El Guggenheim se oxida (y mal)
Los escándalos económicos ponen en entredicho la gestión del museo
"El éxito del museo está unido a la excelencia en su gestión; ello nos obliga a trabajar con calidad", presume el Museo Guggenheim Bilbao en su web. Con el director financiero, Roberto Cearsolo, despedido por desfalco, y el director general, Juan Ignacio Vidarte, acusado por el Parlamento vasco de descontrol y falta de capacidad profesional en operaciones económicas que ocasionaron pérdidas de siete millones de euros, las menciones a la calidad de la gestión resultan irónicas. La Q de plata de calidad no ha evitado que los escándalos relacionados con sus cuentas pongan en entredicho la gestión de los responsables del Guggenheim, manchando el símbolo de la regeneración urbana y económica de Bilbao.
El Parlamento vasco censura el descontrol en la cúpula directiva
El Guggenheim ha cumplido sus objetivos. Un millón de visitantes al año, el 60% procedente del extranjero, un nivel de autofinanciación por encima del 70%, y una treintena de empresas sentadas en el patronato han sustentado el éxito de un proyecto que nació de la desesperada búsqueda de nuevas actividades que sacaran a Bilbao del pozo de la crisis económica. El Gobierno vasco y la Diputación de Vizcaya asumieron el riesgo de asociarse con la Solomon R. Guggenheim Foundation, deseosa de expandirse más allá de su sede de Nueva York, y construyeron el fabuloso edificio de Frank O. Gehry. Invirtieron en el proyecto más de 120 millones de euros y se comprometieron a realizar aportaciones anuales de otros seis millones de euros para la compra de obras.
Los primeros nubarrones en la gestión del museo aparecieron en junio de 2007, cuando ya se había convertido en un tópico considerarlo el "icono de la revitalización de Bilbao" y se preparaba para celebrar su primera década de vida entre elogios al efecto Guggenheim. El Tribunal Vasco de Cuentas Públicas desveló en su informe sobre las actividades de la Sociedad Tenedora -una empresa instrumental constituida por el Gobierno vasco y la Diputación de Vizcaya a partes iguales para la adquisición de la colección de obras de arte-, que se habían generado pérdidas de siete millones de euros en la compra de divisas por adelantado para pagar los 20 millones de dólares (menos de 15 millones de euros al cambio actual) que costaron las esculturas de La materia del tiempo, de Richard Serra. La noticia provocó una sacudida que todavía continúa, mientras el director general y las instituciones vascas se empeñaban en explicar que se trataba de "una diferencia contable". Las pérdidas por la devaluación del dolar se traducía en los balances en un mayor valor de las obras "del inmovilizado" en términos de contabilidad.
La presión política obligó a revisar las cuentas con lupa y, por orden del Parlamento, se volvieron a hacer auditorías. La Tenedora salió del limbo en el que vivía, sin someterse al control obligatorio en las sociedades públicas amparándose en que ninguna de las administraciones tenía la mayoría. Y tirando del hilo de las cuentas saltó otro escándalo. El pasado mes de abril, el director de Administración y Finanzas fue despedido y denunciado ante los tribunales por haberse llevado de las sociedades instrumentales del Guggenheim medio millón de euros a lo largo de una década.
Las críticas a la gestión sustituyeron a los aplausos por el éxito del museo. La comisión de investigación del Parlamento vasco concluyó sus trabajos con un informe demoledor. Vidarte y la consejera de Cultura, Miren Azkarate, han sido acusados de ser responsables políticos de las irregularidades. Al director general se le atribuye falta de capacidad profesional y de control de sus subordinados. Cearsolo pudo llevarse el dinero porque manejaba las cuentas a su antojo; las pérdidas en las operaciones con divisas siguieron creciendo, sin que se hiciera nada por evitarlo. Los sistemas de control del museo, merecedores de premios de calidad, no se extendieron a sus sociedades instrumentales, y el dinero se escapó entre el cambio de divisas y el desfalco.
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