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Columna
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Magos

Enrique Gil Calvo

La Carta a los Reyes Magos es un clásico navideño que ni siquiera en los años de recesión debe quedar sin escribir. Es verdad que, por culpa de la crisis, este año los Reyes tendrían que resultar menos Magos que nunca, dada la caída en picado del consumo familiar. Pero esto sólo parece cierto por lo que respecta a los Reyes reales o civiles (si se me permite llamarlos así), pues efectivamente, los padres y madres de carne y hueso se creen obligados a ahorrar por lo que pueda pasar, lo que les convierte en unos Reyes más mezquinos o prosaicos que mágicos o magnánimos. Pero no sucede lo mismo con los Reyes virtuales o políticos, que son figuradamente las autoridades públicas. Pues lejos de ahorrar, nuestros gobernantes están echando estas navidades la casa por la ventana, para regalar a la ciudadanía jugosos juguetes en forma tanto de planes de rescate anticrisis como de nuevos modelos de financiación territorial. Y así demuestran ser unos Reyes Magos auténticos, pues en efecto, hacen falta reservas inagotables de arte de magia para poder conjurar una crisis de endeudamiento privado con nuevas dosis masivas de endeudamiento público. Con lo cual se invierte el sentido de la metáfora, pues en esta ocasión los Reyes no serán los padres, sino los hijos, dado que la carga de la nueva deuda pública habrán de pagarla las generaciones futuras.

Los Reyes no serán los padres, sino los hijos, dado que la nueva deuda pública tendrán que pagarla generaciones futuras

Pero vamos con la Carta a los Reyes propiamente dicha, comenzando con los planes de rescate anticrisis. ¿De verdad la lista de juguetes anunciada servirá para devolvernos a la senda del crecimiento económico? ¿O se trata más bien de mero gasto suntuario y ostentoso, destinado a salvar las apariencias alardeando de solvencia crediticia? El verdadero keynesianismo implica que los poderes públicos tomen la iniciativa del liderazgo inversor, actuando como locomotoras del crecimiento con efecto multiplicador. Lo cual no exige intervenciones directas, pues basta con incentivos selectivos que sirvan de estímulo indirecto para lograr la reestructuración deseada. Pero con lo hecho hasta ahora, no parece que se puedan variar las condiciones del mercado. Así por ejemplo, la liquidez facilitada a la banca no se ha traducido en desbloqueo del crédito a familias ni empresas. Y por lo que respecta al programa de VPO y gasto municipal en construcción, no parece que las obras subvencionadas sirvan para enjugar la ingente bolsa de paro creada por el estallido de la burbuja inmobiliaria.

¿Qué habría que hacer? Lo mismo que demandan instituciones tan distantes como el FMI y CC OO: renunciar a la vivienda en propiedad, aunque sea VPO, y apostar por la vivienda en alquiler, comprando para ello a precio de saldo todo el suelo disponible y todas las viviendas vacías a fin de reestructurar el mercado inmobiliario. Y además habría que iniciar con prioridad un ambicioso programa geriátrico centrado en la construcción de residencias y en la creación de una red de servicios asistenciales (prevista en la Ley de Dependencia, pero todavía incumplida) para cubrir el doble objetivo de prevenir el envejecimiento demográfico y crear un millón de puestos de trabajo.

En cuanto al nuevo sistema de financiación autonómica (el ya célebre sudoku), parece obra de un auténtico Rey Mago, como los que dibuja Peridis en su caricatura de Solbes. Ahí es nada, contentar a propios (Montilla y Chaves) y extraños (Aguirre y Camps) cuadrando las cuentas territoriales con cargo al contribuyente. Se desmiente así el dictum del ex presidente González, que auguró la imposibilidad de lograrlo en tiempo de crisis. Pero es que la crisis ha creado una doble oportunidad para cuadrar el sudoku: ha hecho saltar el techo del déficit cero dando licencia para endeudarse (lo que permite transformar el debate autonómico en un juego de suma positiva en el que todos ganan), y ha asfixiado los presupuestos de las autonomías (por la caída de sus ingresos propios derivados de las plusvalías inmobiliarias) obligándoles a aceptar la oferta que les haga el Rey Mago del Estado central (oferta que, como las de don Corleone, hoy no pueden rechazar).

Un sudoku muy razonable, basado en la nivelación del gasto público por habitante, ponderado por parámetros demográficos (estructura de edades, inmigración, despoblamiento, urbanización). Pero un sudoku necesariamente multilateral, en contra del bilateralismo sacralizado por el nuevo Estatuto catalán. De ahí la duda sobre si el Rey Mago polaco aceptará la Carta de los Reyes Magos madrileño, andaluz y valenciano. Pero al fin y al cabo, ¿acaso no es ya multilateral el principio de ordinalidad que reclama el frente catalán?

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