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ÍDOLOS DE LA CUEVA | 75 años de la Feria del Libro de Madrid
Columna
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Cuarto y mitad de estructura

Manuel Rodríguez Rivero

La primera vez que oí sus apellidos los confundí con los del inventor del pantalón vaquero más codiciado por mi generación. El nombre de Claude Lévi-Strauss (Bruselas, 1908), una de las personalidades sin las que sería difícil comprender la historia intelectual de la segunda mitad del siglo XX, me llegó desde el principio vinculado a la noción de "estructura", un término que se enseñoreó del pensamiento occidental durante dos décadas hasta que, convertido en mantra por sobreutilización, fue arrinconado o declarado anatema por las nuevas élites universitarias. Pero en aquellos "prodigiosos" sesenta, al tiempo que en las aulas de la Facultad de Letras los profesores más modernos nos explicaban el giro copernicano que Saussure, Hjelmslev, Benveniste, y todo el resto de aquella revolucionaria tropa, habían impreso al estudio de la Lingüística, en el abarrotado bar de la misma institución nos apasionábamos como iluminados neófitos con aquella casi metafísica "estructura" ("una entidad de dependencias internas", según Hjelmslev) que se nos presentaba como una plantilla universal que explicaba el mundo de modo más completo y eficaz de lo que lo hacían las agobiantes determinaciones del materialismo dialéctico expuestas en los manuales de Politzer o Lefebvre.

El centenario de Lévi-Strauss separará trigo y paja en la obra de este científico y estupendo prosista

Luego, antes de pudiera entender más del diez por ciento de aquel El pensamiento salvaje que conseguí en la trastienda de una librería de Argüelles (y que he vuelto a adquirir en la Feria del Libro), me enteré de que Lévi-Strauss había tomado prestada la noción del propio lingüista Roman Jakobson, con el que coincidió en Nueva York cuando su condición de judío le privó de su puesto en la enseñanza y le obligó a poner mar de por medio con el Gobierno de Vichy. A su regreso a Francia, el todavía joven antropólogo -que había estudiado a ciertas tribus amazónicas durante una larga estancia en Brasil- ya tenía claro el núcleo de su pensamiento: Las estructuras elementales del parentesco (1949) fue todo un aldabonazo en la misma puerta académica de la Sociología, la Antropología y la Etnología, donde todavía se notaba tutela de Émile Durkheim.

A muchos de nosotros, jóvenes diletantes en busca de una explicación del mundo a la vez polivalente y sencilla, nos fascinaba la idea de que una especie de inconsciente estructural rigiera la diversidad aparente, pero en el fondo (según creíamos) ficticia, de las culturas. Y que lo que "explicaba" a nuestros ancestros sirviera también para nuestras sociedades. Así, por ejemplo, en El pensamiento salvaje (1962) saludamos con alborozo la reivindicación del aspecto lógico y conceptual de los pueblos sin escritura, que diluía las distancias entre sociedades complejas y "primitivas" y convertía el pensamiento "salvaje" en un atributo de toda la especie. Al fin y al cabo, a muchos de nosotros nos fascinaba el surrealismo.

Ahora, cuando los franceses se preparan para conmemorar el centenario (en noviembre) de Lévi-Strauss, la colección de La Pléiade -el Panteón de las letras francesas- acaba de publicar un volumen para el que el longevo etnólogo ha seleccionado siete de sus obras. Entre ellas está, desde luego, ese estupendo travelogue ("odio los viajes y a los exploradores", escribió en su incipit) que es Tristes trópicos (1955) y que, junto con Las palabras (1964), de Sartre, me parece una de las más estimulantes autobiografías intelectuales del pasado siglo. El centenario contribuirá a separar trigo y paja en la obra de este científico y estupendo prosista que al final de su vida no ha tenido empacho en declarar que, cuando muera, partirá de un mundo al que ya no ama: un planeta en el que, según dice, nos hemos convertido en "consumidores bulímicos" de sus riquezas (naturales e intelectuales) a un ritmo más veloz del que necesitaríamos para renovarlas. Lo que, si nos ponemos pesimistas, quizás sea otro fenómeno estructural, es decir, inherente al sistema-mundo que hemos creado.

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