La chapuza nacional y Afganistán
¡Qué guión para Berlanga la chapuza nacional protagonizada por el Gobierno a propósito de la retirada de los efectivos españoles de Kosovo! El sainete, con visos de astracanada de Muñoz Seca, hubiera desplazado a La escopeta nacional en el ranking de éxitos del gran realizador español. Desgraciadamente, el sainete deja de ser sainete para convertirse en culebrón cuando se consideran las consecuencias que las formas utilizadas, o, mejor dicho, no utilizadas, para comunicar la decisión a Estados Unidos y a la Alianza Atlántica pueden tener para la consideración de España como socio fiable en el seno de la OTAN y de otras organizaciones internacionales a las que nuestro país pertenece. Nadie niega que las razones de la retirada sean de peso. Pero también lo eran en diciembre, cuando la ministra Carme Chacón prometió el mantenimiento de nuestras fuerzas hasta que Naciones Unidas aprobara una nueva resolución sobre Kosovo. En cuanto a la argumentación sobre la contradicción, cierta, entre la presencia militar española y el no reconocimiento de la independencia de Kosovo, otros países, Grecia, Rumania y Eslovenia, se encuentran en la misma situación que España y mantienen sus fuerzas a la espera de esa nueva resolución de Naciones Unidas que cambie la naturaleza de la misión.
¿Qué caramelo ofrecerá el Gobierno español para hacer olvidar "la profunda decepción" de EE UU?
Los miembros de la Alianza no prestan demasiada atención a los problemas de política interna de los socios. Lo que queda en la mente de todos es el resultado final, una nueva retirada española de una misión internacional. Sería interesante saber si el señor Rodríguez Zapatero comunicó su decisión sobre Kosovo al presidente ruso y al primer ministro serbio, recientes visitantes de La Moncloa, cosa que no hizo con su propio Consejo de Ministros. En cuanto a la mención de Irak, no mezclemos churras con merinas. Es cierto que fue una guerra ilegal no avalada por la ONU. Pero, también es cierto que el Consejo de Seguridad bendijo, en su resolución 1.546 de junio de 2004, la presencia de la coalición internacional en el país árabe una vez que el Gobierno interino de Ayad Alaui tomase posesión en Bagdad.
El resumen del resumen es que nuestro Gobierno ha utilizado formas más propias del tercermundismo chavista que de un socio de una alianza occidental democrática. Las formas y los modos son imprescindibles en el trato diplomático. Pero, en este caso, la chapuza tiene todavía mayor calado. ¿Pensaron el señor Rodríguez Zapatero y su ministra de Defensa al tomar su decisión en la reunión que la próxima semana celebrará la Alianza Atlántica en Estrasburgo y Kehl (Alemania) para conmemorar el sexagésimo aniversario de su fundación en Washington, con la asistencia de los presidentes y jefes de Gobierno de los países miembros, incluido, por vez primera, el presidente Obama? Lo que nos lleva a la siguiente cuestión. ¿Qué caramelo ofrecerá el Gobierno español para hacer olvidar "la profunda decepción" de la Administración de Obama, "la irritación" del secretario general de la OTAN y el escepticismo de los socios? Algo habrá que llevar en cartera para desfacer el entuerto. Lo que el flamante presidente estadounidense quiere de sus socios se sabe de sobra desde antes de su toma de posesión. Quiere una mayor contribución de los aliados en efectivos y medios, tanto al esfuerzo bélico como a la reconstrucción de Afganistán. Una vez estabilizado Irak, Obama pretende aplicar en el país del Hindu Kush las mismas tácticas que tan buenos resultados han dado en Irak. No le será difícil. Tiene el mismo secretario de Defensa, Robert Gates, que su predecesor y el mismo jefe de las fuerzas militares en Oriente Próximo, David Petraeus. El primer paso ya lo ha dado con el anuncio del envío de 17.000 nuevas tropas de combate. Queda por definir la nueva concepción estratégica que piensa aplicar Obama, incluida la misión futura que desempeñarán las fuerzas de la OTAN, agrupadas en la ISAF, y las estadounidenses empeñadas en la Operación Libertad Duradera, una dispersión de esfuerzos que sólo genera ineficacia y choques innecesarios entre los dos contingentes. Esa nueva estrategia probablemente será anunciada por el presidente Obama bien en Washington antes del G-20 o en la cumbre de la Alianza la próxima semana.
En todo caso, el Gobierno español deberá decidir, si no lo ha hecho ya, si tiene la intención de acceder a las apremiantes peticiones de Obama a sus aliados europeos o, si por el contrario, piensa mantener, por razones de política interna, su perfil bajo en Afganistán. Algo sólido habrá que ofrecer a Obama en su primera toma de contacto con el jefe del Gobierno español. Si no, "la profunda desilusión" inicial puede convertirse en permanente.
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