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Nota de cata | gastronomía
Columna
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Extremadura emergente

Los vinos extremeños viven el inicio del cambio. Su única y joven denominación, Ribera del Guadiana, se encuentra en una fase de experimentación y crecimiento inimaginable hace una década.

La ayuda de la Administración extremeña para la tecnificación y una nueva mentalidad comercial son factores que han iniciado este cambio, pero no los únicos. La llegada de empresarios apostando por el vino con interesantes proyectos bodegueros es la punta de lanza de esta nueva Extremadura. Vinos como Palacio Quemado (Alvear), Habla (Bodegas y Viñedos de Trujillo), Marqués de Valdueza, propiedad de la familia Álvarez de Toledo y con asesoramiento técnico del enólogo francés Dominique Roujou, o Bodega Carabal, del empresario Antonio Banús y el enólogo Ignacio de Miguel, son sólo algunos de las bodegas que comienzan a despuntar en el panorama nacional e internacional.

Pero también hay que destacar la labor de otros buenos conocedores de la tierra. Entre ellos Francisco Moreno (director técnico durante 16 años de Marqués de Murrieta) con su bodega Vinícola Guadiana o Bodegas Toribio, que ha sabido adaptar la tradición a un estilo actual y una de las que forman parte del reciente proyecto de I+D+i Vinos singulares de Extremadura para la mejora integral de la tipicidad de los vinos a través de levaduras autóctonas o la labor de investigación de la Cooperativa San Marcos como ejemplo de adaptación al mercado.

El sol marca carácter en los maduros y sabrosos vinos extremeños. De las 21 variedades de la denominación, más de la mitad es Tempranillo, seguida de la blanca autóctona Pardina y la Cabernet Sauvignon, que, junto a la Garnacha y la Syrah, son las que mejores resultados están dando.

Extremadura está en plena ebullición y con muchos proyectos en camino.

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