'Golpe de Estado' de Sarkozy
Por supuesto que es irritante. Es evidente: es brutal y a menudo tajante. En resumen, sus maneras resultan chocantes. Sí, pero actúa.
Porque Europa se construye durante la crisis. O más bien se reconstruye. Así es como Nicolas Sarkozy quisiera que fuesen las cosas.
Al principio, la idea era sencilla: frente a una situación grave e inédita que amenazaba la prosperidad de todos nuestros países, no sólo era necesario reaccionar deprisa y bien, sino también impulsar el renacimiento de Europa, una muralla contra una crisis más dura y un instrumento para salir de la crisis. Añádase el temperamento activo del presidente francés y tendremos, sucesivamente, un fracaso -una primera reunión en el Elíseo, denominada del G-4, es decir, de los países europeos del G-8- y un éxito, la cumbre del eurogrupo del 12 de octubre, que permitió articular los principios generales de la lucha contra la crisis y su aplicación nacional -recapitalización de los bancos y garantías de la liquidez, especialmente-. Todo ello con la participación activa del Banco Central Europeo y de la Comisión Europea, y también con la de Reino Unido, que puso en marcha el mismo plan. El efecto sobre los mercados fue inmediato: se llegó a creer que lo más duro había pasado.
La idea era sencilla: frente a una situación grave e inédita, impulsar el renacimiento de Europa
Luego, empezó a hablarse de recesión y aparecieron los primeros síntomas de debilidad de la economía real, que volvieron a provocar la caída de los mercados. No era por tanto absurdo que la presidencia francesa quisiera reproducir el dispositivo político que ya había tenido éxito en los planos bancario y financiero. Así se habría podido combatir el temor a la recesión con la idea de un plan de reactivación europeo. Eso habría permitido además que Europa y EE UU reaccionasen concertadamente: tras el plan Paulson de salvamento de los bancos, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, acababa de aprobar el proyecto de reactivación de la economía preparado por los demócratas del Congreso, anticipándose a la victoria de Obama. Es lo que propuso Sarkozy, combinado con una propuesta de constitución de unos "fondos soberanos europeos" para evitar que las grandes industrias europeas -cuyas cotizaciones bursátiles son bajas, demasiado bajas, como resultado de la crisis- caigan en manos de otros "fondos soberanos". Un dispositivo coherente que, desgraciadamente, fue rechazado por Alemania.
En estos momentos, conviene recordar que, desde el comienzo de la crisis, hay en la escena europea un resucitado, Reino Unido, y un gran ausente, Alemania.
Evidentemente, y aunque pertenezcan a la misma familia política, Angela Merkel no es Helmut Kohl. La señora Merkel está más cerca del Schröeder de los comienzos: se opone constantemente a las propuestas europeas de Francia desde una óptica nacional que parece dictada por consideraciones de política interna; a menos que la canciller esté limitando voluntariamente su propio horizonte. Primero se opuso al fondo europeo, luego a un plan europeo de reactivación y más tarde a los fondos soberanos europeos: a sus ojos, el dinero del contribuyente alemán sólo puede servir para reflotar el sistema germano. Es como si le diese miedo pagar por los demás. En eso la canciller se equivoca: en esta crisis, todo el mundo necesita a todo el mundo. Por otra parte, en los cimientos de la construcción europea subyace la idea de que los grandes pagan por los pequeños, los antiguos por los nuevos, los ricos por los pobres. A largo plazo, darle la espalda a esta lógica podría tener serias consecuencias.
Estos graves reveses no pueden verse compensados por los nuevos acentos europeos de Gordon Brown: los británicos, por culpa de Tony Blair, no son miembros de la zona euro. Para seguir avanzando, Nicolas Sarkozy pretende apostarse él mismo en los puestos avanzados: cuando llegue el momento de ceder la presidencia a la muy euroescéptica República Checa, desea estructurar el eurogrupo, completar la moneda única con una mayor convergencia de las políticas económicas y una gestión común de la crisis. Y para ello pretende asumir el liderazgo de la zona euro. Esto tampoco gustará a la señora Merkel. Ni a Lionel Jospin, de hecho, que considera que Nicolas Sarkozy se equivoca al indisponerse con Alemania y habla -la expresión es, por supuesto, irónica- de "golpe de Estado".
Lo cierto es que necesitaríamos urgentemente algo parecido a un gobierno económico de la zona euro. La izquierda francesa se equivoca al obsesionarse con Sarkozy. Haría mejor intentando alimentar el debate crítico sobre el capitalismo que ha iniciado el presidente galo, en vez que limitar también sus horizontes a la escena nacional. La urgencia de la situación exige más de Europa. Y Sarkozy es lo único que tenemos en la recámara.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva
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