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Columna
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Helmut Schmidt

La víspera de la Nochebuena Helmut Schmidt cumplió 90 años, con el reconocimiento y la admiración de la mayor parte de los alemanes. El canciller que tuvo que lidiar con las dos primeras crisis económicas de la República Federal -la de 1973-74 le llevó al poder y le expulsó la de 1978-79-, en tiempos de crisis de mucho mayor alcance, se ha convertido en símbolo esperanzador de la nación.

En 1937, Schmidt es llamado a filas, permaneciendo en el Ejército hasta 1945. Él mismo ha subrayado que su socialización militar -aprende disciplina y solidaridad- explica algunos de los rasgos que han marcado su acción política, en primer término, su sentido del mando, que considera la virtud principal del político. El liderazgo se muestra en la capacidad de tomar decisiones en solitario, al margen de las ideologías de los partidos, o de lo que piense la opinión pública, que casi siempre yerra en los momentos críticos.

El liderazgo se muestra en la capacidad de tomar decisiones en solitario, al margen de las ideologías

Hay que atreverse a hacer lo que es preciso hacer, incluso por encima de las leyes. Schmidt era ministro del Interior en Hamburgo, cuando en febrero de 1962 la ciudad sufrió la mayor inundación desde hacía casi dos siglos. Saltando por encima de sus competencias, empleó a 8.000 soldados en labores de salvamento y pidió a la OTAN el envío de helicópteros. Cuando se trata de salvar vidas humanas, no hay tiempo que perder consultando a juristas.

El mismo arrojo mostró en el peor trance que tuvo que superar como canciller. Después de una cadena de atentados contra personalidades de la política y del empresariado, el 5 de septiembre de 1977 capturaron al presidente de la patronal, Hanns Martin Schleyer. Convencido de que salvar la vida de su amigo negociando con los terroristas significaba arriesgar la de las víctimas futuras, vivió semanas de máxima tensión. Para apoyar las exigencias de los raptores alemanes, el 13 de octubre un grupo palestino secuestró un avión de Lufthansa al que obligaron a aterrizar en la capital de Somalia. Schmidt envió una unidad especial para liberar a los rehenes. La operación salió bien, pero, si se hubiera producido una matanza, habría significado el fin de su carrera política.

Había empezado como presidente de la Federación Socialista de Estudiantes Alemanes (SDS, en alemán), es decir, defendiendo las ideas de la izquierda de su partido, radicalmente opuestas a la política de Adenauer en sus dos vertientes principales, integración en el mundo occidental, al coste de renunciar a la unificación de los dos Estados alemanes, y desarrollo capitalista, como base del Estado social, en vez de aprovechar que se empezaba de cero y había quedado patente la estrecha conexión del gran capital con el nazismo para inaugurar una nueva política socialista.

Schmidt llega al poder en tiempos de crisis con un programa que pone en un primer plano la continuidad, pero no tanto con los escarceos socialdemócratas de su antecesor, Willy Brandt, como con la política de Adenauer. Desde su experiencia de Gobierno se había persuadido de que el viejo patriarca renano acertó y su partido era el que en la posguerra se había equivocado por completo.

Desde la Comunidad Europea, recalcando la amistad franco-germánica, lo esencial era fortalecer los vínculos con el mundo occidental y superar la crisis dentro de los parámetros del capitalismo. Nada de experimentos. Su gran triunfo fue haber sido invitado en 1979 a una reunión de los presidentes Carter y Valéry Giscard d'Estaing, con el premier Callaghan en la isla de Guadalupe, en la que los nuevos cuatro grandes diseñaron la estrategia a seguir ante la Unión Soviética. La Alemania derrotada se sentaba a la mesa de igual a igual con los aliados occidentales.

La izquierda, en buena parte desde su propio partido, se opuso a la doble decisión sobre los cohetes de alcance medio, que junto con un disentimiento creciente con la política económica, hizo que aumentase la distancia de Schmidt con su partido.

En 1974, el número de parados se aproximaba a 600.000, en 1982 había alcanzado 1,8 millones, y la deuda pública había pasado de 57.100 millones de marcos a 305.000 millones en 1982. Schmidt hizo lo que creyó que tenía que hacer, pero al precio de quedarse solo. En noviembre de 1983, en el Congreso del SPD en Colonia, sólo 14 delegados defendieron sus tesis.

Recuerdo el consejo que dio Helmut Schmidt a Felipe González, que llegaba al poder cuando él lo perdía: "No dejes que, cuando hagas lo que piensas que tienes que hacer, se alborote el gallinero".

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