Cien días, cien preguntas
Han sido cien días extraños. Un partido político gana sus segundas elecciones con 11.288.698 votos (el 43,87%), logra 169 diputados (cinco más que en la legislatura anterior) y de rebote sume a la formación rival en una crisis de la que apenas ahora comienza a recuperarse (en el análisis más benevolente). Un sueño para cualquier político. Y sin embargo, cuando ha venido a darse cuenta, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, de 47 años, el líder que ha conseguido todo lo anterior, descubre que el PP le pisa de nuevo los talones en las encuestas y las críticas arrecian: su Gobierno ha sido acusado de inactividad (legislativa), de derechización (en inmigración) y de ocultación de la realidad (crisis económica).
Más aún: el lehendakari, Juan José Ibarretxe, pese a que ETA sigue matando, ha logrado que el Parlamento de Vitoria apruebe la iniciativa con la que pretende desafiar al Estado (con un voto prestado por los amigos de los terroristas); los aliados que tuvo el PSOE en la anterior legislatura -y los que no tuvo entonces, pero le gustaría tener en ésta- le abandonan en el Congreso y el Senado, lo que ya le ha ocasionado un par de disgustos (con lo que la ganancia en diputados se traduce, paradójicamente, en una mayor debilidad parlamentaria), y alguna de sus ministras se ha visto enzarzada en polémicas entre estériles y adolescentes.
En este escenario, EL PAÍS le propuso el mes pasado al presidente una entrevista-examen con varios redactores del periódico. Rodríguez Zapatero aceptó de inmediato, y el encuentro, el primero con la prensa escrita tras las elecciones, se celebró el jueves en La Moncloa, un par de horas antes del partido contra Rusia en el que España se clasificó para la final de la Eurocopa que se disputa hoy.
¿Se siente fuerte el presidente? Exactamente igual que en todas las entrevistas que he realizado con él, a excepción de la que mantuvimos tras el atentado de ETA en la T-4, en la que, a ratos, le resultaba difícil ocultar el abatimiento, el desánimo y, sobre todo, la rabia. ¿Acepta las críticas? Por lo general, no (en esto tampoco ha cambiado); pero hay algo en el tono, en ciertas sonrisas, y en los comentarios off the record que sugieren un acercamiento menos dogmático y menos autoconvencido a los problemas a los que se enfrenta que en ocasiones anteriores.
Un par de veces concede: ahí podría usted tener razón, algo inaudito en entrevistas anteriores. Más aún, en un momento de la conversación, y a una pregunta sobre el incumplimiento de los ayuntamientos de una cierta normativa anticorrupción, salta la sorpresa: no sé, viene a contestar el presidente con tranquilidad, algo impensable en el Rodríguez Zapatero de la primera legislatura, cuando hubiese hilado un discurso en galimatías con tal de no quedar en evidencia. Luego, durante el partido España-Rusia, llamará por teléfono para contar por qué no tenía ese problema en la cabeza -"tengo otros dos mil"- y explicar que los socialistas, desde la federación de municipios, van a exigir que se cumpla la norma. "Gol de Xavi", grita entusiasmado en medio de las explicaciones. Por detrás se oyen gritos de alegría y risas. Es el primero de la selección. Luego vendrán dos más.
¿Reconoce la gravedad de la crisis económica? Tampoco. En este tema vuelve el presidente de la primera legislatura: no quiere dejar margen alguno a la polémica ni a la interpretación. Trichet no tiene razón. Solbes, dice, le apoya en sus críticas al presidente del BCE (algo difícil de creer, dada la trayectoria del vicepresidente), y a éste le parecen bien todas las medidas polémicas del Gobierno, desde los 400 euros del IRPF hasta los 2.500 euros por bebé (algo de lo que existe evidencia empírica en contrario). Pero, en general, el presidente se defiende bien y con tranquilidad, a lo largo de dos horas, del centenar largo de preguntas y repreguntas de cinco periodistas de EL PAÍS. Es, definitivamente, un Zapatero más maduro que el que gobernó España, muchas veces de sobresalto en sobresalto, entre 2004 y 2008. -
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