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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balas contra el progreso

El repugnante asesinato de un constructor del AVE evidencia el miedo de ETA a la modernidad

En su cuarto asesinato en lo que va de año, ETA mató ayer a tiros en Azpeitia a un hombre de 71 años, Ignacio Uria, directivo de una de las empresas concesionarias de las obras de la red ferroviaria destinada a comunicar por alta velocidad a las tres capitales vascas entre sí (la Y vasca) y con la red general, española y europea.

Contra lo que a veces se dice, ETA sí tiene objetivos políticos, pero uno de los principales, al que supedita otros, es perpetuarse como poder fáctico. Por ello, una de sus actividades principales es encontrar pretextos para seguir matando. Uno permanente es la necesidad de forzar al Gobierno de España (y al de Francia) a negociar su programa independentista. Pero hace años que establece también objetivos de recorrido, destinados a acreditar la eficacia de la lucha armada.

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La banda asesinó en los años ochenta a dos ingenieros y tres obreros de las obras de la central nuclear de Lemóniz, y en los noventa a un directivo de una empresa y dos policías relacionados con la seguridad de las obras de la autovía de Leizarán. En ambos casos los terroristas lograron su objetivo de forzar el abandono o la modificación de esos proyectos. En el de la autovía se trataba de un objetivo inicialmente planteado por sectores nacionalistas vascos partidarios de una mejor comunicación entre Guipúzcoa y Navarra.

Lo mismo ocurre en relación con el proyecto de la Y ferroviaria vasca: durante años fue una reivindicación del Gobierno de Vitoria, que se quejaba de la marginación de Euskadi de la red de alta velocidad. Como viene ocurriendo en otros terrenos, en cuanto el conjunto de fuerzas vascas, nacionalistas o no, hicieron suya esa aspiración, y hubo acuerdo con el Gobierno central sobre su financiación, ETA se puso en contra. Lo hizo con argumentos más o menos ecologistas, y pronto pasó de las amenazas a los atentados contra instalaciones que precedieron al crimen de ayer.

Se trata de un proyecto vital para el futuro económico de Euskadi, comunidad a la que la rápida comunicación por tren permitirá funcionar como una gran conurbanización. La obra misma, con una inversión de más de 4.000 millones de euros, es un paliativo decisivo para los efectos de la crisis, que ya está alcanzando a la industria vasca. Se trata, por tanto, de un desafío directo de la anacrónica banda a la sociedad en su conjunto. La respuesta no puede ser la acomodaticia de Lemóniz y Leizarán: ETA mide su éxito no tanto por las adhesiones que consigue como por las posiciones que abandonan sus enemigos. Hoy conocemos el precio de que las instituciones cedieran en su momento.

El actual es muy diferente. El abandono por parte de los concejales de EA del Ayuntamiento de Azpeitia, que gobernaban en alianza con ANV, meses después de haberse negado a votar las mociones contra el asesinato de Isaías Carrasco, prueban que algunos no se atreven ya a ir de la mano con los que comprenden los crímenes de ETA.

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