España no puede faltar
La crisis financiera no admite frivolidades ni protagonismos; Zapatero debe ir a Washington
España no ha sido invitada a la Conferencia convocada en Washington para el 15 de noviembre con el fin de rediseñar el orden financiero internacional. Esta reunión se inspira en la celebrada en Bretton Woods (New Hampshire) en 1944, convocada por Estados Unidos como primera potencia económica del planeta, y a la que fueron invitados 43 países, aliados en la II Guerra Mundial. La actual ha sido convocada por el presidente Bush, a instancias del presidente de turno de la Unión Europea y de la República Francesa, Nicolas Sarkozy. El formato elegido ha sido el del G-8, o grupo de los ocho países más industrializados, ampliado posteriormente al del G-20, un grupo de países que desde 1999 integra, junto a los anteriores, a los países emergentes.
Con esta fórmula queda fuera un país como España, que se encuentra en el grupo de los 10 más ricos del planeta, es el tercero en inversiones en el extranjero en cifras de 2006, séptimo en envergadura de su sector financiero, primer inversor exterior en América Latina, segunda economía más abierta de Europa, y cuenta con el mayor banco por capitalización bursátil de la zona euro. Si estuvo ausente de la formación del G-20, entre 1997 y 1999, no fue por desinterés, sino por ambición y vocación europea. Se entendía que su lugar sería el G-7, donde ya estaban representados cuatro socios de la UE, y que el G-20, al que sólo se incorporó un país candidato a la UE como Turquía, pero ningún otro socio europeo, correspondía al esfuerzo por abrirse a los países emergentes. La ausencia española, aceptada por Aznar, se debió también a la fidelidad de su vocación europea.
En el momento en que la solución a la actual crisis no pasa directamente por las instituciones europeas, sino que se restringe a la arquitectura de las formaciones G, es ilógico que España quede descabalgada, a diferencia de países de PIB muy inferior y de menor presencia e influencia. La lección que proporcionan los llamados grandes invitando a Cristina Fernández de Kirchner, que acaba de provocar un nuevo terremoto bursátil, y desinvitando en cambio a Zapatero, no se debe medir únicamente en términos de falta de equidad, sino de una racionalidad y un acierto políticos nulos.
La profundidad de la crisis y la obsolescencia de las actuales instituciones para abordarla no permiten frivolidades ni protagonismos. Si fuera cierto, como subrayan algunos medios, que España estará ausente por la mala relación personal entre Zapatero y Bush a propósito de la guerra de Irak, habrá que decir que es una razón inaceptable y que los socios europeos, empezando por Sarkozy, no pueden lavarse las manos. El presidente francés fue quien convenció a Bush para que convocara la reunión. No puede dejar ahora las invitaciones en manos de quien ha presidido la catástrofe financiera después de haber presidido la geopolítica desencadenada con la guerra de Irak. La presidencia anual del G-8 está en manos de Japón; la del G-20, de Brasil. ¿Por qué razón debería ser el presidente saliente de Estados Unidos quien decidiera a quién se invita y a quién no?
Ha hecho bien el presidente del Gobierno al no arrugarse ante la negligencia de uno y el presunto resentimiento del otro, aunque también tiene su cuota de responsabilidad por no haber sabido enmendar su mala relación con la Casa Blanca. Más discutible es saber si este combate para que España esté donde debe estar debía efectuarse a plena luz o en las bambalinas. Nadie con dos dedos de frente puede negarle todo el apoyo al Gobierno en este envite. Lo que se juega no es el éxito o fracaso de Zapatero, sino el remiendo de una injusticia histórica y la entera coherencia de la iniciativa. Bretton Woods fue convocada por el vencedor de la II Guerra Mundial. Bretton Woods II no puede convertirse en el último enjuague de una presidencia declinante. España no puede faltar.
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