiado el primer capítulo de La oscura historia de la prima Montse. "Quería aligerarlo, me parecía un poco farragoso".
Una de sus novelas más tocadas es El embrujo de Shanghai (1994). Ya en la segunda edición introdujo algunas correcciones y cuando salió la edición en bolsillo, cuatro años después, añadió dos nuevos episodios. También le dio un buen vapuleo a Si te dicen que caí, censurada a finales de los años sesenta, publicada en México en 1973 y en España en 1976, uno de los mejores retratos del franquismo más sórdido.
Al escritor le gustaría añadir a estas seis novelas, las más representativas de su obra, otros dos títulos, Ronda del Guinardó y el libro de relatos Teniente Bravo. Y a los lectores tampoco les importaría que se incluyera Encerrados con un solo juguete (1960), su primera novela publicada y que él, con poco más de 20 años, entregó en la portería de Seix Barral para el Premio Biblioteca Breve, del que quedó finalista. Lo ganó seis años después con Últimas tardes con Teresa.
Carlos Barral se entusiasmó con él y quiso convertirlo en el escritor obrero. Marsé era casi un crío cuando empezó a trabajar en un taller de joyería, pero volaba demasiado alto para ser encorsetado en una clasificación. Desde sus primeras novelas se supo que era uno de los novelistas más potentes de la literatura española, con un talento innato para la narración forjado en un trabajo férreo.
Dicen sus amigos que se formó en un cine de barrio y es muy posible. Las aventis, historias inventadas a partir de hechos reales o procedentes de la memoria popular, son otra parte importante de su biografía. Muchas de las aventis que se contaban los chicos del barrio tenían su origen en la Guerra Civil. La misma vida de Marsé parece una aventis, cuando la explica o cuando la cuentan sus amigos. Por ejemplo, su madre murió tras el parto y su padre, taxista, explicó a una pareja que viajaba en el coche los problemas que tenía para sacar adelante al recién nacido. El matrimonio Marsé, que no podía tener hijos, decidió allí mismo adoptarlo.
La dura posguerra, la infancia, el cine, las aventis, han conformado ese territorio tan personal de Marsé, que se sitúa en los antiguos barrios de la Salut, el Carmelo, el Guinardó y Gracia, con alguna incursión en el Ensanche, la Barcelona derrotada. Por ahí se mueven personajes fascinantes, de clase baja, burgueses decadentes, jóvenes izquierdistas, exiliados, pilotos de la RAF, revolucionarios, xarnegos (inmigrantes), algún policía enamorado... Sus héroes nunca son absolutamente buenos ni absolutamente malos. Los sueños son importantes en su narrativa, pero libro tras libro demuestra que son una estafa.
Indomable, terco y anticlerical
"Escribo para recuperar una memoria usurpada por 40 años de franquismo, pero hace ya tanto tiempo que lo digo que constatarlo me resulta deprimente a más no poder", dijo Juan Marsé el día que le concedieron el Premio Cervantes.
El conjunto de sus novelas es una crónica impresionante de la Barcelona vencida, de la posguerra, pero también es cierto que libro a libro ha ido evolucionando a temas de gran calado sobre la identidad.
Con una obra tan contundente sorprende que el Cervantes le haya llegado tan tarde. Quizá, como dice José-Carlos Mainer, porque a alguien le molestaba que su Pijoaparte o su Sarnita se colaran de rondón por las moquetas. O quizá porque Marsé, indomable y terco, alérgico a todo tipo de poder, anticlerical militante, es capaz de cantárselas al lucero del alba y se le teme un poco. En cualquier caso bienvenido sea el Cervantes, el primero que recibe un autor catalán.
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