Al Maliki toma el mando
El primer ministro iraquí aspira a controlar todas las provincias este año
Los embajadores árabes se miraron con incredulidad. La idea de un calendario para la retirada de las tropas estadounidenses de Irak es algo que reclaman muchos iraquíes, pero quien acababa de sugerirlo era nada menos que Nuri al Maliki, el primer ministro supuestamente pronorteamericano al que el verano pasado todos daban por acabado ante el agujero negro en que se estaba convirtiendo su país.
"Hoy estamos considerando la necesidad de poner fin a la presencia extranjera en suelo iraquí y recuperar la soberanía plena", afirmó durante una visita a Abu Dhabi a principios de mes, con un aplomo que dejó a los diplomáticos sorprendidos.
Ayer, Al Maliki y el presidente estadounidense, George W. Bush, hablaron por teleconferencia sobre cómo transferir por completo la soberanía. Acordaron fijar "un marco temporal" para ello. Actualmente, el Ejército iraquí controla sólo 10 de las 18 provincias del país.
¿La retórica de Al Maliki es una simple pose o se ha vuelto contra sus protectores estadounidenses? Ni lo uno ni lo otro. Simplemente las cosas han cambiado en Irak y su primer ministro, al que sus rivales acusaban de sectario y falto de carisma, se ha probado un político hábil y con más remango del que se le atribuía. Sin duda han ayudado factores externos. Pero la realidad es que un año después de que su Gobierno estuviera al borde del colapso por la salida de sadristas y suníes, los observadores le dan crédito por el descenso de la violencia política.
Aunque el despliegue de más tropas estadounidenses y la formación de frentes antiterroristas con ex rebeldes suníes han tenido mucho que ver, ha sido la firmeza con que Al Maliki se ha enfrentado a las milicias chiíes lo que ha cambiado la percepción. Cierto que Múqtada al Sáder, su principal contendiente en el campo chií, ha suspendido las actividades de su Ejército del Mahdi. Pero el éxito de las fuerzas iraquíes en la limpieza de Basora, el pasado marzo, y del resto de las regiones chiíes desde entonces, no sólo ha infundido confianza a un Ejército y una policía hasta ahora muy desprestigiados, sino que ha mejorado la imagen del primer ministro ante una población fatigada por cinco años de guerra larvada.
Llegar aquí no ha sido fácil. Cuando en abril de 2006, el presidente, Yalal Talabani, le nombró primer ministro del primer Gobierno soberano de Irak, a nadie se le escaparon las maniobras de EE UU en su favor. "Tiene reputación de ser independiente de Irán y que se ve a sí mismo como un árabe y un nacionalista", le alabó el entonces embajador norteamericano, Zalmay Khalilzad. Para Al Maliki (Abu Gharaq, 1950), un chií al que Saddam Husein sentenció a muerte por su militancia en el partido Al Dawa y que hasta la caída del dictador vivió en el exilio en Irán y Siria, la tarea era complicada.
Debía incorporar a los suníes a su Gobierno de unidad y a la vez evitar que el feudo histórico entre los Al Sáder y los Al Hakim (cuyo Consejo Supremo Islámico de Irak es el principal partido en la Alianza Unida Iraquí, en la que también está Al Dawa) rompiera el bloque chií. Pero Al Sáder se mostraba irreductible en su exigencia de retirada de las tropas estadounidenses. A cada abandono del Ejecutivo de uno de esos grupos, los analistas anunciaban el final político del primer ministro. En un momento, incluso llegaron a circular emails con un Gabinete alternativo en la sombra.
Milicias chiíes
Al Maliki no parecía darse por enterado. Se mostraba conciliador con los altos cargos estadounidenses que visitaban Bagdad, pero no parecía dispuesto a acabar con las milicias chiíes, principal preocupación de los árabes suníes. El Frente del Acuerdo Iraquí, el principal bloque de esa comunidad, abandonó la coalición gubernamental en agosto. Incluso los norteamericanos empezaron a preocuparse. No sólo su negativa a extender la mano a los suníes estaba minando sus esfuerzos de pacificar Irak, sino que los iraquíes percibían el Gobierno como corrupto e inepto.
Hasta que el pasado marzo, el primer ministro lanzó una operación contra la milicia de su antiguo aliado Al Sáder. Fue más que un gesto para convencer a las facciones suníes de volver al Gobierno, algo que hace un par de semanas se comprometieron a hacer. "Hemos probado que ninguna comunidad puede sentirse segura a menos que se garantice la seguridad del resto", declaró dos meses más tarde, cuando se empezaba a ver el éxito de su apuesta.
Algunos analistas atribuyen el giro de Al Maliki a las elecciones locales, que debieran celebrarse antes de fin año. Sin base popular ni religiosa, el primer ministro corre el riesgo de ver cómo sadristas y suníes, que boicotearon los comicios anteriores pero que ahora muestran interés en participar, podrían hacerse con el sur y las regiones del norte y noroeste de Bagdad, dejándole sin espacio sobre el que ejercer su autoridad. Ahí encajarían sus esfuerzos por distanciarse de Washington.
Parece muy complicado para alguien que al poco de su nombramiento declaró haber aceptado el cargo por "sentido del deber". Tal vez Khalilzad tuviera razón y Al Maliki sea un verdadero nacionalista que ni está dispuesto a permitir que Estados Unidos utilice su país para un ataque contra Irán ni a que éste se inmiscuya en sus asuntos internos.
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