_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Quién le para los pies a Espe?

¿Quién teme a Virginia Wolf?, ¿Quién mató a Palomino Molero? y quién le para los pies a Esperanza Aguirre. A Juan Urbano se le vinieron a la cabeza esas tres preguntas después de leer en el periódico que además del Canal de Isabel II la presidenta iba a privatizar los servicios no sanitarios de los cuatro grandes hospitales públicos de la Comunidad, el Ramón y Cajal, el Gregorio Marañón, La Paz y el 12 de Octubre, y se preguntó por qué habría hecho, de manera intuitiva, esa asociación mental. ¿Quién teme a Virginia Wolf? es una obra de teatro de Edward Albee con la que Mike Nichols, el director de El graduado, hizo una película, protagonizada por Richard Burton y Elizabeth Taylor, que ganó cuatro oscars. ¿Quién mató a Palomino Molero? es una novela policiaca de Mario Vargas Llosa en la que un detective, el sargento Lituma, investiga la oscura muerte de un soldado que se enamoró de quien no debía y lo pagó caro. Y a Esperanza Aguirre, como es obvio, no la detienen nada ni nadie, ni su partido, ni la oposición, ni la lógica. Porque si recurres a la lógica, no te puedes explicar que por una parte diga que se ve obligada a quitarle el agua a los ciudadanos porque no tiene dinero, y por otra se gaste millón y medio de euros en una fiesta para presentar los Teatros del Canal, que es algo así como comer en el hotel Palace y luego salir a pedir limosna a la puerta, para poder pagar la cuenta.

Aguirre puede dedicarse a vender humo y a esconder la verdad tras el humo que les sobra

Aunque, en realidad, da lo mismo, para qué perder el tiempo imaginando parábolas, si cualquier argumento a favor de la sanidad, la educación o cualquier otro servicio público resulta inútil cuando se le plantea a una política que cree que una región o una ciudad no se gobiernan, sino que sólo se poseen, lo cual será menos democrático pero es más fácil de poner en práctica, porque por una parte no exige explicaciones, dado que nadie te puede obligar a rendir cuentas de lo que hagas con algo que te pertenece, y por otra resulta más rentable: vender lo que no es tuyo no duele y, sea cual sea el precio, sales ganando.

Pero dejando al margen el escándalo concreto del Canal de Isabel II, la cuestión de fondo es la que acaba de plantear Juan Urbano: ¿cómo es posible que en una democracia un cargo público tenga un poder incontestable? ¿Qué clase de sociedad es ésta en la que cualquier alcalde con mayoría absoluta, por ejemplo, puede hacer con su ciudad cualquier cosa que le apetezca o le venga bien, desde recalificar un espacio protegido para levantar una urbanización, hasta llenar las plazas de estatuas horribles o monumentos injuriosos de puro feos? Porque Aguirre y etcétera pueden ser tan autocráticos y tan poco autocríticos como ellos quieran, pueden dedicarse a vender humo y a esconder la verdad tras el humo que les sobra, o pueden mentir hasta tener calambres en la lengua sin por ello perder la sonrisa, como hizo un consejero al que cuando le preguntaron por la millonada que había costado la inauguración de los Teatros del Canal, respondió que la celebración se había hecho para todos los madrileños, y cuando le recordaron que a la fiesta sólo estaban invitadas algo más de 800 personas, hizo un escorzo moral, cambió de tiempo el verbo y como quien intenta cerrar una puerta giratoria de un portazo, añadió: será para todos los madrileños. Pues qué bien, yo ya me voy a ir poniendo en la cola para comer jamón de pata negra, bombón de foie almendrado, mediasnoches de carpaccio, tartaletas de brandada de bacalao, redondo de brie con membrillo y pinchos de atún rojo marinado en soja. Esa gente puede ser todo eso, pero lo frustrante es que la ley se lo permita. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que no ocurra nada cuando la presidenta monta una subasta en el hotel Ritz y ofrece al mejor postor los hospitales que pertenecen a la sanidad pública, que son un derecho constitucional de los españoles, utilizando para la convocatoria un reclamo que decía: "Aproveche las oportunidades de negocio para su empresa"?

En ¿Quién teme a Virginia Wolf?, Richard Burton y Elizabeth Taylor son un matrimonio que se odia, lo cual le hizo a Juan Urbano pensar en Aguirre y Gallardón. En ¿Quién mató a Palomino Molero? hay una viscosa historia de incestos, celos e intereses económicos bajo lo que parecía un crimen pasional. ¿Por qué será que esos títulos se le habían venido a la cabeza a Juan Urbano cuando leyó la noticia de la futura privatización de los cuatro grandes hospitales de Madrid? En lugar de responderse, se puso a silbar un son cubano cuyo estribillo era: "Quién le para los pies a Esperanza / quién se los puede parar".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_