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Crisis energética en la UE
Columna
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Luz de gas

Mi amiga Vessela, directora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en inglés) en Sofía, escribió el viernes anunciando que debido a los cortes de luz se veía obligada a cerrar nuestra oficina allí y marcharse a casa, donde no había calefacción. "Espero que el gas vuelva el lunes", escribía en su correo electrónico. Que millones de personas pasen 72 horas sin calefacción y con cortes de luz en mitad de un durísimo invierno son cosas que no deberían ocurrir en la Unión Europea. Con razón, esos millones de europeos se habrán preguntado estos días para qué diablos sirve la Unión Europea. Por tanto, es urgente examinar lo ocurrido y extraer las oportunas conclusiones.

Al contrario de lo que se ha repetido estos días hasta la saciedad, la crisis no pone de relieve la dependencia energética de Europa, sino la existencia de una relación política enfermiza entre la Unión Europea y Rusia. De hecho, el guión de nuestra relación con Rusia cada vez se asemeja más al de la película Luz de gas, protagonizada por Charles Boyer e Ingrid Bergman, que es ya todo un clásico del abuso psicológico. Como es sabido, con el argumento de que la relación con Rusia es estratégica, nos negamos sistemáticamente a introducir el más mínimo matiz crítico en nuestras relaciones con Moscú y miramos hacia otro lado ante los desmanes autoritarios de Putin. Sin embargo, como mínimo, uno esperaría que, a cambio, Moscú honrara sus contratos de suministro, tuviera la deferencia de no cortar el gas a millones de europeos en pleno invierno y entendiera que existen otras formas de solucionar las disputas comerciales.

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Ciertamente, Ucrania hace mal en resolver la falta de acuerdo con Rusia desviando para su consumo el gas destinado a Europa. Pero si Moscú considerara la relación con la Unión Europea verdaderamente estratégica, debería estar dispuesto a sacrificar algunos metros cúbicos de gas por ella a la espera de un acuerdo, o someter su disputa con Kiev al arbitraje de la Unión Europea u otros organismos internacionales, que para eso están. Finalmente, la crisis se ha salvado con un acuerdo mediante el cual observadores europeos verificarán que el gas que Rusia bombea a través de Ucrania llegue a sus destinatarios finales. Un acuerdo bien sencillo que podría haberse logrado sin necesidad de cortar el suministro.

Con los datos en la mano, Europa no depende del gas ruso, sino de una relación insana con Moscú. El gas ruso supone el 25% del que se consume en Europa pero, combinadamente, Europa compra más gas de Noruega (17%) y Argelia (11%) que de Rusia, sin que se registre problema alguno. De hecho, la dependencia del gas ruso ha disminuido notablemente en los últimos años, ya que, por un lado, Europa ha diversificado sus fuentes de suministro y, por otro, las exportaciones rusas se han estancado por falta de inversiones en nuevos yacimientos. Lo que no ha cambiado significativamente en los últimos años es el mapa energético europeo, para el cual el muro de Berlín no ha terminado de caer, ya que casi todos los países de Europa Central y Oriental, también los Balcanes y Turquía, dependen enormemente del gas ruso.

Idealmente, el problema se solucionaría si Rusia accediera a firmar la Carta Europea de la Energía, lo que supondría despolitizar las relaciones económicas y someterlas a mecanismos de transparencia y seguridad jurídica. De firmar dicho tratado, Rusia se convertiría en un socio normal, como Noruega, Argelia o los Emiratos Árabes, lo que también redundaría en su beneficio, ya que, a su vez, podría imponer a Ucrania condiciones de transparencia similares. También, se evitaría tener que construir costosísimas infraestructuras de transporte y almacenaje de gas alternativas que evitaran Ucrania, como viene intentando hacer en los últimos años.

Pero como Rusia quiere mantener la energía como un elemento central de su política exterior, la única opción disponible para la Unión Europea sería integrar e interconectar más estrechamente sus mercados energéticos, de tal manera que los cortes de suministro en un proveedor no le afectarán tan profundamente. Claro que eso requeriría que los países miembros de la Unión Europea dejaran de proteger de la competencia a sus empresas de gas y electricidad nacionales, a lo que no parecen estar muy dispuestos. Desgraciadamente, con posiciones así, la seguridad energética europea seguirá en entredicho.

Afortunadamente, como no hay mal que por bien no venga, la presidencia de la República Checa, que comenzó el año negándose a izar la bandera europea con el argumento de que su país no era una provincia de la Unión Europea, no ha tardado ni una semana en encontrarse con una crisis (en realidad dos, contando la franja de Gaza) que demuestra lo ridículo que resulta su pequeño nacionalismo.

jitorreblanca@ecfr.eu

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