Una pasión compartida
El creador construyó con su socio Pierre Bergé una sensacional colección de arte
Mucho antes de que el arte se convirtiese en el accesorio predilecto de los diseñadores de moda, Yves Saint Laurent estaba allí. No es sólo el vestido Mondrian, con el que las cúbicas y coloristas pinturas del artista holandés dieron la vuelta al mundo sobre los cuerpos de las mujeres de aquellos prometedores sesenta. Ni siquiera el retrato con el que el diseñador quedó inmortalizado por Andy Warhol en los setenta.
Saint Laurent fue un excepcional coleccionista de arte. Y en eso también tuvo que ver Mondrian. En las navidades de 1964, Yves Saint Laurent, recibió un regalo que cambiaría su vida. La abstracción geométrica mostrada por las páginas de aquel monográfico sobre el pintor holandés que su madre le regaló causaron una honda impresión en él. Tal, que varias de esas obras originales forman desde ayer parte del legado que el diseñador dejó ayer a su muerte a los 71 años.
Pero entonces, a sus 28 años, no tenía dinero para comprar un Mondrian. De modo que se conformó con estamparlo sobre las creaciones de la siguiente temporada.
Unos 40 años después, Pierre Bergé, su inseparable compañero, en los negocios y en la vida, consagraría la primera exposición que organizó la fundación que lleva el nombre de ambos en los salones de la antigua casa de alta costura. Una muestra que recaló recientemente en A Coruña.
Bergé no sólo acompañó a Saint Laurent en la inquebrantable pasión por el arte. Es el tipo que convirtió las fantasías de un frágil soñador en un negocio millonario. Sus personalidades siempre fueron antagónicas. Saint Laurent era el genio creador trágico. Bergé, amigo de Jean Cocteau, el emprendedor de vastísima cultura e insaciable curiosidad, a quien Mitterrand colocó como director de la Ópera en los años ochenta.
Desde que se conocieron, hace justo 50 años, Bergé cuidó del modisto. "Andy Warhol dijo una vez que el único artista de verdad que había en Francia era Yves", recordaba Bergé en una reciente entrevista con este diario. Pero, añadía, también era un "gran coleccionista". Goya, Picasso, Matisse, Ingres, Léger, Braque, Miró y Cézanne decoran su apartamento parisiense de la Rue Babylone. Una colección que, como su actividad en la moda, quedó congelada (Saint Laurent se despidió de ella con un discurso emocionante en 2002, a la que siguió su total desaparición de la escena) bajo el empuje inexorable de los nuevos tiempos. "Ya no coleccionamos. Los precios son demasiado altos. Completamente enfermizos", reconocía Bergé en conversación con EL PAÍS.
La fundación que el creador deja tras de sí también es un asombroso legado en sí mismo. Bergé queda al cargo de 5.000 vestidos, impecablemente conservados desde el día de su creación, y unos 15.000 objetos, entre bocetos y complementos.
El impresionante testimonio de cincuenta años de creación en lo más alto de la moda. Una disciplina que Saint Laurent convirtió en un arte de la talla del de sus admirados maestros.
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