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Columna
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Verano de 2008

Joaquín Estefanía

Las perspectivas económicas con las que ha comenzado el verano de 2008 no pueden ser menos alentadoras para la mayor parte del planeta. A los continuos récords de los precios del petróleo y de otras materias primas se une el incesante goteo de noticias negativas en el sector financiero, motivadas en su origen por el abuso de las hipotecas locas. A ello podría añadirse la factible subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo (BCE) y la congelación del precio del dinero que depende de la Reserva Federal (Fed), que parece haber dado por terminada la temporada de política monetaria expansiva que inició hace un año. El analista Martin Wolf escribía hace unos días que dos tormentas "sacuden a la economía mundial: una tormenta inflacionista de los precios de las materias primas y otra financiera deflacionista". Pues bien, las autoridades monetarias centrales parecen haber decidido de modo definitivo que el combate contra la primera es prioritaria en estos momentos.

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Con estas expectativas se recibe el primer aniversario de la crisis de las hipotecas subprime. La semana pasada hizo un año de que el Wall Street Journal escribiese que dos fondos del banco Bear Stearns estaban al borde del colapso. Poco antes, las agencias de calificación de riesgos Standard & Poor's y Moody's, que no habían olido el problema que se venía encima, bajaron la calificación de cientos de emisiones hipotecarias. Desde entonces hemos visto intervenciones masivas y concertadas de los bancos centrales para suministrar liquidez al sistema financiero; nacionalización de un banco en el Reino Unido (Northern Rock) y adquisición financiada por la Fed de otro (Bear Stearns) para evitar un pánico que se identifica con las peores escenas de la Gran Depresión; la aristocracia de la banca de inversión mundial (UBS, Citigroup, Merrill Lynch, Lehman Brothers...) afectada de pérdidas multimillonarias, ampliando capital con dinero proveniente de los fondos públicos de los países emergentes, y con una reducción espectacular de su valor bursátil; etcétera.

Un año después, el interbancario sigue seco y caro, los bancos siguen sin prestarse dinero unos a otros en pleno ambiente de desconfianza, y no hay semana en que no se amplíen las dificultades de las entidades afectadas (las últimas, el cuarto banco británico Barclays, el belga holandés Fortis o el italiano Unicrédito). Los bancos y cajas de ahorro españoles, que hasta ahora han sorteado bien los problemas, empiezan a revolverse inquietos ante la duración de la crisis de liquidez: en el segundo semestre del año necesitarán más de 60.000 millones de euros para hacer frente al vencimiento de las obligaciones que han adquirido ante quienes les prestaron el dinero.

En cuanto a la inflación generada por el espectacular aumento del precio del petróleo, hay pocas certidumbres: en el último año, el precio del barril se ha doblado, pero esa tendencia adquiere más gravedad si se amplía el foco: desde finales del año 2001, el precio real del petróleo se ha multiplicado por seis. Las dificultades combinan la citada carestía con la escasez (creciente agotamiento de los pozos existentes, especialmente los de fácil acceso, y sustitución por otros cuya extracción exige tecnologías más sofisticadas y más inversión), la urgente lucha contra el cambio climático y el fenómeno creciente de la especulación en los mercados de futuros. Según una declaración en el Congreso de EE UU del supervisor de estos mercados en EE UU, el 70% del negocio del crudo es hoy especulación. El representante del Partido Demócrata, tras conocer esa opinión, declaró: "Esto hace preguntarse si los precios futuros del crudo se han desvinculado del suministro subyacente y los fundamentales de la demanda, y si los mercados de materias primas se han convertido en un casino para especuladores sin escrúpulos que se enriquecen a costa del pueblo americano". Tendencia que da en buena parte la razón a los países productores de petróleo, que afirman que en el origen de las actuales tensiones no existe escasez de oferta sino especulación financiera, debilidad del dólar y conflictos geopolíticos.

Ante todo ello, cobra actualidad el pensamiento del padre de la demografía, Robert Malthus, que a finales del siglo XVIII pronosticó un combate continuo entre la capacidad humana de reproducción y la producción de materias primas y alimentos. ¿Agorero o profeta?

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