Música feliz
Llegó Andrés Neuman a Granada con 14 años y sigue viajando todavía. Es uno de los escritores más escritores que conozco en persona, desde que leí su primera novela, Bariloche. Tiene don de la palabra y de la realidad, como si supiera que mirar a fondo la realidad nos lleva directamente a lo fantástico, quizá porque lo fantástico sea el núcleo de lo real. Una vez Argentina, esa novela que podría haberse llamado Una vez los Neuman-Kovensky-Resnik, etcétera, se abre con una cita de Albert Cohen: "Lo que acabo de contarme es un recuerdo".
Neuman lleva toda la vida en ese sitio imaginario que llamamos el extranjero, o el pasado, o el futuro, toda la vida oyendo y contándose recuerdos, y contándolos: los recuerdos de sus antepasados argentinos del oriente europeo y los recuerdos nuevos que hubo de oír en la ciudad nueva, Granada, y la memoria de los libros que devotamente leyó sabiendo desde el principio que iba a vivir escribiendo o a escribir viviendo. Neuman es una máquina literaria. Su país verdadero son las historias. "Hay más literatura en la vida de cualquier lector que en las lecturas de cualquier vida", anotaba en El equilibrista, su cuaderno de aforismos. "Todas las novelas son históricas", decía también, y ha ganado el Alfaguara con El viajero del siglo, invención o visión de una ciudad germana bajo las guerras napoleónicas. Una vez me habló Neuman de su novela alemana, y yo la imaginé entre la ensoñación y la concreción, cuento fantástico y a la vez real, una suma de Kleist y Hoffmann y El hombre que perdió su sombra, de Adelbert von Chamisso, con algo de ópera feliz en la que sonarían nombres heroicos, como de estación de metro parisina en una novela de Patrick Modiano. Son músicos los padres de Andrés Neuman, que tiene un sentido musical de las palabras.
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